Al momento de estas reflexiones no ha transcurrido aún el tercer y último debate. Lo previsible es que Andrés Manuel López Obrador administrase su ventaja en una suerte de ensayo general como Presidente de la República: marcando pautas y propósitos en los temas de la convocatoria como economía, desarrollo, pobreza y desigualdad, entre otros.
Incluso ofreciendo su mano abierta a sus adversarios y hasta invitándolos a que lo acompañen en el gobierno. Es decir, mostrándose como un hombre de Estado y no como un rijoso en contienda.
En cambio, también es muy probable que ayer se haya dado una lucha feroz, con uñas y dientes, por el segundo lugar: en esta esquina, un acorralado Ricardo Anaya que —contra las cuerdas— tendría que haber lanzado un último y desesperado ataque; en esta otra, un envalentonado José Antonio Meade quien, luego de videos recientes, intentaría seguir golpeando inmisericorde para demostrar que Anaya es un “vulgar ladrón” y alcanzar la ahora ansiadísima posición secundaria.
Ya decíamos que esa era precisamente la estrategia del PRI: lanzar el mensaje de que Anaya está fuera de combate; posicionar a Meade en el segundo lugar y crear la percepción de que es el único que puede disputarle la presidencia a López Obrador. Por supuesto que es una ofensiva desesperada porque faltan escasísimos 14 días de campaña. Sin embargo, Meade, el PRI y “el aparato” se jugarán el todo por el todo. Pero, además del tiempo, hay dos factores que, a mi entender, pueden afectar los resultados de un proceso inédito y extraordinariamente complejo, en el que además de la presidencial hay otras tres mil elecciones que incluyen gubernaturas, alcaldías, legislaturas locales y por supuesto la renovación total del Congreso, en las Cámaras de Senadores y Diputados. En primer lugar, la imparable violencia política que tan solo en el actual proceso ha cobrado ya más de cien muertos, muchos de ellos candidatos a cargos de representación popular. Ejemplo de ello, la ominosa ejecución de Fernando Purón en Coahuila, con el escandaloso desplante de perpetrarla —para que se sepa— al salir de un debate. Como si el crimen organizado se hubiera convertido ya en un partido omnipresente y todopoderoso que decide quién sí y quién no. No se requiere ser alarmista para anticipar que este clima de violencia exacerbada puede influir en el ánimo de los votantes no solo en las zonas de alto riesgo, sino en buena parte del país.
Y a propósito hay que reconocer que pocas cosas influyen en el ánimo nacional como el futbol. Y yo me temo que en Rusia 2018 vamos a tener la más desastrosa de las actuaciones de toda nuestra historia en los Mundiales.
Por razones todavía inexplicables, los mercenarios de la Federación pusieron al TRI en manos de un señor Osorio que se cree un genio y que a estas alturas sigue experimentando con sus nefastas rotaciones y no tiene todavía un cuadro titular cuando faltan solo cuatro días para enfrentar al campeón Alemania, que puede recetarnos otra goleada de aquellas. Con un equipo sin pies ni cabeza, que no juega a nada, tampoco puedo ser optimista ni con Corea ni con Suecia. Conste que hablo de futbol, no de organización de fiestas.
Así que estoy promoviendo una modesta campaña a fin de prepararnos anímicamente para el más grande de los ridículos. Nada me gustaría más que equivocarme. Pero creo que hay que hacerlo.
Periodista. ddn_rocha@hotmail.com