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Selma Ancira: la buscadora de palabras

26/04/2019 |23:57
Redacción El Universal
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El viaje era el pretexto: yo de viaje en Madrid, Selma Ancira, compañera de colegio, hablando en una librería-agencia-tienda de viajes del barrio de Salamanca sobre sus recorridos para traducir los varios títulos que los hispanohablantes podemos leer gracias a su dedicación. Aparecimos Guadalupe y yo en medio de sus palabras que interrumpió para saludarnos y explicar a la concurrencia que éramos sus compañeras de escuela y que le daba mucha alegría vernos allí. Qué contraste la Selma detrás de los diarios de Tolstoi, de Marina Tsvietáieva a, quien descubrió para el público hispanoparlante, la Selma que aprendió ruso y griego moderno, que escogió el cirílico como el lenguaje de su emoción para ponerle alas en español a las obras que la arrebatan y que llegan a nosotros en el elegante sello Acantilado, con la Selma a flor de piel, de espontaneidad desbordada. Aquella tarde empezaríamos a embonar las piezas, la una y la otra son la misma que se conmueve ante el hecho literario. En la prepa, a Selma la distinguía ser hija de un actor. Carlos Ancira representó durante años El diario de un loco de Gogol, obra que vimos todos en aquella época. La rusofilia le viene por contagio de la pasión lectora de su padre. El gusto por el griego también nació en casa: cuando sus padres regresaron de ver a Anthony Quinn, Zorba, con Irene Papas en la memorable película de Mihalis Kakogiannis en los sesenta, a la emoción añadieron el disco, el manual para bailar sirtaki que lo acompañaba y las infinitas reuniones para intentarlo. Si uno mira las ediciones elegantes y sobrias, y supone el esfuerzo titánico de abrazar y dominar literariamente otro idioma en otro alfabeto, se asombra con la raíz cotidiana de las pasiones, con la manera en que se maceran en casa a la vera de afectos, sobremesas y admiraciones. Pero todo ello no lo sabíamos en aquellos años dubitativos, donde cada quien estaba por decidir a dónde encaminar sus intereses, cuál era el cuadrante de su curiosidad. Qué dicha descubrir a Selma tantos años después.

¿Recuerdan el nombre de los traductores de los libros en otro idioma? A pesar de la importancia del puente que construye el traductor, su nombre generalmente aparece en letras pequeñas. Su complicidad con el autor le otorga un acercamiento de primera mano y una responsabilidad para provocar, como lo explica Selma, la misma emoción lectora que en el idioma original por encima de la estricta lealtad a lo literal. Pero todo aquello era tema para otra charla, dijo Selma recordando que el viaje era la razón de estar frente a la mesa de libros que nos recibía y la conversación que inteligentemente tejía la chica que la cuestionaba. Cuando Selma Ancira traduce quiere compartir, y aquella tarde nos compartía los ires y venires a la caza de atmósferas como ocurrió con Zorba el griego, o de palabras silenciadas en corchetes como ocurre con la obra de Tolstoi. Una traductora, además de dominar el idioma que lee y el que escribe, necesita conocer el sentido de las palabras, estar en el pellejo del escritor, en sus lugares, bajo sus cielos, suponer sus emociones. El anecdotario de su pesquisa de palabras, en el caso de Kazantzakis, la llevó a tabernas donde se reunían los más viejos de Myrtia, antes Varvary, que podían tal vez darle pistas sobre aquellos vocablos inventados por el escritor. Las lingüistas, a quien previamente consultó, no habían podido despejar sus dudas. Como mujer no era bienvenida en esos espacios, pero desde fuera manifestó su deseo por saber significados y los amigos de Nikos se fueron soltando entre recuerdos y reconocimiento de esas palabras suyas. Traducir Zorba el griego le ha confirmado que el lugar donde desearía vivir es Grecia, donde pasa un tiempo callado y cálido cada verano. A Tolstoi le habían censurado palabras omitiéndolas y poniendo el espacio de los tres puntos entre corchetes como testigos de la ausencia; no había sido una censura política sino una especie de pudor y cuidado para con el autor cuyos editores consideraron no debía ser relacionado con ciertos términos poco elegantes. Selma necesitó acceso a los archivos originales y para ello explicó que los lectores en español no estaban acostumbrados a esas omisiones, las pensarían una falla del traductor, así que recuperó las palabras perdidas que ahora están en su sitio para gloria de Tolstoi y para regocijo de los lectores de la versión de Selma Ancira. Habría mucho que contar de su recuento en la tarde lluviosa madrileña, lo cierto es que salimos con el deseo de tener cada título labrado por la dupla autor traductora en nuestras manos, por seguir conociendo los secretos, aristas y entusiasmos detrás de esa búsqueda incansable de palabras para compartir. Cada vez que Selma necesita las fuentes vivas para resolver palabras o rodearse de atmósferas que le permitan comprender se presenta así: Soy traductora mexicana… Una traductora mexicana que ha acercado a los lectores contemporáneos el talento de los grandes. Su talento también es grande, la generosidad es esencia de su oficio y su persona.