Hace casi 83 años, el 21 de febrero de 1936, el presidente Lázaro Cárdenas del Río impulsó la creación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), con el objeto de ordenar, bajo un esquema corporativo, al conjunto de organizaciones sindicales que entonces padecían una crisis marcada por la fragmentación.
Vicente Lombardo Toledano fue su primer secretario general, luego Fidel Velázquez se hizo cargo de liderar a este organismo cúpula durante más de cuarenta años.
Al parecer, la convicción de destino histórico de la que abreva la llamada Cuarta Transformación incluye también el capítulo sindical.
El día de ayer nació la Confederación Sindical Internacional Democrática (CSID) integrada por los trabajadores del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República Mexicana y otras organizaciones del sector automotriz. Recibió también el espaldarazo de los líderes de la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) y de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE).
El primer secretario de la nueva CSID es Napoleón Gómez Urrutia, líder minero y senador por Morena. Se trata del Lombardo Toledano que López Obrador eligió para emprender una de las tareas más complejas y difíciles de nuestra época: reformar al mundo del trabajo.
Tiene razón Gómez Urrutia cuando afirma que la mayoría de los sindicatos mexicanos se quedaron en el pasado y sus líderes tienen mucho de pillo y delincuente; también cuando dice que en México prevalece un vacío, provocado por la distancia que hay entre la base trabajadora y la representación sindical.
La inmensa lista de sindicatos falsos —que solo existen en papel— da cuenta de ese vacío.
Resulta sin embargo paradójico que sea Napoleón Gómez Urrutia quien encabece el esfuerzo democratizador de la Cuarta Transformación, a propósito del mundo sindical:
Napoleón que llegó a ocupar la silla de secretario general del sindicato minero gracias a que su padre se la heredó; Napoleón que tuvo que salir del país, no sólo porque se peleó con los patrones de su sector, sino por un manejo cuestionable de los fondos que los trabajadores habían puesto a su cuidado; Napoleón que hoy no sería quien es si el presidente López Obrador no lo hubiera hecho senador.
Apelando al sentido histórico vale decir que entre Vicente Lombardo Toledano y Napoleón Gómez Urrutia hay una distancia biográfica sideral.
Con todo, el discurso con el que la CSID enfrenta a sus adversarios resonó ayer por sus premisas bien reflexionadas: la nueva confederación quiere defender el voto libre de los trabajadores, así como la libertad para elegir sindicato; quiere enfrentar la parálisis y la inacción del sindicalismo mexicano y aportarle una dimensión global que permita conectarlo con otras expresiones más modernas del extranjero.
Quizá esta sea la oportunidad propicia. Declaró hace unos días Gómez Urrutia que “si Morena no hubiera ganado, si el presidente Andrés Manuel López Obrador no hubiera abierto la puerta y hubieran seguido el PRI o el PAN, hubiera continuado la explotación de la mano de obra mexicana.”
Es evidente que, como sucedió en la época de Lázaro Cárdenas, esta iniciativa nace auspiciada desde el gobierno, con la clara intención de acompañar los propósitos presidenciales. Contrasta con este hecho la promesa que López Obrador hizo hace unos días en el sentido de que su gobierno no intervendría en la vida interna de los sindicatos.
ZOOM: ¿Podría democratizarse la vida sindical mexicana sin la acción del presidente? Como dijera alguna vez Graciela Benzunzan, el problema del sindicalismo mexicano es que los vientos de la democracia no han rozado jamás sus puertas. ¿A quién le toca abrirlas?