El viernes pasado, 30 de marzo, los palestinos en Gaza organizaron manifestaciones masivas en la celebración anual del Día de la Tierra. Miles de personas caminaron hacia la frontera con Israel en lo que llamaron “La Gran Marcha del Retorno”. El ejército israelí preparó para el día una abrumadora manifestación de su poder, como si fuera a la guerra. Decenas de tanques y vehículos militares se movilizaron detrás de las vallas y un centenar de francotiradores fueron desplegados para enfrentarse a manifestantes civiles desarmados. En respuesta al lanzamiento de piedras y consignas “provocativas” las represalias fueron con munición real; 16 jóvenes palestinos perdieron la vida y más de mil 200 resultaron heridos o quedaron discapacitados.
Avigdor Liberman, el ministro de Defensa de Israel, lejos de mostrarse apologético se jactó: “... Tenemos la capacidad de responder con más fuerza. No dudaremos en usar los medios a nuestra disposición”. El ministro de seguridad interior, Gelaad Ardan, defendió la “pureza” del armamento israelí.
Los palestinos celebran el Día de la Tierra para conmemorar los acontecimientos de 1976 en protesta por el anuncio del gobierno israelí de su plan de expropiar miles de dunams de tierras palestinas para fines de asentamiento. Seis manifestantes fueron asesinados, cientos resultaron heridos y otros cientos fueron arrestados. Se considera un evento crucial en la larga y continua confrontación entre israelíes y palestinos por el control de la tierra.
En respuesta a los eventos sangrientos en Gaza, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas; representantes de los gobiernos de la Unión Europea y diferentes capitales denunciaron el uso exagerado de la fuerza por parte de Israel y pidieron una investigación internacional independiente. El Consejo de Seguridad fue convocado para discutir la situación, pero no emitió una declaración condenando la masacre, debido a la posición de Estados Unidos de apoyo incondicional a Israel.
Los palestinos estaban considerando un proyecto de resolución que pedía que se brindara protección internacional al pueblo palestino de las acciones israelíes, pero con las condiciones imperantes no había esperanza de un enfoque equilibrado sobre el dilema histórico en Medio Oriente.
Israel anunció su rechazo a cualquier cooperación con una comisión propuesta para investigación. Tiene el poder militar y el apoyo diplomático para proteger sus acciones. Tiene un historial de no cumplir con el derecho internacional, ni en sus guerras y operaciones militares, ni en la aplicación de las resoluciones de las Naciones Unidas. Los líderes israelíes consideran los “disturbios” del viernes pasado como una maniobra política de Hamas para cambiar las reglas del juego con el presidente Mahmoud Abbas y para rehabilitarse en la escena palestina.
Incluso si eso es cierto, no hay justificación para toda la sangre derramada. El llamado a la acción popular de la Gran Marcha del Retorno nunca tuvo por objetivo asaltar la frontera y forzar el camino a Jerusalén ... fue simplemente una expresión pacífica para recordar al mundo el derecho al retorno de los palestinos expulsados de su tierra en 1948, como se estipula en la resolución 194 de la Asamblea General del mismo año.
A los palestinos de todos los niveles les preocupa, con razón, que sus aliados y la comunidad internacional descuiden su causa. El gobierno israelí que representa a la extrema derecha ha hecho todos los esfuerzos posibles en los últimos nueve años para crear nuevos hechos sobre el terreno que hagan de la creación de un Estado palestino un objetivo imposible. Todos los intentos de los mediadores estadounidenses fracasaron debido a la falta de voluntad política para la paz de Netanyahu y sus compañeros.
Los palestinos no lograron ningún avance en su agitación a pesar de sus sacrificios, pero le recordaron al mundo su causa, que no desaparecerá con el tiempo, a pesar de las ilusiones de los extremistas israelíes y sus aliados. El Trato del Siglo del presidente Trump, que pasa por alto los derechos y realidades básicos sobre el terreno, está condenado al fracaso siempre que no exista una genuina voluntad de justicia y paz en la ecuación.
El autor fue embajador de Líbano en México entre 1999 y 2011
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