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El mensaje que hizo público ayer Elba Esther Gordillo Morales confirma la existencia de un pacto político entre el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, y la líder magisterial.
Sin embargo, al mismo tiempo advierte que este pacto no incluye la reinstalación de Gordillo como presidenta vitalicia del sindicato de maestros, sino la disposición de ambas partes para que el SNTE experimente, por primera vez en su historia, procedimientos democráticos para la selección de sus dirigentes.
La profesora, y también vocera presidencial, expresó sin ambigüedad que los nuevos liderazgos en el gremio debían surgir “del voto libre, incluyente, secreto y universal de todos y cada uno de los trabajadores de la educación.”
También declaró que nadie debería quedar excluido del siguiente capítulo en la vida del SNTE, y que la fuerza en esa organización dependía de su pluralidad.
Ambos mensajes merecen ponderarse con la lupa en la mano: democracia sindical y pluralidad son dos virtudes que el SNTE ha manejado mal a lo largo de su existencia.
No debe haber ingenuidad a la hora de descifrar el mensaje. Este sindicato no ha sido nunca, en estricto sentido, un sindicato. Desde los años cuarenta del siglo pasado el SNTE fue creado como un brazo del Estado mexicano para controlar a la inmensa base de maestros que imparten clases en las escuelas públicas de la educación básica.
Antes de representar los intereses de sus agremiados, ha prevalecido el mandato de sometimiento y disciplina política. Por ello la pluralidad ha sido tan amplia como la subordinación sea respetada: si una corriente se opuso al designio del presidente en turno, gobierno y sindicato se encargaron siempre de aplastarla. Fue el caso de Otón Salazar en los años cincuenta, lo mismo que sucedió con Carlos Jonguitud en los noventa o con Elba Esther Gordillo en 2013.
La tentación ahora es grande para repetir la misma receta. Dado que Juan Díaz de la Torre no es el hombre de moda dentro de la Cuarta Transformación, lo obvio es esperar a que este liderazgo sea también defenestrado por el gobierno que está a punto de tomar posesión.
Pero Elba Esther Gordillo ayer propuso, muy probablemente a nombre del futuro presidente, recorrer un camino distinto: sustituir el liderazgo actual de Juan Díaz —a quien acusó de haber traicionado los intereses magisteriales— no con una nueva imposición, sino con un mecanismo de representación legítima derivado de las urnas.
Si tal cosa fuera sincera la iniciativa transformaría para siempre la relación entre el Estado mexicano y el magisterio.
Es decir que a partir de este ejercicio democrático el gobierno en turno habría de renunciar a la manipulación política y electorera de los maestros y, en revancha, los docentes tendrían, para representarles, auténticos líderes surgidos por la voluntad de sus bases.
Esto significaría también que, a diferencia de otras épocas, la pluralidad no tendría porqué limitarse a partir de criterios relativos a la lealtad. Las expresiones progobierno y también las antigobierno, las facciones regionales, los partidarios ideológicos, las manifestaciones generacionales, los intereses específicos y una miríada amplia de elementos deberían poder contar con un asiento en los órganos de dirigencia, tanto local como nacional, del sindicato.
Suena demasiado bueno para ser cierto y sin embargo, este es el escenario que podría convenir mejor a todas las partes: si Elba Esther y los suyos quieren regresar por sus fueros, si Juan Díaz y sus seguidores no quieren perder su respectivo pedazo de pastel, si la Coordinadora en Oaxaca, Michoacán o Chiapas quiere influir en la política sindical, si los liderazgos seccionales buscan sobrevivir, si las fuerzas magisteriales de oposición quieren jugar, es la democracia sindical en el SNTE la única ruta posible de convivencia.
ZOOM: la democracia sindical sería una experiencia ajena para el SNTE, que jamás ha sido un verdadero sindicato. Si se rompe la política de sometimiento a los docentes, la educación en México podría ver realmente un futuro mejor.
www.ricardoraphael.com
@ricardomraphael