Más Información
Sheinbaum descalifica reportaje del NYT sobre producción de fentanilo; “no son creíbles las fotografías”, dice
Piden ayuda para padre de Yolanda Martínez Cadena, hallada sin vida en NL; fue picado por araña violinista
Sheinbaum deuncia que el litro de gasolina alcanza los 26 pesos; alista reuniones de gasolineros y Sener para evitar aumentos
No sé usted, pero a mí cada día me cuesta más trabajo procesar lo que ocurre en el país. No solamente por la velocidad con que se suceden las noticias. También por esa sensación de vacío e incertidumbre que provoca el choque entre un esperanzador ideal de cambio para el bien común y la violencia de la realidad que vivimos.
Con un contundente y legítimo mandato de cambio del voto mayoritario, AMLO y su movimiento de regeneración nacional llegaron al poder. Tan han obrado en consecuencia que el país está en medio de un sacudimiento. Aspiran a un cambio de régimen y a un cambio de paradigma económico. El quiebre ha empezado a colapsar los valores y las instituciones que antes daban sentido y equilibrio. Su ausencia nos coloca hoy en el vacío de lo incierto. Abre paso a la angustia: ¿la transformación propuesta funcionará o colocará al país frente al abismo?, ¿AMLO y la sociedad seremos capaces de inventar y consolidar valores e instituciones que al sustituir a las que colapsan sean el nuevo referente de certeza y estabilidad?
Por lo visto la 4T tiene profundidad y entenderla está resultando muy complejo. Quisiéramos, para mitigar la angustia, interpretaciones simplificadas, como niños que bajo el manto protector de sus padres necesitan escuchar que todo va a ir bien, que no hay peligro al acecho.
De esas interpretaciones reduccionistas han echado mano por igual AMLO y su 4T que sus adversarios de una ultraderecha real, existente, poderosa y puesta en pie de lucha.
Aquellos diciéndonos que trabaja en estripar la corrupción y en devolverle al país la seguridad y la paz. Éstos en tildar al gobierno de incapaz e inexperto, en hacer mofa de sus decisiones y en atizar el miedo con el reiterado mensaje de que el país se resquebraja y va directo al despeñadero.
AMLO, en efecto, limpia la casa, pero su combate a los corruptos no ha llevado a la cárcel a ninguno de ellos; reduce sueldos de la alta burocracia pero se lleva entre las patas a trabajadores al servicio del Estado que se desempeñaban honestamente; suspende condonaciones fiscales pero no empuja una reforma progresiva para que paguen más impuestos los que más ganan; ordena apoyos a grupos sociales marginados pero el dinero no fluye por ineficiencias administrativas o errores de operación política; promueve obra pública sin demostrar, con certeza, que es financiable y viable; e insiste que la economía crecerá este año dos por ciento cuando el consenso ha rebajado tal estimación a 0.9 por ciento.
La ultraderecha reacciona no precisamente por razones ideológicas. Más bien porque ha visto tocados sus intereses, porque sin corrupción ya no habrá beneficiosos cochupos y sí un alto riesgo de ir a parar a la cárcel. Reacciona porque ya no les perdonan sus adeudos fiscales y porque no se esfuerzan en comprender que es posible que crecimiento económico y desarrollo convivan.
Entre estas razones está arropado un ya inocultable lance de la ultraderecha que, según advierten algunas voces (evidentemente proclives a la 4T como John Ackerman y Carlos Mendoza), trama un golpe de Estado, no en el obsoleto sentido del uso de la fuerza militar sino en el que algunos teóricos llaman “golpe blando”.
No hay que desechar del todo la posibilidad de que se trate de una justificación del gobierno de la 4T, pero los “golpes blandos” proceden y han ocurrido. El politólogo estadounidense Gene Sharp explica que se llevan a cabo mediante armas psicológicas, económicas, sociales y políticas. Distingue varios pasos en su implementación:
ablandamiento (creando malestar y desesperanza social), deslegitimación (mofas y noticias falsas), calentamiento (movilizaciones callejeras y exigencia de renuncias), rumores (de falsas carestías, de incompetencia gubernamental y de causas judiciales contra gobernantes) y fractura institucional. Ya dieron resultados en Brasil, Paraguay y Honduras.
No es inverosímil que algo así se trame aquí. Es preciso distinguir ese tipo de ataques desestabilizadores de la crítica recta y necesaria. Mucho pierde AMLO con descalificarla argumentando, como lo hizo recientemente al cuestionar el trabajo de “Proceso”, que la prensa debe tomar partido por la transformación. Se equivoca: la prensa militante es cosa del siglo XIX.
“Golpes blandos” y descalificación de la crítica periodística son igual de peligrosos y empujan hacia una ruptura constitucional y democrática que sí nos llevaría al abismo.
rrodriguezangular@hotmail.com
@RaulRodriguezC
www.raulrodriguezcortes.com.mx