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Antes que narcotraficante, Joaquín El Chapo Guzmán es un formidable maestro de la propaganda. Por eso ocupa un lugar tan destacado en el almanaque de la historia criminal, porque posee un instinto hollywoodense para crecer su personaje en proporciones que ya son míticas.
El hombre de la doble fuga, el protagonista de la serie latinoamericana de Netflix con mayor audiencia, el narco entrevistado por Sean Penn, el amante viejo de la joven señora Coronel, el amigo de Kate del Castillo, el más poderoso, el más sanguinario, el más generoso, el que solía estar en todas partes, el enemigo peligrosísimo.
Fiel a sí mismo y a su talento para producir una fuerte impresión entre sus espectadores, Guzmán Loera volvió escandalosa la primera jornada del largo juicio que acaba de comenzar en Nueva York.
De tal dimensión fueron los fuegos de artificio que el juez decidió regañar al abogado defensor por su demagogia y la falta de pruebas que sustentaran sus dichos.
Bastó con que el defensor Jeffrey Lichtman señalara como beneficiarios del Cártel de Sinaloa a dos presidentes mexicanos, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, para que el ambiente se volviera explosivo.
El juez Brian Cogan reconvino al abogado recordándole que está prohibido mentir en su tribunal. Es decir que esas graves afirmaciones solo serían toleradas en caso de que hubiera evidencia contundente para respaldarlas.
Si El Chapo cuenta con pruebas sobre tan tremendo acto de corrupción, el juez debería permitir que se presentasen y desahogasen; en sentido inverso, si todo son habladurías y marrullería, los nombres de Peña y Calderón sólo habrían servido para ampliar la potencia de los reflectores sobre este juicio.
Por lo pronto El Chapo y sus abogados intentaron inocular la mente del jurado, y también los oídos de la opinión pública, con el argumento de que este mítico criminal podría no ser la cabeza de su organización, sino el engranaje medio de una maquinaria mucho más grande, que le trasciende y supera.
Con este mismo propósito el abogado Lichtman señaló a Ismael El Mayo Zambada, y a su familia, como los verdaderos gerentes de la empresa criminal. Desde el punto de vista jurídico fue genial haber comenzado el proceso con este discurso: El Chapo está acusado de ser el principal responsable de ingresar a Estados Unidos toda la cocaína, la marihuana y la heroína que el Cártel de Sinaloa ha traficado durante los últimos veinte años.
Se le culpa personalmente de haber introducido 155 mil kilogramos de cocaína (138 millones de rayas de polvo blanco).
Ahora bien —hipótesis—, si El Chapo no fuese la cabeza de la empresa, sino sólo un tornillo de la maquinaria, la acusación principal en su contra podría caerse y por tanto la condena sería muy distinta a la demandada por el fiscal.
La narrativa según Lichtman sería como sigue: el narcotráfico en México tiene fuero otorgado desde la Presidencia de México y por tanto es injusto otorgarle tanta importancia y culpa a un peón menor de la partida.
Para echar a andar esta fábula jurídica, y también mediática, es que el martes habrían sido mencionados Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto en el parlamento del abogado defensor.
Fue un acto de propaganda típico de ese prestidigitador que siempre ha sido El Chapo Guzmán.
ZOOM: Ora que, para que el río suene es que algo de agua debe llevar: ¿qué evidencia en manos de Guzmán Loera sí será efectivamente mostrada en este juicio? ¿A qué políticos encumbrados terminará embarrando? La pirotecnia apenas comienza así que vale desde ahora prepararse para los próximos sobresaltos.