“Lo felicito por su equipo de trabajo, es muy impresionante”, le dijo este viernes Michael Mike Pompeo, secretario de Estado estadounidense, al presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Es posible que un escalofrío haya recorrido en ese momento la espalda de alguno de los presentes. Y razones no faltaban.
Bisnieto de migrantes italianos, con el rostro rubicundo y la sonrisa provinciana que le deben provenir de su natal Kansas, Pompeo fue un personaje relevante de la facción ultraconservadora del Partido Republicano —el Tea Party—, militar formado en West Point, pieza clave en el Comité de Inteligencia del Congreso norteamericano y director de la CIA en los primeros 14 meses de la administración Trump.
Antes de entrar en la casa clasemediera donde López Obrador conserva su cuartel de operaciones, Pompeo y sus acompañantes contaron con información profusa sobre sus interlocutores. Para todos tuvo elogios, como dispone el manual de la diplomacia en el primer contacto entre misiones de alto nivel. Ello incluye no plantear tema áspero alguno, o amago de presión. Todo sonrisas y terciopelo. La realidad vendrá después.
Tal protocolo dominó también la participación del resto de la comitiva norteamericana, que incluyó al yerno de Trump, Jared Kushner; a Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Nacional, y Steven Mnuchin, secretario del Tesoro.
De acuerdo con testimonios de actores cercanos a la reunión, Pompeo se dijo también “impresionado” por el “tremendo respaldo” obtenido por López Obrador en las urnas durante los pasados comicios. Y expresó que hay un momento “propicio” para que ambas naciones avancen en la revisión del Tratado de Libre Comercio.
Es posible que el político tabasqueño no haya podido olvidar durante esa charla que se hallaba frente a un personaje que al mismo tiempo es el poderoso representante de un imperio, empresario con intereses en las industrias aeronáutica y petrolera, así como un político que ha tenido duras posturas públicas contra líderes de izquierda, aun moderada. Ello incluye un tuit en el que llamó al ex presidente Barack Obama “un demonio musulmán comunista”.
En manos de ese protagonista clave en la administración Trump dejó López Obrador una carta con su visión sobre lo que debe marcar una nueva etapa en la relación entre México y Estados Unidos.
Marcelo Ebrard, futuro canciller y quien coordinó la elaboración de dicho documento, dijo después que los términos de esa propuesta serán difundidos en México posteriormente a que sea conocida por Trump, presumiblemente tras la cumbre de este lunes con su homólogo ruso Vladimir Putin.
Es previsible que esa carta recoja posicionamientos de López Obrador a favor de un nueva era en la relación México-Estados Unidos, que favorezca el desarrollo económico de nuestro país y de Centroamérica para evitar con ello la migración o reduciéndola a una opción. El crecimiento sería también la mayor palanca para mejorar la seguridad en toda la región.
“Se decidió que cada uno de los pasos que se dieran (en la reunión) debía ser un mensaje”, dijo una fuente cercana al encuentro. Ello incluyó insistir en que la sede marcara un contraste con el boato tradicional. Y desplegar imágenes de Benito Juárez, una pequeña escultura de Emiliano Zapata, otra de una mujer indígena… ¿Alguna alusión al famoso incidente de Pompeo burlándose de un adversario por ser de origen indoamericano?
Si bien la agenda contó con la conducción de Marcelo Ebrard, López Obrador tuvo intervenciones que dieron tono y hondura al encuentro. Para ello recordó la coincidencia histórica que tuvieron (en los años posteriores a 1860) los gobiernos de Juárez y Abraham Lincoln, el presidente número 16 en Estados Unidos, el primero emergido del Partido Republicano. Dos hombres que nunca se conocieron más que por carta —y los mensajes transmitidos por el embajador Matías Romero. Pero que sin embargo, se ayudaron mutuamente a que sus naciones sobrevivieran.
El político tabasqueño también aludió a la buena relación entre Franklin Roosevelt y Lázaro Cárdenas. A este último lo describió como “el mejor presidente del último siglo”.
Dos figuras clave de la reunión en la parte mexicana tendrán sin duda un intenso trabajo a partir de ahora. Se trata de Ebrard Casaubón, con amplia trayectoria política y experiencia internacional. Es el caso también de Martha Bárcena, proyectada para ser la próxima embajadora en Washington. Con larga carrera en la diplomacia: funcionaria, cónsul y embajadora, a lo que suma dos maestrías y estudios detallados sobre la política exterior y la seguridad nacional estadounidense. Bárcena deberá tener acceso directo a López Obrador, un requisito no escrito establecido por la Casa Blanca para otorgar trato de alto nivel a quien represente a un país con el rango de México.
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