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Más allá de las intenciones públicas de hacer ahorros y confiar en que “el pueblo me cuidará”, la decisión de Andrés Manuel López Obrador de disolver (y sustituir) al Estado Mayor Presidencial (EMP) supondrá uno de los procesos más delicados, uno de los tejidos más finos que el presidente electo deberá emprender.
El tema tiene que ser considerado en el eje mismo de la relación del político tabasqueño con las Fuerzas Armadas del país, que de acuerdo con las evidencias disponibles, no sólo aceptan sino incluso alientan al adiós al EMP, lo que permite un amplio abanico de especulaciones.
Como ocurre siempre en un ámbito donde la discreción es ley, el alto mando militar dio inicio ya a una ruta que fusionará a los cerca de 8 mil 500 integrantes del EMP en dos brigadas de la Policía Militar, sin duda un prestigiado cuerpo dentro del Ejército, aunque ni de lejos el estamento de élite surgido desde los primeros atisbos del México independiente y que cobró forma con su actual nombre mediante sucesivos decretos de Porfirio Díaz (1895), Francisco I. Madero (1911) y Venustiano Carranza (1916). De esa dimensión son sus cartas credenciales.
Un memorándum en poder de este espacio da cuenta de que desde los primeros niveles jerárquicos del EMP, que encabeza el general Roberto Miranda Moreno, se ha ordenado reportar a oficinas superiores el listado detallado de los integrantes de ese cuerpo, que tiene asignadas múltiples responsabilidades, entre ellas, la de vigilar al presidente de la República y su familia.
El documento consigna expresamente que “el alto mando (ha girado) instrucciones para organizar dos brigadas de Policía Militar (cada una de las cuales es formada con entre 3 mil y 5 mil miembros) con los efectivos con que se cuenta en el Cuerpo de Guardias Presidenciales”.
La descripción técnica de lo que es el EMP abunda en sus tareas y da cuenta de lo estratégico de las mismas. Y de cada una de ellas ha empezado a emanar una creciente inquietud sobre la tormenta burocrática, militar, de seguridad nacional y política que puede provenir de su disolución. O sobre el mundo de intereses que se entrecruzan en los grupos que, con conocimiento de causa, forman filas, lo mismo entre sus defensores que entre sus detractores.
El EMP es “el órgano técnico militar que, entre otras funciones, auxiliará en la obtención de información general al Presidente de la República; planificará sus actividades personales propias del cargo y las prevenciones para su seguridad, y participará en la ejecución de las actividades procedentes para estos efectos, así como en los servicios conexos, verificando su cumplimiento como una unidad administrativa de la Presidencia de la República, adscrita directamente al C. Presidente”, rezan los documentos en la materia.
Esta definición no aborda, desde luego, los resquemores que a lo largo de décadas se han venido acumulando entre los efectivos del Ejército y aquellos asignados al EMP, en materia de diferencia de sueldos, prestaciones, promociones y otras circunstancias extraordinarias que distinguen a quienes integran esta élite. En los pasillos de la Secretaría de la Defensa Nacional, en los cuarteles y en el mundo de la brega militar se les denomina como “los tesoritos”. Se impugna la opacidad en el manejo de sus instalaciones, clubes y deportivos, lo mismo que en el manejo de la flota aérea y vehicular a su cargo.
En contraste, los guardias presidenciales saben que acumulan un desgaste a los ojos de sus compañeros de armas, incluso de la población, que suele incomodarse con el despliegue de recursos y, en ocasiones, de fuerza con que se acompañan desde hace décadas los movimientos del Presidente en turno, su familia y sus invitados especiales. Su argumento recurrente es que en el “estilo personal de gobernar”, como describe la frase común, se halla implícito un “estilo personal de lucir”.
Lo anterior quiere decir que cada mandatario, cada primera dama, en ocasiones cada integrante de la familia presidencial, exige un determinado despliegue de elementos de guardia, tipo de vehículos, hoteles, número de habitaciones copadas para la vigilancia… hasta complementar una extensa gama de disposiciones que navega desde las razones de Estado hasta la caprichosa vanidad.
Integrantes de este cuerpo consultados por este espacio estiman que la tarea del EMP podría cumplirse digna y eficazmente, con una fracción del actual cuerpo, acaso el 20% del total, lo que supone cerca de mil 600 efectivos. Ello supone descartar las áreas que realizan labores de inteligencia que, se asume, son duplicadas con las que desarrollan los sectores centrales de la Defensa Nacional.
Sólo a partir de que recibió su constancia como presidente electo, Andrés Manuel López Obrador pudo empezar a pedir reportes al alto mando militar, asomándose a un mundo casi desconocido para él, complejo y desafiante.
rockroberto@gmail.com