Nuestro martes comenzó como todos los 19 de septiembre desde hace 31 años: conmemorando la tragedia del terremoto que arrasó con la Ciudad de México, un jueves a las 7:17:47 hora local, del mismo día y mes que en 1985.

Desde temprano, los noticiarios en radio y televisión solicitaron a la población atender al simulacro. A las 11:00 las alertas sonaron, y ordenadamente, ocupantes de hogares y oficinas salieron a las calles. Todo terminó en poco tiempo.

Pero el infierno se desató dos horas después, a las 13:14:40, cuando la capital se cimbró con un movimiento telúrico de alta intensidad.

Ironía de las ironías: sismo y alarmas llegaron al mismo tiempo. No hubo alerta previa: moros y cristianos corrieron en busca de resguardo, no porque escucharan las alarmas, sino porque techos, muros, lámparas y libros caían o se balanceaban alrededor.

En ocasiones anteriores, los sofisticados equipos del Sistema Sísmico Nacional han sido efectivos: el martes fallaron.

Es falso que el sistema sólo tengan cobertura en las costas del Pacífico. De acuerdo con información oficial del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, A.C., su cobertura incluye “los sismos de la región de la Costa del Pacífico y al sur del eje Volcánico” (entiéndase, la región de Puebla).

¿Y la proximidad? Bueno, pues de acuerdo al mismo SSN, el sismo tuvo una profundidad de 57 km, y un epicentro en Axochiapan, Morelos —a 111 kilómetros de distancia de la capital.

A esa distancia, y a la velocidad de la luz (fibra óptica), la alerta pudo haber sonado en 0.33 de segundo, versus 60 segundos que demoran las ondas telúricas. Es decir, a casi un minuto. Cincuenta y nueve segundos, en los que la gente hubiese podido reaccionar. Crítico contraste que habría podido salvar vidas.

Ahora bien: pongamos las cosas en su debido contexto: el sismo del martes fue de apenas 7.1 grados ¡Enorme diferencia con el terremoto del 85, que fue de 8.1 de magnitud!

¡Diez veces de mayor intensidad que el del martes pasado!

Así que si pensábamos que estábamos preparados para enfrentar una catástrofe similar, queda claro que estamos muy equivocados. A 32 años del 85 y cientos de veces en progreso en tecnologías de la información, es vergonzante nuestra incapacidad de reacción.

Como gobierno y como operadores de telecomunicaciones, ¿qué hemos hecho? Sólo podemos pedir perdón por nuestra incompetencia, revisar nuestras acciones. No es posible estar igual o peor que hace 32 años. Es lamentable, es patético, es traición.

De no ser por aplicaciones como Twitter, Facebook, Whatsapp, Instagram, Telegram, etcétera... accesibles apenas a aquellos con planes de datos móviles, el resto de la población quedó incomunicada.

Desde el sismo y por la tarde, las llamadas celulares de cualquier operador eran imposibles: déja vu del 85. Las redes congestionadas —supuestamente saturadas por usuarios intentando contactar a sus familiares.

No fue sino hasta entrada la noche que los operadores móviles abrieron sus redes de datos para que pudieran ser utilizadas gratuitamente por sus usuarios…

Pero más lamentable aún fue el espectáculo que dieron las autoridades que solicitaban a la población no utilizar las redes, para poder hacer uso de ellas para servicios de seguridad.

Que nos explique el jefe de Gobierno de la Ciudad de México: ¿qué hay de sus video-cámaras? ¿Para qué tanto sobrevuelo de helicópteros? ¿Qué hay de sus redes dedicadas a las que ha destinado miles de millones?

Y del Consejo de Seguridad Nacional demandemos: ¿qué hay de los cuantiosos recursos destinados a la Red Iris para operar en situaciones de emergencia? ¿Y los miles de millones de dólares aplicados a esas redes específicamente diseñadas para estar preparadas para operar en situaciones de emergencia? Que nos expliquen: esos recursos, ¿en donde están?

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