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Tuvieron que pasar tres años para que se atrevieran a contar su historia. Me la comparten con miedo. Aún les cuesta mucho confiar. Los niños Cuadrilla llegaron al albergue Casitas del Sur en 2005. Recuerdan haber vivido ahí maltratos por sus cuidadores y adoctrinamiento por parte de personas de la Iglesia Cristiana Restaurada. Pero lo peor fue cuando la directora, Elvira Casco Majalca, estuvo a punto de vender al menor de los tres hermanos.
El negocio que pretendía hacer con Brian no se concretó porque en octubre de 2008 hubo un cateo por parte de las autoridades y se descubrieron los atropellos que ocurrían en el albergue. Poco después, unas personas de la Congregación sacaron de Casitas del Sur a los hermanos Cuadrilla, a Ilse Michel Curiel y a otros niños. Les dijeron que los llevarían a pasear, pero los trasladaron de madrugada y escondidos a una casa en la que estuvieron tres meses. De ahí los llevaron a otra casa y a otra más. Siempre de noche. Siempre a escondidas. Poco a poco fueron llevándose a los otros niños hasta que sólo quedaron los hermanos Cuadrilla, que vivieron los siguientes tres años recluidos en un sótano.
No podían salir para nada, si alguien ajeno a la congregación llegaba a la casa los dejaban sin comer. Tenían que permanecer en silencio y con las luces apagadas. No les permitían ni usar el baño para que no hicieran ruido.
Vivían llenos de temor. Les decían que su familia quería lastimarlos, que no tenían a dónde ir y que, en caso de escaparse, terminarían separados. Así que no pensaban siquiera en la posibilidad de irse. Si alguien detectaba su presencia, los llevaban a otro lugar. Todos usaban nombres falsos, tanto los niños como quienes los cuidaban. Los llevaron a Cuernavaca. Ahí estuvieron en dos diferentes casas hasta que uno de ellos dijo a sus captores que ya no estaba dispuesto a seguir escondido. Que se escaparía las veces que hiciera falta. Ya no eran niños, ya no resultaría tan fácil convencerlos y engañarlos. El 18 de noviembre de 2013 los liberaron. Les dieron algo de dinero para tomar el autobús a Hidalgo. Recordaban vagamente la dirección de su familia. Preguntando, lograron reencontrarse con su mamá.
Ese mismo día fueron a la PGR. Contaron todo lo que habían vivido. A partir de eso, empezaron a aparecer los otros menores que también habían estado ocultos. Acudieron durante meses a declarar hasta que en la Procuraduría les pidieron no contar nada a nadie. Guardaron silencio durante cinco años de clandestinidad obligada. Ya libres, la autoridad federal les pidió también callarse. ¿Por qué? ¿A quién protegen? ¿A quién interesa mantener este terrible caso en la oscuridad?
HUERFANITO
. Para supervisar adecuadamente los albergues se requiere un registro nacional de esos centros de asistencia. El procurador federal de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes del DIF, Luis Enrique Guerra, asegura que están en ese esfuerzo desde 2014. Esperan que quede listo el próximo año.
Esos menores son responsabilidad del Estado. Si no pueden contarlos, difícilmente podrán cuidarlos.