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No deja de ser azaroso que en un par de curiosas circunstancias me hayan considerado hija de dos de mis más grandes gigantes musicales. En mi artículo anterior conté que mi nariz de perico provocó que los amigos de mi padre, al conocerme recién nacida, le jugaran la broma de que yo, en realidad, era hija del gran músico Igor Stravinsky.
Sin embargo se suscitó que otra paternidad me fuera atribuida, según me contó el escritor José de la Colina, nada menos que por Luis Buñuel, a quién admiro como el mejor director de cine en español.
Mi verdadero padre, Raúl Lavista —conocido por mis pacientes lectores a lo largo de ya casi seis años de publicar quincenalmente esta columna—, fue uno, si no el mejor de los compositores de música para cine que ha dado este país. Mi papá musicalizó 370 películas y trabajó con los más importantes directores de cine nacional e internacional de 1934 hasta su muerte, en 1980. Entre muchos otros directores, fue el músico favorito de Julio Bracho, Alejandro Galindo, Juan Bustillo Oro, Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, etc. De Luis Buñuel en México musicalizó: Susana, carne y demonio (1950), Una mujer sin amor (1951), El bruto (1952), Abismos de pasión (1953), El río y la muerte (1954), El ángel exterminador (1962) y Simón del desierto (1964).
La anécdota de Pepe de la Colina. Estábamos platicando en los Estudios Churubusco con Buñuel un grupo de amigos y admiradores cuando pasaste junto a él en minifalda y llamaste su atención, por lo que Buñuel preguntó: “¿Y quién es esa chica de minifalda a quién saludasteis?” Le contestamos que eras la hija de su músico de Abismos de pasión. Con gran exclamación Buñuel, azorado, preguntó: “¡¿Cómo, es hija de Wagner?!” —No, cómo crees, es hija de Raúl Lavista— le contestamos carcajeándonos de la risa, a lo que Buñuel exclamó: “¡Caramba, muchachos, me habéis asustado mucho!”
Resultó que precisamente en la película Abismos de pasión —que es la misma historia de Cumbres Borrascosas, pero con Lilia Prado—, Buñuel le pidió a mi padre que escogiera pasajes de Tristan e Isolda, de Richard Wagner: mi padre se limitó a los deseos de Buñuel, el director, y en esta película no escribió la música, solamente dirigió y grabó con la orquesta la música de Wagner, por eso su confusión.
Mi padre de verdad era además, como ya he contado, un gran melómano poseedor de una gran discoteca. Para él era un placer compartir sus discos y enseñar a los jóvenes a escuchar y apreciar la música de los grandes maestros. Yo caí redonda en mi adolescencia y fui totalmente seducida por esa gran música, dejando de lado al rock and roll que mi generación bailaba. En 1965 hice mi primer viaje a Europa, tenía yo 20 años de edad y mi padre me llevó al Festival Wagner en Bayreuth. ¡Ha sido la mejor experiencia musical de mi vida! hasta hoy. Fueron 15 días extraordinarios viendo y oyendo a los mejores cantantes interpretando: El buque fantasma, Lohegrin, La tetralogía (El oro del Rhin, La Valquiria, Sigfrido y El Ocaso de los dioses) y Parsifal.
Nos acompañaron mi gran amiga Ivonne Notholt y Lourdes Canale, la hermana de Ernesto de la Peña, con quienes aparezco en la fotografía que acompaña este escrito. Por las mañanas, mi padre nos contaba la historia y nos explicaba la importancia musical de Wagner y nos entusiasmaba. Yo ya era una wagneriana de hueso colorado y aprecié cada momento.
Estando en la pequeña ciudad de Bayreuth durante el festival, en un descanso de dos días, una mañana compramos un periódico en inglés para enterarnos qué pasaba en el mundo fuera del ámbito wagneriano, en el que estábamos inmersos. Leí el encabezado que decía: “Cien mil personas reciben a Los Beatles en Nueva York”, y yo no sabía quiénes eran. Ivonne me instruyó: “Son famosísimos, tocan rock, son ingleses, se peinan chistoso”, dijo.
***Foto: Del álbum familiar durante el Festival de Wagner en Bayreuth, Alemania. Octubre de 1965. Paulina Lavista, Raúl Lavista, Lourdes Canale e Ivonne Notholt. (CORTESÍA PAULINA LAVISTA)