¿Quién recuerda a Ignacio Comonfort? Su nombre figura entre los presidentes mexicanos del siglo XIX y lo más que podría decirse de él es que su fotografía antecede a la de Benito Juárez.

Muy probablemente así ocurrirá con el lugar que Enrique Peña Nieto vaya a ocupar en los libros de historia mexicana: será mencionado con brevedad y sin mucha sustancia.

Sorprende este epitafio si se atiende a las expectativas que llegó a despertar hace seis años. El hombre que mañana entregará la banda presidencial comenzó su mandato con más del 60% de la aprobación popular.

Dentro y fuera se le aplaudió durante los dos primeros años de su mandato por la claridad de su agenda y, sobre todo, por su capacidad para hacer acuerdos con la oposición.

Desde 1994 ningún presidente había logrado hacer avanzar un programa político tan ambicioso. Las reformas educativa, energética, en telecomunicaciones, electoral, en competencia económica, en transparencia y el resto del paquete mostraron a un gobierno con liderazgo.

El éxito político del Pacto por México hizo que los medios internacionales comenzaran a hablar del nuevo milagro mexicano. No era la primera vez que el país estaba en el centro de los reflectores, pero sí fue uno de los momentos en que la confianza alcanzó umbrales elevados.

Quizá por esta misma razón la caída fue tan escandalosa: el desplome del aprecio por Enrique Peña Nieto ocurrió desde muy arriba y en vertical.

La primera turbulencia fuerte tuvo que ver con el manejo que hizo de la llamada crisis de Ayotzinapa, cuando 43 jóvenes de la normal Isidro Burgos fueron apresados por autoridades locales y luego desaparecieron en manos del crimen organizado.

Este episodio mostró que el Pacto por México y sus muchas reformas transformadoras no habían conectado con una realidad violenta, desigual y autoritaria, prevaleciente en buena parte del territorio nacional.

Exhibió sobre todo la distancia entre el Méxiquito y el Mexicote. El primero es el país que a Enrique Peña Nieto le hubiera encantado gobernar: lo describe el economista Fausto Hernández como el país global, productivo, exportador, que mira al norte, que habla inglés y que en un descuido podría ser potencia económica mundial.

En contraste, el Mexicote no tiene energía para comprender la globalización, padece los salarios precarios y la productividad que decrece, mira al sur, es mayormente pobre y ofrece pocas oportunidades a sus habitantes.

El problema principal radica en que mientras alrededor del 20% de los mexicanos vive en el Mexiquito, 80% lo hace en el Mexicote. Y, sin embargo, el gobierno de Peña Nieto pareció desentenderse del segundo hasta que Ayotzinapa estalló para gritar su existencia: la del México del sur-sureste, el del elevador social descompuesto, el de la ley que no sirve, el de los poderes violentos que gobiernan al margen de la Constitución.

Enrique Peña Nieto no supo qué hacer con este otro país. No fue capaz de construir empatía, proximidad, ni confianza. Peor aún, llegó a mostrarse impaciente y hasta enojado por las exigencias del Mexicote.

Tres errores más en su gobierno terminaron por consolidar la distancia con ese otro país: el escándalo de la Casa Blanca, la invitación a Donald Trump para que visitara Los Pinos y el aumento alevoso de los precios de la gasolina.

El primero exhibió, en palabras de la revista The Economist, que Peña Nieto era un presidente incapaz de entender que no entendía. La Casa Blanca se convirtió en el ejemplo palmario de la ostentación insensible y también de la corrupción impune.

Luego vino la ofensa que significó para muchos mexicanos, de este y el otro lado de la frontera, haber visto a su presidente condescendiendo con un sujeto que hizo carrera política hablando muy mal de sus compatriotas. Por último, vino el alza desmesurada de las gasolinas y el argumento ingenuo de que esa decisión sólo afectaría a los habitantes del Mexiquito.

Ayotzinapa, Casa Blanca, Trump y el gasolinazo son los cuatro momentos de un divorcio profundo entre Enrique Peña Nieto y el país de las mayorías. No deja de ser emblemático que Andrés Manuel López Obrador haya derrotado a sus adversarios haciendo campaña explícita contra el Mexiquito, al tiempo que se reconoció orgulloso de su pertenencia al Mexicote.

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