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No podía permitírselo el presidente: habría sido desastroso que el órgano del Estado mexicano responsable de evaluar la política social calificara negativamente los resultados de los principales programas de esta administración.
Probablemente, desde el primer día fue contemplada la salida de Gonzalo Hernández Licona, recién defenestrado secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Explica el presidente Andrés Manuel López Obrador que tardó en materializarse porque otros candidatos se negaron a tomar el puesto, y es que resulta obvio que uno de los requisitos era estar dispuesto a avalar los programas y políticas que, por su diseño, no van a reducir la desigualdad ni acortar la pobreza.
Durante 13 años, Hernández Licona logró sobrevivir en tal cargo, no por su incondicionalidad sino por su solvencia técnica. Fueron muchas las veces que el Coneval mostró y demostró que ciertas políticas o programas no estaban funcionando.
Como ejemplo están las evaluaciones que hizo esa institución a la Cruzada contra el Hambre y que, a la postre, precipitaron su desaparición.
También cabe mencionar el tenso pulso que en su día ocurrió entre José Antonio Meade, entonces secretario de Desarrollo Social, y Hernández Licona, a propósito de la supuesta disminución del número de pobres extremos en el país y, sobre todo, de la metodología para calcularlo.
Hacia atrás en el tiempo, fue el Coneval de Hernández Licona quien advirtió que los programas Oportunidades o Prospera debían sufrir tal o cual mejora.
No hay tacha sobre el comportamiento ético de este funcionario, ni de la institución que encabezó: cada vez que las evaluaciones debían hacerse, se hicieron con rigor y sin miedo político.
No puede decirse que Hernández Licona haya sido un hombre querido por sus jefes, pero logró algo mejor dentro de la función pública y la política: ser respetado. Esas mismas características personales que le permitieron sobrevivir en otros tiempos, son las que ahora le sacaron de la jugada. Llegado el caso, Hernández Licona no se habría tocado el corazón para evaluar negativamente, por ejemplo, los programas Jóvenes construyendo Futuro o Sembrando Vidas.
El Coneval bajo su mando tampoco habría matizado su crítica ante la barbaridad que implicó suspender los apoyos de Prospera a las comunidades mas pobres del país.
Al Coneval también le habría tocado opinar sobre el descalabro que implicó afectar presupuestalmente a las estancias infantiles.
Un reporte típicamente Coneval a propósito de estos programas habría desgarrado el corazón de la política lopezobradorista: si los pobres no son lo primero para esta administración, entonces nada lo es.
En vez de despedir a Hernández Licona, el gobierno optó por sitiar al Coneval. ¿Cómo puede hacer su trabajo un organismo dedicado a realizar evaluaciones si los recursos le son incautados?
¿Cómo podía mantenerse la serie de estudios en el tiempo sobre los distintos tipos de pobreza si el personal responsable de producirlos sufrió un recorte insoportable en su salario?
¿Cómo mantener la calidad de las investigaciones si el gobierno no quiere que se lleven a cabo?
El sitio del Coneval logró su objetivo: para denunciar lo que estaba ocurriendo, Gonzalo Hernández Licona se expresó por escrito y en público, que en esta administración es una forma cada vez más socorrida para renunciar.
Cuatro días tardó en llegar este cese que es muy lamentable para la República.
Ya otros han usado la misma frase: “durante este gobierno se han tenido problemas en las áreas de salud, seguridad, cultura, deporte, entre otras, debido a recortes que no han tenido fundamento y a controles que se han convertido en frenos para el gasto”.
ZOOM: En efecto, el sitio de las instituciones se está volviendo una mala costumbre.