Como en los textos clásicos de política, un fantasma recorre las estructuras de los partidos de oposición en México. Se cuela en sus reuniones privadas y domina la atmósfera de sus decisiones públicas. Es el fantasma de la irrelevancia. A ocho meses de las elecciones generales y tras 70 días del gobierno de López Obrador, PAN, PRI y PRD han sido relegados a un espacio que semeja el más absoluto pasmo. En su perjuicio, pero también en el del equilibrio de poderes.
El reporte de una discreta cena en casa de la dirigente nacional del Institucional, Claudia Ruiz Massieu, con el magro bloque de gobernadores priístas, más los coordinadores parlamentarios Miguel Osorio Chong, en el Senado, y René Juárez, en Diputados, da cuenta de un grupo resignado a ser comparsa del gobierno. En esa reunión, de acuerdo con los testimonios recabados, surgió el acuerdo para votar junto con Morena las reformas constitucionales que darán lugar a la Guardia Nacional y a la nueva figura de referéndum, entre otras.
Así empezó a ocurrir ya en el primer caso. Debe haber sido un sapo difícil de tragar, más si la ración será doble con el arranque del nuevo periodo de sesiones, pues el tema aprobado observará ajustes para asegurarse de que, ahora sí, sea del agrado del gobierno.
La pregunta obvia es a cambio de qué los altos mandos del PRI acordaron ser tan obsecuentes. Pero los actores mismos han confirmado que no se llevaron nada a cambio de su apoyo. Es probable que la respuesta real corresponda a lo que no puede decirse.
La segunda interrogante, sobre la posibilidad de que este apoyo a Morena haya sido consultado con liderazgos regionales y la militancia, llevaría solamente a una sonrisa socarrona. El PRI de hoy es propiedad de unos cuantos dirigentes y de un menor número aún de gobernadores. De cuando en cuando, surge un reclamo con tono presidencial, desde un romántico retiro en un resort de Nayarit.
En otra pista, el mismo pasmo opositor se produce en el Partido Acción Nacional, que se apresta a cumplir en septiembre próximo 80 años de fundado. Lo hará dentro de una de las páginas más opacas de su historia.
Este año habrá comicios locales en un puñado de estados, todos ellos de relevancia para el PAN. En dos de ellos se habrá de elegir gobernador, Baja California y Puebla (de carácter extraordinario). En ambos Acción Nacional ha sido gobierno —en el primero, durante 30 años sucesivos. Pero en los dos parece acercarse a una tragedia electoral. Este será el primer legado del nuevo dirigente, Marko Cortés.
En la entidad norteña, Francisco Vega de Lamadrid ha tenido una gestión desastrosa, dominada por señalamientos de negocios. Si la elección fuera hoy, el ganador sería Jaime Bonilla Valdez, un empresario con una trayectoria de extraños contornos, que parece haber contratado la franquicia de Morena para ponerla a su servicio.
En Puebla, el desastre panista es más trágico. El predominio del fallecido Rafael Moreno Valle y la minusvalía de los cuadros históricos de Acción Nacional derivaron hacia la fórmula más pura del PRI-AN que se haya conocido. En los comicios de junio al parecer será irrelevante lo que sea acordado en ese entorno. Todos entienden que el próximo gobernador será el inminente candidato de Morena, donde esa posición es disputada por Luis Miguel Barbosa y Alejandro Armenta Mier.
Luce ocioso hablar aquí del PRD, un partido en proceso de extinción. No es que no alcance el espacio en este comentario. Donde no parece caber ya el partido del sol azteca es en el país.
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