A dos semanas de que el primer presidente electo de la izquierda moderna en México asuma el poder, la sociedad se encuentra entre esperanzada y desconcertada. Esto, por lo que le ha visto en el interregno de su triunfo y su asunción, y aquello por los factores que la indujeron a darle un triunfo amplio, contundente e inobjetable.
La ciudadanía optó por un cambio de fondo en las últimas elecciones por la experiencia que le dejó por años un partido que, si bien le procuró importantes beneficios, también la sometió a una relación vertical, autoritaria y antidemocrática.
Con base en las peores prácticas políticas, el PNR-PRM-PRI, se recreó en el poder durante 70 años. Las redes que estableció con todos los micropoderes estuvieron regidas por una sola voluntad: la del presidente en turno.
Por un tiempo ese poder institucional cuasi único y absoluto en lo personal, vio por el bienestar de la sociedad; recrearon y mejoraron instituciones y leyes y en buena medida atendieron los problemas. Se apegaron a los principios de la Revolución y la Constitución, que luego abandonaron.
La reedición de las cuestionadas formas de hacer política hartaron a la gente, mientras sus problemas se agravaron. La inconformidad se acentuó en paralelo con el fortalecimiento del sistema de partidos y de tímidos intentos por mejorar la democracia.
Estos y otros factores llevaron al país a la alternancia en el 2000. Pero los gobernantes panistas, que tanto prometieron, fueron un fracaso. Las condiciones de vida de millones de mexicanos empeoraron al extremo.
El conocimiento y el recuerdo de un PRI en sus expresiones sociopolíticas estelares, de cumplimiento de las demandas colectivas, permitieron el regreso de ese partido en 2012. Pero sólo para que la desilusión colectiva se ahondara y se ratificara por los errores del pasado que se creían superados.
Reprobados en el poder, los partidos más antiguos fueron despreciados en las urnas. Se dio paso a la última fuerza política por probar a nivel presidencial.
Con años de lucha, con una perseverancia innegable, Andrés Manuel López Obrador fue entronizado por 30 millones de ciudadanos. Él fue la oportunidad, quizá la última, antes de un posible colapso de haber seguido en la vertiente partidista-político anterior, para rehacernos como sociedad y como país.
¿Cómo se ha visto esa oportunidad después de los comicios? ¿Cómo se contempla a los pocos días de que empiece a ejercer el poder en toda su magnitud, con toda la fuerza y los recursos que le son propios?
Algunas de las decisiones que ha tomado y/o inducido en el Congreso o por otros medios, han despertado preocupación y desasosiego.
En esta línea se encuentra la cancelación del aeropuerto de Texcoco con base en una consulta irregular; en aquélla, el anuncio de eliminar o limitar las comisiones bancarias. El resultado ha sido innegablemente desastroso.
Esta semana anunció su Plan Nacional de Paz y Seguridad, en cuyo eje está la creación de la Guardia Nacional, que será conformada por policías navales, militares y judiciales. Las reacciones de desacuerdo fueron inmediatas. Los temores de distintos actores y sectores son insoslayables.
Esa actuación se ubica sociológica, política e históricamente en el concepto de la temeridad. Ésta, definida por Aristóteles en el siglo IV A. C. e inalterada desde entonces, se define como el impulso irracional e impensado al hacer las cosas; cualquier cosa, sin calcular los resultados ni las consecuencias.
Esgrimida por los gobernantes en aras de demostrar una falsa y fugaz omnipotencia, la temeridad suele producir resultados catastróficos. Para ellos. Pero sobre todo para sus gobernados. Esa falta de ética en la conducción de un Estado es inmoral a inadmisible.
Ante la temeridad, la templanza, otra categoría establecida por El Estagirita que se mantiene igualmente inamovible y que debería ser una especie de credo para todos los políticos, muchos de ellos exaltados e iracundos contra quienes los encumbraron.
La templanza, virtud producto de actuar entre la falta y el exceso, deriva en la prudencia, la sensatez y el cuidado en la toma de decisiones, en especial desde el poder. Con ella, es posible construir el bienestar y la felicidad que, de sus líderes, esperan los pueblos.
SOTTO VOCE…
El gobernador de Sinaloa, Quirino Ordaz, rinde su II Informe. Entrega buenas cuentas en todos los rubros y, muy especialmente, en el de seguridad, fundamental para fortalecer la confianza y la credibilidad en las instituciones y en el Estado de Derecho, y base para atraer nuevas inversiones y generar más empleos… El nuevo líder panista, Marko Cortés, tendrá que hacer milagros para rehacer esa institución, que está moribunda… ¿Tendrá la Guardia Nacional las amplias facultades que se le concederán en el Plan Nacional de Paz y Seguridad, que se acaban de anular con la inconstitucionalidad declarada por la Corte, de la Ley de Seguridad Interior?