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“La mayoría de ustedes saben que soy una chica feliz, sonriente y enérgica. Pero últimamente... me he sentido un poco triste y por más que intento callar la voz en mi cabeza, ella grita más fuerte.
Ya no tengo miedo de contar mi historia. Yo también soy una de las muchas supervivientes que fue sexualmente abusada por Larry Nassar”. Así abrió la multimedallista olímpica Simone Biles la carta con la cual dio a conocer ser una víctima más de abuso sexual.
Impactante ¿verdad? Esto no es de hoy. El acoso y abuso sexual existe desde hace muchos años, y en un sector que se une a la campaña #YoTambién, la cual volvió a tomar fuerza en el 2017, cuando varias víctimas tomaron la decisión de no quedarse calladas, de no seguir viviendo atormentadas y, lo más importante, de impedir que esto suceda más.
El impacto social ha sido tremendo. Involucra no solamente a quienes han sido víctimas. Entre mayor espacio ha ganado la mujer en distintos ámbitos, también ha ganado ser propensa a convertirse en el objetivo.
La dinámica misma del deporte eleva el riesgo de ser víctima de acoso y abuso sexual. Las relaciones establecidas entre deportistas y sus entrenadores van más allá de la simple actividad que desarrollan, ya que se integran otros aspectos de la vida del atleta que crean vínculos cercanos capaces de crear entornos de vulnerabilidad.
El Comité Olímpico Internacional tiene conocimiento al respecto. Hace 10 años dictaminó la primera Declaración al respecto, en la que afirmó —en un consenso— que el acoso y abuso sexual en cualquier deporte se han presentado con el paso de los años con mayor frecuencia.
A través de una investigación, el COI advirtió sobre las afectaciones que podría sufrir una atleta, tanto en lo mental como en lo físico, dando lugar así a un rendimiento deportivo menor provocado por enfermedades psicosomáticas, como la ansiedad y la depresión, que las orillan a guardar eternos silencios al respecto.
Simone Biles y las “Final Five” fueron reconocidas mundialmente por su actuación en los Juegos Olímpicos de Río. Hoy vuelven a ser noticia, no una de las que da gusto hablar, pero han levantado la voz; sí, no han sido las únicas, muchas otras vivieron experiencias similares, vivieron atormentadas y amenazadas por truncar sus carreras deportivas, y muchas otras creyeron que era una barrera más que enfrentar para obtener la gloria deportiva.
“Ahora sé que no es mi culpa... No, no fue mi culpa... Me he prometido a mí misma que mi historia será mucho más grande que esto... Nunca me rendiré”, finalizó Biles, convirtiéndose en la voz, no solamente de las deportistas que han sido víctimas, también en la de millones de mujeres que han tenido que callar sin encontrar la valentía de hacerse escuchar.
deportes@eluniversal.com.mx
Ya no tengo miedo de contar mi historia. Yo también soy una de las muchas supervivientes que fue sexualmente abusada por Larry Nassar”. Así abrió la multimedallista olímpica Simone Biles la carta con la cual dio a conocer ser una víctima más de abuso sexual.
Impactante ¿verdad? Esto no es de hoy. El acoso y abuso sexual existe desde hace muchos años, y en un sector que se une a la campaña #YoTambién, la cual volvió a tomar fuerza en el 2017, cuando varias víctimas tomaron la decisión de no quedarse calladas, de no seguir viviendo atormentadas y, lo más importante, de impedir que esto suceda más.
El impacto social ha sido tremendo. Involucra no solamente a quienes han sido víctimas. Entre mayor espacio ha ganado la mujer en distintos ámbitos, también ha ganado ser propensa a convertirse en el objetivo.
La dinámica misma del deporte eleva el riesgo de ser víctima de acoso y abuso sexual. Las relaciones establecidas entre deportistas y sus entrenadores van más allá de la simple actividad que desarrollan, ya que se integran otros aspectos de la vida del atleta que crean vínculos cercanos capaces de crear entornos de vulnerabilidad.
El Comité Olímpico Internacional tiene conocimiento al respecto. Hace 10 años dictaminó la primera Declaración al respecto, en la que afirmó —en un consenso— que el acoso y abuso sexual en cualquier deporte se han presentado con el paso de los años con mayor frecuencia.
A través de una investigación, el COI advirtió sobre las afectaciones que podría sufrir una atleta, tanto en lo mental como en lo físico, dando lugar así a un rendimiento deportivo menor provocado por enfermedades psicosomáticas, como la ansiedad y la depresión, que las orillan a guardar eternos silencios al respecto.
Simone Biles y las “Final Five” fueron reconocidas mundialmente por su actuación en los Juegos Olímpicos de Río. Hoy vuelven a ser noticia, no una de las que da gusto hablar, pero han levantado la voz; sí, no han sido las únicas, muchas otras vivieron experiencias similares, vivieron atormentadas y amenazadas por truncar sus carreras deportivas, y muchas otras creyeron que era una barrera más que enfrentar para obtener la gloria deportiva.
“Ahora sé que no es mi culpa... No, no fue mi culpa... Me he prometido a mí misma que mi historia será mucho más grande que esto... Nunca me rendiré”, finalizó Biles, convirtiéndose en la voz, no solamente de las deportistas que han sido víctimas, también en la de millones de mujeres que han tenido que callar sin encontrar la valentía de hacerse escuchar.
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