“¡Dios mío!”, expresó Miguel de la Madrid (1934-2012), el presidente del terremoto de 1985, ante el desastre que vivió entonces la Ciudad de México. No se recuerda mucho más sobre su papel frente a la tragedia; mucho menos, si integrantes de su gobierno jugaron un rol importante en la emergencia. Se le describe como un “Presidente ausente”, agobiado por la crisis económica que había estallado apenas tres años antes, devaluación incluida.
Hoy resulta un enigma cuál será la imagen que la administración de Peña Nieto legará sobre su respuesta ante la reciente colección de desastres naturales en el país, incluidos huracanes y terremotos. ¿Recordará alguien la labor personal de alguno de sus colaboradores, en particular, los presidenciables? ¿Alguno de ellos se ha distinguido por su eficacia? ¿Por su compasión para con los que sufren? ¿Por su capacidad de inspirar confianza, incluso esperanza?
Hay que poner bajo la lupa desde luego a los presidenciables de otros partidos. Andrés Manuel López Obrador, Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle han apostado por casi no moverse, lo que ya se verá si les trae bonos o castigos. Miguel Ángel Mancera luce fallido y esquivo. Y el activismo de Ricardo Anaya es cada vez más esperpéntico.
Ya se pueden adelantar, en cambio, algunas pinceladas sobre el comportamiento del gabinete presidencial ante la crisis —o la crisis del gabinete—, según lo quiera ver cada quien.
En obligada perspectiva, hay que decir que éste es un país radicalmente diferente al que vivió el terremoto de 1985 (goo.gl/uCej48); políticamente más complejo y con capacidades infinitamente mayores de participación social.
Hubiera sido inimaginable para los ciudadanos de entonces tener en la palma de su mano las imágenes del trago amargo vivido por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, echado por la multitud (goo.gl/2oZtVX) al visitar una zona dañada en el centro de la Ciudad de México.
En 1985 se supo que el entonces regente capitalino, Ramón Aguirre, salió corriendo de una zona en ruinas, repudiado por rescatistas a los que buscó obligar retirarse a sus casas, pero la noticia nunca llegó a los medios.
Osorio Chong no se arredró en la citada escena, pero tampoco está cobrando un papel protagónico en esta coyuntura, pese a tener encomendada la supervisión de los trabajos de ayuda en Oaxaca y Chiapas. En esa primera entidad quien ha lucido es Rosario Robles, titular de Sedatu, veterana de luchas sociales desde su época de preparatoriana. El contraste es mayor porque ella ha podido desplegar sus recursos frente a compañeros de gabinete como José Calzada, cabeza de Sagarpa, nacido asido en pañales de seda, hijo de gobernador y ex mandatario él mismo de Querétaro, donde los desastres mayores son por inundaciones en colonias metropolitanas.
El otro lado de la moneda ha sido el secretario de Desarrollo Social, Luis Miranda, a cargo de las tareas en Chiapas, donde ha mostrado lo mismo desconocimiento de la materia, ignorancia sobre el país, impaciencia ante reclamos y altanería para con otros funcionarios públicos.
Testimonios solicitados a testigos directos, autoridades estatales y periodistas ofrecen claroscuros sobre la labor del secretario de Educación, Aurelio Nuño, descrito con prestancia y sensibilidad. Pero también exhibiendo desconocimiento del lugar donde está parado, lo que es doblemente delicado si se trata de Oaxaca y peor, Juchitán, una de las plazas más politizadas del país.
Discreto, eficaz, compasivo, así es como se describe a José Narro, secretario de Salud, quien no sólo recorrió las zonas dañadas que se le asignaron en Oaxaca, sino que visitó hospitales y clínicas en diversas entidades, pero luego regresó al istmo oaxaqueño llevando a un grupo de empresarios a los que convenció de aportar ayuda inmediata e inversiones.
Parece haber consenso de que esta crisis tendrá en José Antonio Meade, secretario de Hacienda, al presidenciable más beneficiado. Se le movió y se desgastó menos. Varios altos funcionarios estatales lo acusan de cerrazón ante reclamos de ayuda financiera tras los primeros días del desastre. Lo ubican como autor de la oferta transmitida en corto por el presidente Peña Nieto en sus recorridos iniciales: 100 mil pesos a cada propietario de un hogar derrumbado, contra los 150 mil que se pedía en varios estados. Meade habría ajustado los 120 mil que finalmente se hicieron oficiales, e instó a los gobiernos locales a contratar deuda, como lo anunció ya Oaxaca, por mil 200 millones de pesos.
En los actuales tiempos de definir presupuestos federales en el Congreso y en los estados hundidos en la emergencia, Meade tendrá en su mano la chequera y, con ello, un capital político importante, mientras que los demás presidenciables quizá sean mantenidos en la penumbra, que aquí los reflectores se apagan y encienden sólo desde Los Pinos, en esta historia para el 2018 que se sigue escribiendo.
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