De entre los viejos usos y costumbres que caracterizaron a los anteriores gobiernos, acentuados durante el primer aniversario del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador con un culto a la personalidad más individualizado, surgió de él una luz que, a las pocas horas, se tradujo en hechos: el diálogo, uno de los grandes valores de la democracia.
Con un Zócalo a reventar, el presidente dijo: “…que nadie se confunda: no luchamos para construir una dictadura; luchamos para construir una auténtica, una verdadera democracia. Estamos a favor del diálogo, de la tolerancia, de la diversidad y del respeto a los derechos humanos”.
Sobre este incipiente apego a un principio democrático esencial, se reunió poco después con los presidentes del CCE, Carlos Salazar Lomelín, y del CMN, Antonio del Valle, y aceptó detener el proceso de arbitraje internacional que la Comisión Federal de Electricidad inició para eliminar cláusulas de contratos con empresas que tienen gasoductos detenidos, como IEnova, TransCanada y Carso Energy.
La mesa de conciliación que pactaron para buscar un arreglo, tuvo condiciones muy claras en favor del país: “Acepté que se detuviese (el arbitraje), sin perder derechos (…) es un paréntesis (…) me lo están pidiendo representantes de empresarios de México (…) considero no van a ser encubridores de corrupción”.
En su actitud y en el discurso, el presidente se exhibe en toda su dimensión como el político que incuestionablemente es y que a todos los mexicanos les gustaría ver siempre en ese papel. Todo iría mejor para todos, si esa fuese su principal impronta.
En las democracias, los conflictos se superan con base en un ejercicio dialógico constante, reiterado y persistente. Se realiza con todos los grupos, sin importar ideologías o preferencias de cualquier tipo. Su máxima expresión tiene lugar cuando del debate y la discusión, potenciales generadores de confrontación, que invariablemente es estéril, se trasciende a la deliberación, punto en que todas las partes en diferencia encuentran la coincidencia, objetivo último de la política.
En la comunicación con los empresarios, Andrés Manuel López Obrador no ha dudado en poner al país por encima de todo. “…tenemos que defender los bienes y los intereses del pueblo de México”. Este es para él un deber irrenunciable, como lo es el derecho de los demás a ser escuchados. En la racionalidad, en la democracia y en la política, que se imponga la razón y que se aplique la ley.
En esa lógica, que debería ser una práctica permanente, se encuentra uno de los anhelos presidenciales más caros, que es consumar lo más rápido posible la obra transformadora en la que está empeñado a fin de convertirla, en sus propias palabras, “…en hábito democrático, en forma de vida y en forma de gobierno”.
Además, el mensaje que ha enviado AMLO a la comunidad financiera internacional al evitar momentáneamente el arbitraje entre la CFE y varias importantes compañías para dirimir sus desavenencias, es positivo, alentador y, seguramente, generará la confianza por la que tanto claman la sociedad, y en especial los inversionistas.
SOTTO VOCE… Quirino Ordaz Coppel ha superado todas las expectativas sobre su posible desempeño como gobernador de Sinaloa. A sus incontables acciones en favor de sus gobernados, se suma la de que, en la revisión de la ASF, el gasto de su administración fue aprobado al 100%…En el conflicto que hay al interior de la Policía Federal, mucho convendría encontrar una solución equilibrada de beneficio para las partes…Por el clima de inseguridad, que es cada día más incontrolable en la CDMX, urgen resultados inmediatos de la Guardia Nacional, puesta en operación por la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum.
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