Las tres grandes transformaciones que han redefinido y formado a México en los últimos dos siglos, tienen una trascendencia extraordinaria. Pero la que se propone realizar el presidente López Obrador no tiene parangón. La dimensión refundadora del Estado y la revolución moral que entraña, la hacen colosal, única, histórica, aunque su gobierno sólo le alcance para sentar las bases de esa mudanza.
La primera fase del México de hoy, fue obra de Miguel Hidalgo, centralmente, quien, entre 1810 y 1821, luchó por terminar con la opresión que la Corona española había ejercido por 300 años. La liberación de la esclavitud y la explotación, hizo del nuestro un país independiente. El segundo gran salto fue la Guerra de Reforma, que se produjo entre 1858 y1861. Con ese movimiento, animado por Benito Juárez, arrancó la formación del Estado nacional, teniendo como base la Constitución de 1857, donde se estableció la separación de éste y la Iglesia, esencial para que el poder político lleve desde entonces las riendas de la Nación.
El tercer paso fue la Revolución, conflicto armado contra la tiranía de Díaz, que entre 1910 y 1917 produjo un millón de muertos, arruinó por completo al país y dio paso a una etapa de preeminencia de caciques y caudillos, así como a un presidencialismo autoritario, verticalista, antidemocrático y especialmente corrupto.
Durante los 100 años posteriores, predominaron la estabilidad y la paz; se dieron un cierto progreso y una considerable movilidad social que se interrumpieron con la adopción del neoliberalismo, hace tres décadas. En paralelo, se estableció la impronta nacional más repugnante y perniciosa, que es la corrupción, ejercida básicamente por la clase política.
Ese fenómeno, junto con la cooptación y, en casos excepcionales por el aniquilamiento del enemigo, fueron el lubricante del sistema dominante, primero con el PRI, y luego con el PAN. La alternancia del 2000, que sugería una renovación, fue fracaso, decepción y continuidad de usos y costumbres, potenciados por la complicidad intrapartidista PRI-PAN-PRD, que materializó la antinomia gobierno-sociedad en el Pacto por México, promovido por Enrique Peña Nieto.
Pese a que con los presidentes neoliberales, desde Miguel de la Madrid, se habrían creído ver las expresiones extremas de uso y abuso de los recursos públicos, el último expresidente, con la mayor impudicia, ha superado rubro por rubro a todos sus antecesores.
Durante su sexenio, el país se hundió en una descomposición inédita, catalizada por una cleptocracia rapaz, ávida e insaciable practicada desde la cúpula y, consecuentemente, desautorizada para frenarla y sancionarla abajo. Las consecuencias derivadas de esa orgía, ahí están: inseguridad y violencia; impunidad, miseria y atraso. Junto a la exigencia y la urgencia sociales de que se castigue.
Revertir semejante degradación sólo puede estar en la visión y aspiración de un genuino estadista. La principal herramienta con la que debe contar, es su autoridad moral. El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una y otra. Su ejemplo de honradez y probidad son indubitables. Deben y pueden permear en todo el gobierno. Con eso, propiciaría una auténtica revolución moral, refundaría el Estado y, como los protagonistas de las anteriores transformaciones, se convertiría en Pater Patriae (Padre de la Patria). Ésta lo necesita…
Sotto Voce… Oportunísimo, dignísimo y merecidísimo el reconocimiento que proponen organizar congresistas de Morena, PES, PVEM y PT, al licenciado Juan Francisco Ealy Ortiz, Presidente Ejecutivo y del Consejo de Administración de EL UNIVERSAL, por sus 50 años al frente de El Gran Diario de México. Una historia, una vida única, vinculadas a las causas más grandes, justas y nobles de este país. Después de tanto sembrar, es muy justo cosechar…
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