Las cosas en el país están mal, ni cómo dudarlo. Contrario a lo que predica la propaganda gubernamental, lo bueno casi no cuenta, porque es difícil hallarlo. Corrupción , inseguridad , privilegio, discriminación , abuso, violencia , ilegalidad, incertidumbre y una hila larga de términos emparentados nos traen a todos con necesidad de cambiar.
No hay quien, en efecto, proponga mantener el mismo rumbo para el país. Sin embargo, es posible observar con nitidez tres estados de ánimo muy distintos a la hora de enfrentar nuestra realidad: ira , esperanza y miedo .
Hay quienes estamos frustrados y sin convicción de que las cosas puedan mejorar. Somos los enojados, o peor aún, somos los raptados por la ira que quisiera destruirlo todo, porque sólo así, de las cenizas, surgiría un futuro distinto.
También somos muchos los que no queremos sucumbir ante el desastre, los que, con fe, con argumentos o con ambas armas a la vez, creemos que el cambio sólo puede llevarnos hacia un lugar mejor, hacia un futuro y un horizonte abiertos y más luminosos. Somos quienes, a pesar de todo, abrazamos la esperanza.
Por último, hay que contarnos a los que tenemos miedo. Miedo de perder el patrimonio, miedo a que la inseguridad siga devorando nuestras tierras, miedo a que el país caiga aún más profundo dentro del pozo. Somos los que pensamos que nunca las cosas están tan mal que no podrían ponerse peor.
La inmensa mayoría nos adscribimos a uno de estos tres humores de manera dominante. Por esta razón es que las tres principales ofertas políticas que quieren ganar el poder el próximo mes de julio desarrollaron su propia narrativa a partir de una de estas emociones.
Andrés Manuel López Obrador
nos entiende, como nadie, a quienes experimentamos con intensidad la ira. Por ello insiste en que el país cambiará, de raíz, y no volverá a ser el mismo. Por ello promete luchar “hasta la locura” contra la corrupción. Por eso señala con énfasis los privilegios y el dispendio.
A diferencia de 2012, fecha en que AMLO se presentó como el candidato de la esperanza, en esta ocasión la narrativa elegida por este abanderado es deliberadamente próxima al sentimiento de la ira.
Contrasta el argumento discursivo sobre el que se ha querido montar Ricardo Anaya su retórica. Porque la emoción estaba libre en la paleta de colores y porque su edad no combina con la frustración, el abanderado del PAN-PRD y MC hace todo el tiempo referencias al futuro.
No es todavía claro que este candidato sea el representante de la esperanza, pero es innegable que se esmera en cada aparición pública por parecerlo.
Por último, está el discurso confeccionado para quienes tenemos miedo. José Antonio Meade se decantó con énfasis sobre esta copa. Su mensaje no puede ser más obvio: ¿Meade o el miedo? El ex secretario de Hacienda decidió que en los próximos setenta días dotará de significado a quienes padecemos de ese estado de ánimo preciso.
No cuento con encuestas que puedan decirme cuántos ciudadanos se identifican de manera predominante con alguna de estas emociones: ¿cuántos somos los iracundos? ¿cuántos los esperanzados? ¿o cuántos los miedosos?
Si la mayoría estamos instalados en el primer estado de ánimo, probablemente será AMLO quien consolide su ventaja electoral.
Ahora que, si somos más los esperanzados, cabe imaginar que Ricardo Anaya terminará convenciendo.
El tercer grupo, el de los miedosos, tenemos como abanderado al candidato del PRI. Ciertamente somos menos en esta ocasión, pero si las pesadillas toman vuelo todavía cabe que el priísta mejore su posición en la contienda.
ZOOM
: todos tenemos en la conciencia ira mezclada con miedo y algo de esperanza. Pero hay una sola emoción que va a dominar el día que salgamos a votar. Para no errarle, más vale detectarla desde ahora.