Con un apoyo sin paralelo en la historia, Andrés Manuel López Obrador gobierna México desde hace 75 días. Pero en ese lapso, mirando a la Cuarta Transformación que se propone construir, todavía no deja ver su dimensión de estadista. Y necesita hacerlo.
Algunas decisiones que tomó en el ínterin de su victoria y su asunción, y a posteriori, pueden asumirse como razones de Estado. Preservar esa entidad y salvaguardar los intereses de la sociedad, es esencial. Su determinación de frenar el robo de gasolina se inscribe en esa vertiente.
Su empeño por instituir la Guardia Nacional se ubica en su máximo propósito político y moral como gobernante, que es garantizar la vida y los bienes de todos, librándolos de la inseguridad. De concretarse ese paso, recimentaría el Contrato Social, cuya conservación es deber ético ineludible de todo estadista.
Las decisiones susceptibles de provocar cambios radicales, están reservadas a quienes aspiran a alcanzar ese status. Un presidente ejerce el poder para un periodo; un estadista gobierna mirando a la Historia.
Por el impacto colectivo que tenga la obra de éste, no necesita darle mayor publicidad; es suficiente con que sus beneficios sean visibles y ostensibles para todos.
La confianza y la certidumbre que buscan los gobernantes entre sus gobernados, deriva de la eficacia de sus decisiones, que se miden por resultados. Conseguidos estos, lo demás es accesorio.
Y si AMLO ha demostrado ya que su principal objetivo es hacer que este país dé un vuelco, lo que requiere es seguir trazando las grandes líneas de su gobierno y cristalizarlas.
La sobrexposición mediática en la que se halla, no le va a dar más de lo mucho que ya tiene. Por el contrario, puede empezar a generarle un indeseable disenso.
Lo que necesita es ser un auténtico director de orquesta para que sus acompañantes interpreten correctamente las notas de lo que aspira a entregar como un concierto político memorable.
En ese ahínco, sería muy aconsejable que atendiera las reiteradas sugerencias de especialistas de que reconsidere la pertinencia de moderar sus apariciones en público.
De mantener sus conferencias de lunes a viernes, empezará a repetirse. Sus temas serán recurrentes. Es imposible que alguien digiera tantos asuntos a los que alude. Se perderá el interés en muchos de ellos. La sobreinformación puede tornarse confusión. El riesgo de que se desatienda lo que dice, no es improbable. No son pocos los que creen innecesaria la desmañanada de integrantes de su gabinete, que no es precisamente de jóvenes. Hay quienes consideran injusta la imposición de esa dinámica. Corren versiones de que algunos quieren dejar el cargo por desgaste y cansancio.
Darse su lugar, dárselo a sus colaboradores, permitir que cada cual haga su trabajo, actuar con base en una estrategia, le daría mejores resultados que las presentaciones cotidianas, en la que se refiere incluso a cosas nimias y en ocasiones sin datos verificados.
Dice Duverger que el poder debe tener un cierto halo de misterio. Que El Príncipe debe guardarse de no ir todos los días al quiosco de los periódicos, pues por ser visto siempre, termina siendo un desconocido. O peor, se arriesga a perder la estima y el respeto públicos. Lección para reflexionar.
SOTTO VOCE…
¿Será cierto que un otrora poderoso director de comunicación social está invirtiendo parte de sus “ahorros” en un grupo radiofónico quebrado?... Bien que, por intercesión del presidente López Obrador, David Alexir Ledesma y Edith Arrieta Meza hayan sido impedidos para ejercer como subdirectores del Conacyt. Falta que su titular, María Elena Álvarez-Buylla, haga su tarea… Digna de verse con atención y de imitarse, la obra de Rosy Fuentes de Ordaz, presidenta del DIF Sinaloa.
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@mariobeteta