Me enteré de la triste noticia de la partida al viaje sin retorno del gran pintor Rafael Coronel, un amigo entrañable que apareció en varias etapas a lo largo de mi vida. Tenía yo mucho tiempo sin verlo. Rafael, desde hace muchos años, vivía en Cuernavaca por lo que la lejanía fue un factor definitivo para el distanciamiento, sin embargo guardo gratos recuerdos de nuestra esporádica amistad.

Lo conocí alrededor de 1958 cuando tenía yo 13 años. Era hermano de otro gran pintor, Pedro Coronel, amigo cercano de mis padres; se introdujo en el círculo de los personajes que asistían a las tertulias musicales que mi padre ofrecía algunos domingos en un open house para que los amantes o interesados en escuchar la música de los grandes compositores disfrutaran de la célebre discoteca de mi papá, el músico Raúl Lavista.

Era yo entonces adolescente por lo que ya se me permitía estar en las tertulias. Debo aclarar que éstas empezaban alrededor de las cinco de la tarde hasta las diez de la noche aproximadamente y no se bebía alcohol, solamente té, café y bocadillos. Las obras musicales, era exigencia de mi padre, debían oírse completas, así fuera una ópera, sinfonía o concierto. Entre disco y disco se armaban buenas discusiones entre los intelectuales o se hablaba de la obra a escuchar que mi padre explicaba a los oyentes.

Asistían muchos personajes ya famosos y distinguidos a los que fui conociendo y también muchos jóvenes de entonces ávidos de conocimiento, entre los que cuento a Rafael Coronel. Para mí era maravilloso el mundo del arte que se abría a mis incipientes ojos en esos años finales de los 50. Entre los jóvenes escuchas que se conocieron en mi casa se iniciaron grandes amistades que han perdurado toda su vida. Rafael Coronel conoció así a Arnaldo Coen, su gran amigo; Ernesto de la Peña conoció a Mario Lavista; yo conocí, a mi vez, a Salvador Elizondo, quien diez años después sería mi esposo, etc.

Yo naturalmente, por mi corta edad, era muy tímida y según lo recuerdo el joven Rafael Coronel también era tímido y, como yo, hablaba poco. Rafael era un hombre joven, guapo, altote, como decía mi madre, esbelto y siempre muy afable, quien respetuosamente, al igual que yo, se limitaba a poner atención a todo lo que pasaba.

Mis padres también eran invitados a diversas reuniones en casa de sus amistades. Un día llegaron de una fiesta, a la que yo no fui invitada, comentando que se había armado una zacapela terrible en casa de su amiga Alicia Rodríguez, y que Salvador Elizondo y Rafael Coronel se habían agarrado a golpes, y que Elizondo, chaparrito y picoso, le había sacado el mole, o sea sangre, de las narices a Rafael Coronel. Mis padres decían que era culpa del consumo con exceso de alcohol que siempre despertaba las malas pasiones. Resultó que al día siguiente llegó Rafael a casa de mis padres, al mediodía, para disculparse o aclarar lo que había pasado la noche anterior. Rafael traía en la mano un dibujo o grabado de su autoría montado en una cartulina que estaba manchada con su sangre, y al verme, en un gesto inusitado, me regaló su dibujo ¡¡¡A MÍ!!!, una adolescente insignificante de 14 años. Y fue para mí una gran emoción pues fue la primera obra de arte que poseí en mi vida, además doblemente valiosa por estar manchada con la sangre del pintor.

Más adelante Rafael se casó con otra gran amiga de mis padres, Ruth Rivera, hija del gran Diego y al año siguiente, o algo así, nació su hijo Juan. Entonces mi madre fue a visitar a Ruth, con motivo del nacimiento de su bebé, y me permitió acompañarla. Recuerdo las manos de Ruth que eran hermosísimas, grandes y alargadas, capaces de sostener con una sola al niño recién nacido. Rafael se veía encantado y feliz… (continuará)


***Foto: El pintor y coleccionista Rafael Coronel falleció el pasado martes a los 87 años. (CORTESÍA: PAULINA LAVISTA)

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