I Juan Rulfo invisible
Por mi madre oí por primera vez el nombre de Juan Rulfo, allá por 1956. Con admiración, emocionada, hablaba de su novela, ya célebre, a un año de su aparición. Hablaba de cómo le habían impresionado los personajes, de Susana San Juan, del tal Pedro Páramo que, decía, le recordaba a su padre, o sea mi abuelo, Bernardo Pimienta, entre otras cosas, porque había nacido en Tenamaxtlán, en la “mismita” región de Jalisco donde había nacido Rulfo, ahí “donde todos eran medio güeros y altotes” porque habían matado a todos los indios; eran tierras de hombres a caballo, hacendados venidos a menos por la sequía y la Revolución”, nos contaba. Tendría yo 11 años de edad; oír sus narraciones me fascinaba, me transportaban a un mundo rural desconocido y mágico.
Mamá nos contaba: “Mi padre Bernardo Pimienta fue una calamidad. Era guapo, alto, parrandero, mujeriego. Tenía gallos de pelea, jugaba a las cartas, comerciaba con el ganado... hizo renegar mucho a mi madre; figúrense nomás, cuando se casó con mi madre ella llevó una dote de 30 mil pesos en monedas de oro y una mina de carbón que tuvo a bien gastársela en pocos años dejando a la familia en ruinas después de haberle hecho siete hijos… luego mi padre nos llevó a toda la familia a emigrar a Los Ángeles, California. Mi padre viajaba mucho, iba y venía a México cuando le daba la gana y a nosotros nos dejó allá del otro lado, mi pobre madre lloraba mucho añorando México”.
Nacida en Tala, Jalisco, en 1915, mi madre era prácticamente bilingüe, vivió en California de 1922 a 1934. Vino de visita a la Ciudad México cuando terminó el high school, conoció a mi padre, Raúl Lavista, se casó en 1936 y jamás regresó a Los Ángeles. Mis abuelos volvieron a México hacia 1948, mi abuelo se fue al pueblo y mi abuela, María, resentida, ya no quiso irse con mi abuelo y se quedó en la Ciudad de México a vivir en mi casa, lo que fue una delicia para mí en mi niñez por su forma particular (rulfiana) de hablar al estilo Jalisco y por las historias que me contaba. El resto de los hermanos de mi madre se quedaron en Los Ángeles para siempre, por lo que tengo un montón de primos hermanos chicanos que ya no hablan español.
Mi abuelo Bernardo murió en 1954 a la edad de 80 años a raíz de que cabalgando en su caballo se había caído y perdido el conocimiento. Mi madre viajó con algunas de sus hermanas al pueblo de Tenamaxtlán, donde lo encontró inconsciente, por lo que pasó una temporada en el pueblo hasta que murió. Estando mi madre en el entierro de mi abuelo, aparecieron unas jóvenes mujeres guapas, enlutadas, que lloraban y que nadie saludaba. “No te azores Elena, son tus medias-hermanas, tú sabes cómo era tu papá de sirvengüenza… ¡Mira que caerse del caballo por andarle presumiendo a las muchachas del pueblo a su edad!”, le susurró al oído maliciosamente una tía.
“El pueblo de Tenamaxtlán se parece al Comala de Juan Rulfo, hay muchos fantasmas que rondan con sus historias, por eso me gusta tanto leer Pedro Páramo, despierta mis sentidos”, solía decirnos.
Luego la novedad fue que al poco tiempo Juan Rulfo vino a casa para entrevistarse con mi padre. Lo llevó la bailarina Waldeen, quién tenía la idea de que mi padre, el compositor Raúl Lavista, le escribiera la música para un ballet inspirado en Pedro Páramo, proyecto que no se llevó a cabo, no sé por qué, pero que dio pie a que Rulfo frecuentara a mi padre para oír música durante una época. No lo conocí entonces, sólo seguí oyendo a mis padres, y a muchas otras personas, hablar de él con admiración.
Pasé a crecer deseando a toda costa ser fotógrafa. Entre 1965-67 estudié la carrera de cine, perteneciendo a la primera generación de alumnos, en el C.U.E.C. ( Centro de Estudios Cinematográficos), escuela formada por Manuel González Casanova en la UNAM.
Conseguí entonces, con mi juventud a cuestas, ávida de sueños por realizar, mi primer trabajo relacionado con mis intereses, fungiendo como asistente o achichincle de producción en la compañía Cine-foto, de los fotógrafos Antonio Reynoso y Rafael Corkidi, en donde lo mismo se producían documentales, largometrajes experimentales que fotografías y comerciales publicitarios. En una pequeña oficina, enclavada en medio de un gran foro, habían colgada; montadas en bastidores, una serie de fotografías en blanco y negro de pequeño formato de tema rural. Pregunté de quién eran y averigüé que eran las fotografías de still de la película El despojo, que recién habían terminado en Cine-Foto, dirigida por Antonio Reynoso. Un interesante medio metraje con historia y guión de Juan Rulfo, de la cual hablaban con mucho orgullo mis jefes, Corkidi y Reynoso, pues había sido para ellos un triunfo poder hacerla de manera independiente con muy pocos recursos económicos. Antonio Reynoso, quién hablaba con verdadera devoción de Rulfo, fue el alumno predilecto de don Manuel Alvárez Bravo, quién literalmente recuerdo que me dijo: “¡Caray Paulina, este Antonio sí es requete-buen fotógrafo, ¿no le parece a usted?”
Fue este mi segundo encuentro con el nombre de Juan Rulfo sin que se hiciera visible ante mis ojos el escritor jalisciense, tan elogiado por todos. (Continuará...)
***Foto: El escritor Juan Rulfo; 7 de noviembre de 1970. (CORTESÍA PAULINA LAVISTA)