“Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar”.
Antonio Machado
Existen muchos tipos de migraciones y rutas migratorias. Son tan antiguas como la vida. La mayoría son desplazamientos estacionales y masivos de ida y vuelta, por tierra, agua o aire. Otros son movimientos de cantidades incalculables de individuos en una misma dirección a intervalos de algunos años, llamados emigraciones o “invasiones”. De cualquier manera, las migraciones animales trascienden fronteras políticas trazadas por una especie dominante, Homo sapiens, que reflejan las consecuencias de guerras pasadas o conflictos actuales. Las fronteras no son más que límites artificiales que no hacen eco del intrincado entramado de la vida de comunidades, poblaciones y especies.
¿Por qué migrar? Por instinto de conservación, porque la vida está en riesgo. Muchas especies huyen de inviernos inclementes o del calor abrasador del verano, en busca de mejores condiciones para reproducirse y criar. Muchas otras migran buscando agua, alimento y abrigo, empujadas por cambios estacionales en la disponibilidad de estos recursos. Y otras lo hacen para escapar de depredadores u otros peligros. Para muchas es simple: migrar por cualquier medio, aunque sea caminando, o morir. Se migra legal o ilegalmente, dependiendo del cristal con que se mire. Es una estrategia de sobrevivencia que les ha funcionado a miles de poblaciones y especies durante eones, incluyendo a los humanos,
Numerosos individuos de todas edades, principalmente los muy jóvenes o muy viejos, mueren intentando migrar. Algunos lo logran y aseguran la permanencia de comunidades y poblaciones lejos de sus lugares de origen. El secreto es migrar en grupos numerosos que brindan protección contra los depredadores, pues entre más individuos en el grupo menores serán las probabilidades de que uno sea atacado. Se comparten los riesgos, ya que las masas sirven de protección. Y, cuando el número de migrantes es alto, las posibilidades de encontrar agua, alimento y refugio aumentan porque a usted le acompañan más exploradores en el camino.
En mucho mamíferos, son los jóvenes - pioneros por instinto - los que inician la migración, impulsados ya sea por la necesidad de establecer sus propios grupos o territorios, o porque han sido expulsados por adultos dominantes. Como sea, los jóvenes suelen vagabundear buscando nuevos horizontes en manadas de avanzada que, eventualmente, establecen enclaves en territorios nuevos.
Cuando las condiciones mejoran en sus lugares de origen, los migrantes vuelven a casa. Pero muchos prefieren quedarse en su nuevo hogar y nunca regresan, ya sea porque se integran a comunidades existentes, o porque forman nuevas. Y el influjo de migrantes contribuye beneficios incalculables a esas comunidades. Aportan a la población variabilidad genética valiosa, e intercambios culturales y educativos que enriquecen y fortalecen a la especie. Los migrantes son el alimento que nutre y acrecienta la diversidad cultural y genética. Y esta diversidad es esencial para la supervivencia de las especies y para enfrentar los desafíos ambientales.
Consideremos el cambio climático global, el gran desafío de nuestra generación, que está desplazando hacia los polos los regímenes climáticos en los hemisferios norte y sur. Las migraciones masivas se precipitarán de manera inimaginable. Muchas comunidades, poblaciones y especies no podrán adaptarse a las condiciones locales cambiantes con la rapidez necesaria para sobrevivir. Aquellas con ámbitos limitados o poca capacidad de dispersión desaparecerán, mientras otras con ámbitos amplios y mayor capacidad de dispersión perdurarán. El cambio climático está reorganizando radicalmente los ecosistemas y modificará los patrones de distribución de la vida en la Tierra. El ritmo de cambio sobrepasará, inexorablemente, las capacidades naturales de dispersión de la mayoría de las especies.
Las migraciones trascienden fronteras geopolíticas, culturales, religiosas y económicas. Son un derecho inalienable de las especies en el mundo natural. Seremos incapaces de apreciarlas y preservarlas con acciones aisladas y unilaterales -- y mucho menos con demagogia, amenazas, muros o escondiendo nuestra cabeza bajo la arena. La protección de estas impresionantes y ancestrales maravillas naturales nos exige políticas integrales de largo plazo y medidas efectivas que salvaguarden zonas de alimentación, reproducción y tránsito que cruzan paisajes multinacionales. Si bien las acciones individuales son responsabilidad de cada nación, la cooperación internacional es imperiosa.
Nuestros desastrosos esfuerzos pasados para proteger a los migrantes deberían obligarnos a hacerlo mucho mejor ahora. Poco importa si hablamos de Asia, África, Norte América, Centro y Sur América, Europa, Australia o del Ártico congelado. ¡En todos lados hay migrantes! En el hemisferio norte, en particular, las migraciones transfronterizas entrelazan naciones desarrolladas y en desarrollo. Los migrantes viajan de sur a norte, de este a oeste. No podemos usar los retos sociales, económicos y políticos que cada nación enfrenta como una excusa cómoda y vacía para la pasividad. Hay mucho en juego para nosotros y nuestro planeta.
Mientras muchas de las migraciones más espectaculares del mundo animal se desvanecen ante nuestros ojos, la protección de los migrantes se convierte en un desafío colectivo fundamental. A medida que las migraciones empequeñecen o desaparecen, todos los países - ricos y pobres, sin excepción - despilfarran los beneficios y la diversidad asociados con estos milagros naturales.
A todos los migrantes, con admiración y solidaridad, pero especialmente a nuestras hermanas y hermanos centroamericanos, deseándoles lo mejor en su caminar.