La advertencia está hecha. No debe ser desoída. Es una oportunidad de vida que no puede ser desaprovechada. No la ha exteriorizado un neófito o aventurero. No tiene afanes protagónicos. En sus palabras, esta es su voz de alerta:

“Alrededor de 270 mil edificios están asentados en la zona de alto riesgo sísmico en la Ciudad, y de ocurrir un temblor con fuerza similar al de 1985, se presentarían daños del 85 al 90% en esa infraestructura”.

El señalamiento ha sido formulado por director general del Instituto para la Seguridad de las Construcciones, organismo descentralizado del gobierno la Ciudad de México, Renato Berrón Ruiz.

Con un amplio conocimiento de su materia y la enorme responsabilidad de dirigir un organismo dependiente de la Secretaría de Obras Públicas de la CDMX, ha dejado en claro, muy a tiempo, que un nuevo movimiento telúrico —imprevisible científicamente—, como el de hace 32 años, afectaría toda la Delegación Cuauhtémoc y casi en su totalidad las de Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza e Iztacalco, franja que abarcaba el antiguo Lago de Texcoco.

Esos escalofriantes datos no son para desestimarse ni soslayarse. No pretenden alarmar. Son previsiones no en relación sobre si va o no va a darse otro sismo de proporciones colosales, sino la presentación de un cuadro de la realidad que hay que atender como prevención de una tragedia mayor a la que sufrimos hace más de tres décadas, replicada casi puntualmente —por fortuna en menor magnitud trágica—, el pasado 19 de septiembre.

Para no echar en saco roto el aviso de Berrón Ruiz, hay que recordar cuánta gente se mueve y realiza sus actividades cotidianas en las demarcaciones amenazadas.

Cuauhtémoc, Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Gustavo A. Madero, Venustiano Carranza e Iztacalco, son casi la mitad de la Ciudad de México. Millones de personas trabajan y/o residen en esa zona. Millones transitan por ellas. En la primera, se asientan las sedes de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Entre todas, suman miles de construcciones de todo tipo. Y sobre muchas, pesa la ira de la naturaleza, su imprevisibilidad, la violencia de un posible terremoto.

Si en 1985 pudimos levantarnos, si el siete de septiembre la sacudida de 8.2 grados dejó indemne la Ciudad, y si doce días después y pese a las dolorosas pérdidas de vidas e infraestructura ha recomenzado la recuperación con la acción de un gobierno en todos sus niveles que ha mostrado reflejos para reaccionar adecuadamente junto a una sociedad extraordinariamente participativa y solidaria, en otro momento… quizá no vuelva a ser lo mismo.

Si por ahora pudiera servir como consuelo el señalamiento del titular del ISC de que a pesar de que el sismo de 8.2 grados Richter del pasado día siete no tuvo la fuerza suficiente para poner a prueba realmente a la Ciudad porque sólo alcanzó una quinta parte de la aceleración que tuvo el de hace 32 años, lo que se debe hacer al respecto es actuar de inmediato como medida preventiva.

Frente a ese desafío, las autoridades tienen un enorme compromiso. Es su deber ineludible iniciar un proceso de revisión de todos los inmuebles, establecer reglamentos mucho más rígidos para autorizar las licencias de construcción, rigorizar la calidad de los materiales, evitar que la corrupción y la negligencia que habitualmente se da en ese ámbito dejen de ser, por la seguridad de todos, una práctica regular de la que algunos sacan provecho.

Porque como previene Renato Berrón Ruiz, “bastará con un sismo con 80% de la fuerza que tuvo el de 1985 para conocer qué tanto han servido los nuevos reglamentos y materiales de construcción… y quién sabe que tan librada salga la Ciudad (porque) hay muchos puntos vulnerables”.

La identificación de Fortalezas y Oportunidades; Debilidades y Amenazas, conocidas como FODAS, son una práctica regular en casi todo tipo de empresas del mundo globalizado. Para nuestro caso, atormentados y amagados por una Naturaleza iracunda e imprevisible, deben servir de algo. Y en la medida de lo posible, es inevitable apelar a ellas.

El formidable espíritu de solidaridad, generosidad y altruismo que han despertado las grandes desgracias nacionales, sustento de una cultura de sobrevivencia y encuentro social, en una vertiente, y de reencuentro de la población con sus gobernantes por otra, son lo mejor que podemos construir juntos. Sólo ese muro, fundado en la conciencia y reforzado por la movilización y la generosidad, será capaz de resistir cualquier embate.


SOTTO VOCE… Roberto Calleja, discípulo y cómplice del “chilorio apestado”, debería renunciar por decencia y dignidad a su “coordinación operativa”, donde sólo nada de muertito para conservar el cargo y jubilarse. Como aficionado a la fiesta brava, habrá que recordarle que, solita, se le cayó la coleta… Aun cuando el país vive en un estado de emergencia y confusión, algunos pillos que lo han saqueado, como Roberto Borge y Roberto Sandoval, no escaparán a la acción de la justicia. El ex gobernador de Quintana Roo será extraditado en breve de Panamá, y el de Nayarit, según se prevé, será detenido en cualquier momento… El jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, ganará mucho en sus aspiraciones presidenciales con su decisión de dejar su cargo hasta que se haya normalizado la situación actual… Loable sensibilidad de Fernando Landeros, de suspender el Teletón y destinar todo lo recaudado por boteo para ese fin, a ayudar a tantos mexicanos en desgracia.

ombeluniversal@gmail.com
@mariobeteta

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