Hace ya más de 30 años, el señor Miguel Álvaro Avelar, un obrero tránsfugo de la industria papelera, tuvo la visión para fundar una empresa con actividades que, para la época y lugar, eran pioneras: el reciclaje de plástico y su transformación en laminas en forma de teja para techumbre. Todo esto se realizaría aislado de financiamientos y fuentes de conocimiento formales. Todavía más, el nacimiento de AVELOP -la razón social de esta empresa- se dio dentro de lo que popularmente se ha llegado a conocer como sector informal. Así pues, no es exagerado decir que AVELOP vio la primera luz a las orillas de la legalidad.

El hecho de que la creatividad, la invención y la innovación también florecen fuera de los laboratorios, de las universidades y de centros de investigación públicos o privados suele ser aceptado. Más difícil, en cambio, resulta para nuestra sociedad -políticos y academia incluidos- admitir que estos fenómenos también pueden devenir del conocimiento tradicional o de aquel otro que se adquiere a través de la experiencia. Es, sin duda, parte de ese clasismo que nos caracteriza (como sociedad) y que espera que las ideas provengan siempre de los referentes occidentales del conocimiento formal.

Pero a pesar de lo denso de nuestra idiosincrasia, la invención que proviene de la base de la pirámide existe y ha sido continuamente reportado en trabajos especializados y es tan potencialmente importante que la India –un país que no se distingue precisamente por su inclusión- en un esfuerzo conjunto entre el gobierno, las universidades y la sociedad civil, ha decidido rastrear estas creaciones, vincularlas al conocimiento formal, fortalecerlas y, llegado el caso, apoyar su financiamiento, su protección intelectual y su comercialización, generando así innovación dirigida a encontrar soluciones a problemas específicos; un esfuerzo que actualmente se refleja en 875 solicitudes ante la oficina de patentes de ese país y que ha encontrado un eco en otros países en desarrollo.

Así pues, todo sumado, no es de extrañar que Álvaro Avelar haya tenido el ingenio para generar una idea localmente innovadora y para construir la maquinaria para llevarla a cabo (incluido un sistema de control automático) la cual devino en un modelo de utilidad registrado ante el Instituto Mexicano de Propiedad Intelectual. Menos probable era que, AVELOP creciese como lo hizo, se formalizase y finalmente se convirtiese en un referente regional por su aportación a la economía de la región y por el empleo directo e indirecto que produce. Este caso de éxito se debe más a la tenacidad y buen criterio de los hijos de Álvaro Avelar que a un contexto institucional y cultural que no favorece el emprendimiento y a la innovación y en donde el 65% de las empresas, de acuerdo con el INEGI, muere antes de los cinco años. En el ámbito académico, el caso es relativamente bien conocido y ha sido reportado en revistas especializadas de difusión nacional.

El próximo gobierno de México debe ir más allá del asistencialismo, el cual se presta a confundirse con la compra de voluntades, y creer más en la inventiva de la base de la pirámide. Tal vez la innovación que de allí proviene no sea, para el criterio que guía los gustos de la sociedad, elegante; pero esto no quiere decir que no sea aprovechable para solucionar problemas específicos. Más aún, la promoción de estas actividades podría ser parte de iniciativas que ayuden a integrar y formalizar pequeños productores y contribuir a generar ecosistemas -a todos los niveles- donde la creación y el aprendizaje se vuelvan una alternativa válida a las actividades criminales las cuales, justo en este momento histórico, activamente descomponen el tejido social de este nuestro país.

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