Para inundar las obras del difunto Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) sí sobra el dinero. Por encima de otras muchas, ésta es misión prioritaria: que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, vaya a revivir ese proyecto maldito.
Entrevistado por la reportera Fanny Miranda, Iñaki Echeverría, director general del Parque Ecológico Lago de Texcoco, informó que durante los próximos cinco años la Comisión Nacional del Agua (Conagua) inyectará litros de agua, en cantidades ingentes, para ahogar una obra civil que hasta el año pasado costó al contribuyente más de 17 mil millones de pesos (Milenio, 12/06/19).
La idea es que desaparezca todo: las estructuras, las pistas, la cimentación. El propósito es que a nadie se le ocurra revivir el NAICM. Para cumplir con este objetivo se invertirán, de manera inicial, mil 600 millones de pesos del presupuesto federal.
Para este tema no hay memorándum de austeridad: igual a como hizo Hernán Cortés con sus naves, frente a las playas de Veracruz, don Iñaki hará que naufrague el aeropuerto diseñado por el arquitecto Norman Foster.
El agua servirá para oxidar las varillas, para reventar el concreto de las pistas, para inutilizar infinitamente la obra civil. La intención es conjurar cualquier tentativa de resurrección.
Si en un futuro otro presidente, de otro partido, con otra mayoría y otro gobierno tuviera la peregrina idea de retomar el NAICM, el costo que implicaría sacar de vuelta el agua y recuperar la obra sumergida sería impagable.
La inversión de mil 600 millones es para que se entienda, de una vez por todas, que la decisión de Andrés Manuel López Obrador, avalada por una consulta muy irregular, fue definitiva.
Pero no todo está perdido. Ayer un tribunal federal ordenó a Conagua mantener intactas las obras del NAICM mientras no se resuelvan los 150 amparos promovidos en contra de la decisión de la autoridad.
Se trata de una suspensión provisional mientras los jueces resuelven el fondo de los argumentos reclamados.
Las pérdidas económicas ocasionadas por la cancelación afectan, no solo a la Hacienda pública, sino también a un número considerable de empresas que no han visto todavía satisfecha la compensación ofrecida, ni las promesas de nueva obra que presuntamente tendrán en Santa Lucía.
El expediente se complica aún más porque ese otro proyecto, el de Santa Lucía, está enfrentando también dificultades serias. El mismo tribunal federal ordenó al gobierno detener la construcción hasta que no se cuente con todos los estudios de seguridad aeronáutica.
Se suma a esta orden la que se celebró la semana pasada, en el mismo sentido, a propósito de la manifestación de impacto ambiental.
Esto del aeropuerto parece cada día peor batidillo: mil 600 millones de pesos para ahogar una obra civil con valor de 17 mil millones de pesos porque se decidió construir otro aeropuerto que, por cierto, aún no cuenta con manifestaciones de impacto ambiental, ni de seguridad aeroportuaria.
Y mientras tanto, las actuales terminales de la Ciudad de México saturadas e insuficientes, con capacidades limitadas para mover carga y pasaje, en una capital tan importante como la mexicana.
ZOOM: cuando todos nos ponemos necios, no hay ganso que quiera soportar a otro ganso. A más terco el que no se cansa, más necio el NAICM que no quiere ahogarse en el fondo de Texcoco.
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