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Que el presidente Andrés Manuel López Obrador es un político intuitivo, sensible y perspicaz, nadie lo duda. El objetivo, persona o cosa a la que enfoca su atención, o sea su target, lo preestablece siempre.
Que es un líder carismático, considerado en el más amplio sentido del tipo ideal weberiano, por lo cual la gente lo sigue a pie juntillas, se evidencia todos los días. Hay quienes incluso lo han mitificado.
Que la legitimidad que le otorgan los 30 millones de votos con los que fue encumbrado, le da un margen de actuación pública como a ninguno de sus antecesores, es incuestionable.
Que su status de legalidad le permite tomar cualquier decisión en todas las esferas de la vida nacional, es inobjetable. ¡Pero…! ¿Pero hasta cuándo puede seguir gobernando con el estilo que lo ha comenzado a caracterizar, en el que se evidencian algunos errores tan innecesarios como injustificables? El efecto que han causado es una voz de alerta que no debe desestimar. El costo sería el desencanto, el disenso y un nada improbable rechazo. Una eventual desilusión social sería catastrófica.
El abucheo de una masa anónima en el nuevo estadio de beisbol, que responde a la sentencia de Maquiavelo de que “altaneros en montón, son cobardes uno a uno”, es una luz amarilla. Es la evidencia, que se refleja en otros ámbitos, de que su popularidad tiene un inevitable componente de hostilidad.
Esta se desbordó por las cartas que envió al rey de España y al Papa, demandándoles que ofrezcan disculpas a los pueblos originarios, esclavizados por la despiadada e inclemente Conquista. Si con eso comenzó el declive de la aceptación que reflejan las encuestas por sus primeros días de gobierno, se verá en las próximas muestras.
Pero con independencia de estas y de su estilo particular de hacer política, que mientras buscó la Presidencia fue altamente efectivo y eficaz y le redituó mucho, es indiscutible que debe auxiliarse de herramientas y metodologías básicas para ejercer el poder. Tiene que asumirse plenamente como el Jefe de Estado y de gobierno que es.
Por el apasionamiento con el que se le han entregado millones de personas, dado lo mucho que esperan de él, no debe exponerse cada día hablando de cualquier cosa, lanzando acusaciones o haciendo señalamientos a diestra y siniestra. Esa actitud es típica del hombre líquido aristotélico, con la cual se expone a perder, antes que a ganar. Más, cuando de la mayor parte de lo que ha hecho mirando a posicionar su Cuarta Transformación, no se ha traducido en resultados. Inseguridad-violencia y corrupción-impunidad galopan imperturbables.
La falta de resultados tangibles y convincentes de su gobierno, hasta ahora, pueden combinarse peligrosamente con sus errores verbales y algunas de sus acciones o decisiones, y llevarlo a empezar a perder aceptación y credibilidad, susceptibles de derivar en una desconfianza y confusión más profundas.
Si bien la sociedad ha puesto a Andrés Manuel López Obrador en un pedestal y debe sostenerlo, él no puede eludir su deber de hacer lo que le corresponde. Pues la fidelidad política no es para siempre.
SOTTO VOCE... La UNAM admitirá sólo a uno de cada diez aspirantes a licenciatura mientras la UAM va para dos meses de huelga. ¿No son esos asuntos más importantes que un juego epistolar extemporáneo?… Lamentables, los enfrentamientos estériles al interior de Morena. Sería muy positivo que hubiese consenso en favor de su dirigente, Yeidckol Polevnsky… Si la CNTE es capaz de paralizar el Congreso, es porque no se aplica la ley. A ver hasta cuándo aguanta el país con esa concesión… La diputada federal Gabriela Cuevas es la más faltista. No cumple sus deberes. ¿Así agradece las consideraciones que inocente y equivocadamente le ha otorgado Morena?