Para elegir a los mejores gobernantes, la ciudadanía tiene ahora la inapelable obligación de hacer lo que quizá nunca antes ha hecho a fondo: investigar y comparar; concluir y votar por los candidatos, especialmente el presidencial, que le ofrezcan las posibilidades más sólidas, fundadas y creíbles de que le darán confianza, seguridad y bienestar. La fórmula desarrollo-progreso sería excelente.
De esta tarea depende la dimensión y calidad de los gobernantes que tendrá México en el próximo sexenio. Por eso, no hay margen para cometer un error. Acertar implicará mantener y ahondar el proyecto de desarrollo; errar conlleva el peligro de perder lo ganado e, incluso, de retroceder.
Hoy es casi un apostolado sociopolítico-electoral que el ciudadano en todo el mundo emite su voto con base en el estado de ánimo con el que llega a las urnas y que, naturalmente, está marcado por innumerables hechos en la relación gobernantes-gobernados.
Eso, traducido, significa que el sufragio está determinado por la emoción, no por la razón. Y la emotividad, con bastante frecuencia, induce al yerro.
Por eso, los demagogos, que están por doquier, se empeñan en despertar y animar sentimientos de coraje, animadversión, inconformidad, venganza y odio entre sus seguidores. Los instigan con pasiones de la más baja estofa. Polarizan a las sociedades y radicalizan su disposición a ver al otro no como competidor, sino como enemigo. Su inclinación a negarlo puede alcanzar el deseo de aniquilarlo.
Si hay un medio para evitar eso es la educación, respaldada por la información. Sobre esa base, la ciudadanía puede averiguar y discernir sobre la trayectoria de cada político que pretenda encarnarla en los cargos electivo-administrativos a disputarse el próximo primero de julio.
Es obvio que para el desempeño de esas funciones es absolutamente indispensable calificar a quienes se confiará esa delicada tarea. Si desde el nivel más elemental hasta las grandes corporaciones evalúan las capacidades de quien va a ocupar un puesto, más obligado es hacerlo en el universo sociopolítico, puesto que atañe a todos. Si en estos se da un equívoco, se prescinde del servicio; si se presenta en aquellos, por las disposiciones legales existentes, no queda más que aguantar. Y en México nadie quiere hacer más eso. La gente está harta.
Puesto que la mayor responsabilidad en la toma de decisiones de un gobierno recae en el presidente de la República, es particularmente de ellos de quienes los electores deben tratar de saberlo todo. Los elementos que tienen están a la vista. Estudiarlos y contrastar su preparación, personalidad, trayectoria, experiencia y actuación es la mejor vacuna que pueden aplicarse a sí mismos ante el riesgo de optar por un caudillo o un pretendido salvador.
Esta oportunidad está a la vista. José Antonio Meade, marcadamente, y Ricardo Anaya, son las opciones para que el país continúe en la trayectoria que han fijado y observado las últimas administraciones federales. Estas han hecho mucho, pero para nadie es un secreto que falta bastante.
Aquí el dilema es si se va a elegir a un futuro jefe de las instituciones nacionales para que busque cristalizar los pendientes en favor de la colectividad o si se caerá en el llamado de quien, ostensiblemente, por sus dichos y sus hechos, y no pocas veces tratando de disfrazarlos, haría lo contrario.
Para ello, las autoridades electorales y los medios de comunicación, pero especialmente las personas que ejercerán un derecho fundamental y hasta fundacional en menos de dos meses, están en el ineludible deber de enterarse, de bien a bien, quién es quién. Es un imperativo categórico. Sobre esa base, estarán sólidamente capacitados para emitir su sufragio por la mejor opción.
Este compromiso cobra tal magnitud que quienes vamos a elegir, en rigor, no sólo lo haremos por nosotros mismos; elegiremos por todos cuantos por cualquier circunstancia no pueden hacerlo. En el padrón electoral compuesto por 75 millones de personas, y dependiendo de cuántos acudan a votar, estará el futuro de más de 120 millones de mexicanos.
Nuestra próxima cita en las urnas, en estricto sentido, no será el clásico “una cabeza, un voto”. Será más que eso. Así que, para ser cabalmente corresponsables, debemos elegir indubitablemente bien.
SOTTO VOCE… René Juárez Cisneros sustituye a Enrique Ochoa en el liderazgo nacional del PRI con una sola misión: relanzar la campaña de su candidato José Antonio Meade. Capacidad la tiene, apoyo, seguramente lo tendrá, falta ver si le alcanza el tiempo… La nueva embestida de AMLO contra el sector empresarial podría marcar su acabose. Con esa postura, es imposible algún acercamiento con él. Por eso, seguramente en lo inmediato, se radicalizarán sus diferencias. Y…
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@mariobeteta