Son muchos los que estás dispuestos a hacer cualquier cosa para anular políticamente a Ricardo Anaya Cortés. Cada día crece más la lista de enemigos que quieren verlo, no solo derrotado en las urnas, sino enterrado de manera definitiva.
Ayer la Comisión Permanente del Congreso, a instancias de los representantes del Partido Verde y del PRI, aprobó un punto de acuerdo para exigir a la PGR que, antes de diez días, entregue un avance de las indagatorias que esa institución tiene en contra del candidato de la coalición Por México al Frente.
Es decir que la Procuraduría habrá de argumentar, siete días antes de la elección, si las acusaciones contra Ricardo Anaya tienen sustento. No se necesita visitar el Oráculo de Delfos para profetizar la respuesta de esa institución.
Para el PRI es fundamental que Anaya caiga al tercer lugar de la contienda, y sus dirigentes no han perdido oportunidad para señalarlo como el político más corrupto de la temporada.
Los expedientes en su contra se apilan sobre las mesas de redacción de varios medios y quien los elaboró trabaja y cobra para el gobierno federal.
La penúltima bomba para hacer estallar la opción de Anaya fue la difusión de supuestas grabaciones inculpándolo por lavado de dinero. La última será la publicidad de una indagatoria ministerial que, sin estar terminada ni probada, muy probablemente hará enorme daño.
En este tiempo bajo la metralla, Ricardo Anaya no logró defenderse con contundencia. El hecho de que haya participado en un negocio inmobiliario cuantioso, a propósito de la nave industrial donde está involucrado el señor Manuel Barreiro, lo puso en una situación vulnerable que sus adversarios han utilizado sin piedad.
Hay una primera lección en todo esto: no es posible ser el principal alguacil anti-corrupción, y sobre todo no es pertinente enfrentar al jefe del Estado mexicano, si se tienen negocios difíciles de explicar.
Pero no solo el presidente y su partido quieren ver a Anaya expulsado de la vida política mexicana. Se suman también panistas y ex panistas, que ya calculan la derrota en estos comicios y sobre todo la oportunidad que tendrán para hacerse de la dirigencia del PAN.
Los senadores Roberto Gil Zuarth o Ernesto Cordero, el gobernador Francisco Domínguez, el ex gobernador Rafael Moreno Valle o el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa, entre muchos otros, quieren ver a un Anaya hecho garras, porque entonces se les abrirá grande la puerta para participar en las negociaciones con el futuro gobierno.
A Peña Nieto y los panistas, se suma obviamente Andrés Manuel López Obrador y los morenistas, como enemigos de Ricardo Anaya. Los últimos están conscientes de que, en el hipotético caso de que el queretano quedara a pocos puntos de distancia, el PAN se convertiría en una fuerza incómoda para el nuevo gobierno.
En cambio, la derrota de Anaya dejaría sin dientes a la oposición conservadora, al menos mientras se canibalizan entre sus distintos liderazgos. El calculo es preciso: si Anayín Canallín, como lo apodó AMLO, recibe menos de 20% de la votación, Morena reinará sin contención ni límite en el Congreso y en una vasta geografía de la política local.
Ciertamente son demasiados enemigos y lo peor es que Anaya se mira cada día más solo.
A excepción de Jorge Castañeda, su coordinador de campaña, Diego Fernández de Cevallos, su más combativo defensor, y Santiago Creel, su estratega político, el resto de los integrantes del Frente parecen haber tomado también distancia.
ZOOM: Morena será hegemónica porque las oposiciones se han desfondado: el PRI es merecedor del más alto castigo y, en su intento desesperado por no dejar a Anaya llegar en segundo lugar, ambas fuerzas terminarán juntas y en la misma cuneta.
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