De todo cuanto propusieron ayer en materia educativa, el presidente Andrés Manuel López Obrador y el secretario Esteban Moctezuma, hay dos puntos que merecen toda la potencia de la lupa: el Servicio de Carrera Profesional del magisterio y el Instituto de Revalorización del Magisterio y la Mejora Continua de la Educación.
Ambas piezas son el núcleo atómico de la nueva iniciativa y claramente responden a un diagnóstico muy distinto del que se tenía en 2013.
La principal diferencia entre una y otra iniciativa es el papel otorgado al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y sus distintas corrientes.
Ayer el presidente López Obrador insistió con que fue un error haber impulsado la reforma dejando fuera a los líderes del magisterio, y con ellos a la base magisterial. También subrayó que la política de evaluación lastimó la dignidad de los docentes.
En contraste, hace casi seis años el tema partió de un puerto muy alejado: se repudió el control excesivo que tenían el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), en concreto su líder, Elba Esther Gordillo, sobre la política de educación básica.
En 2013 el ingreso de un docente al sistema educativo, la obtención de una plaza, o el ascenso en la carrera, eran asuntos donde solo pesaban los argumentos político-sindicales.
A los maestros no les convenía este sistema porque ellos no eran dueños de su materia de trabajo —la docencia—, y porque se imponían sobre su desarrollo profesional criterios distintos a su desempeño dentro del aula
La única manera de liberar a los profesores de esta arbitrariedad fue que el Estado mexicano recuperara el control sobre la política educativa. Entonces se instruyó, desde la Constitución, para que las plazas de los docentes fueran administradas con criterios objetivos basados en la evaluación y otros elementos relativos al mérito.
La instancia para desarrollar esos criterios objetivos, o lineamientos, fue el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación (INEE). Además de entregársele autonomía técnica y de gestión a este organismo se le otorgó autonomía política, justo para evitar que en sus tareas intervinieran presiones sindicales o político partidistas.
En 2018 la iniciativa del presidente López Obrador ha puesto el énfasis en el otro extremo: quiere una colaboración estrecha con los líderes sindicales.
Tal cosa no ha significado históricamente en México que el gobierno esté próximo a los maestros: porque jamás ha habido democracia en el SNTE, cúpula magisterial y magisterio son dos platos que se cocinan por separado.
La iniciativa firmada ayer advierte sobre la cancelación del INEE y, en su lugar, por la puesta en marcha de un Instituto encargado de revalorizar maestros y mejorar la educación.
Si bien el secretario de Educación dijo que las facultades de esta instancia se verían ampliadas con esta contrarreforma, diera la impresión de que al nuevo organismo se le pretende arrancar la autonomía técnica y también la política.
Se anuncia que el nuevo Instituto estará gobernado por un amplio consejo donde, además de maestros, estarán presentes los líderes del sindicato. No se ve posible que ese instituto pueda gestionar evaluaciones técnicas solventes si la cabeza del organismo priorizará argumentos sindicales.
Trágicamente se trata de una batalla ganada, después de muchos años, a favor del liderazgo magisterial, al que nunca le gustó verse evaluado por una instancia especializada, que ofreciera datos objetivos y basados en evidencia científica.
El nuevo Instituto podría fácilmente caer en las garras del clientelismo magisterial y por tanto no revalorizaría a los maestros, ni aportaría a la mejora de la educación.
Por el otro lado, se propone un servicio profesional de carrera magisterial. La idea es potente porque, siendo sinceros, la reforma de 2013 despreció el tema centrándose solamente en los exámenes de ingreso y las evaluaciones.
Sin embargo, ¿cómo es posible echar a andar un servicio como este si las evaluaciones no tienen consecuencias? Los integrantes del Servicio Exterior Mexicano presentan exámenes para ingresar y ascender, lo mismo que los militares o los funcionarios del Banco de México.
Un servicio civil que prescinda de exámenes de ingreso es pura simulación. Lo mismo puede decirse del ascenso: ¿cómo promover a los maestros sin evaluaciones?
Lo peor sería regresar al pasado, donde la lealtad a la cúpula sindical era la única prueba exigida a los maestros. Sería un grave retroceso que los líderes de sección recuperasen la facultad para vender, heredar o regalar plazas, o los ascensos dentro del escalafón.
ZOOM: La realidad de esta reforma se verá en la letra pequeña de las leyes secundarias. Cabe mientras tanto insistir, con López Obrador, que el derecho de los niños a una educación de calidad es el bien máximo y superior del sistema educativo. La revalorización de los maestros es un noble deseo, siempre y cuando se subordine en cualquier circunstancia a este principio fundamental.
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