El aire está lleno de preguntas. Todo parece relevante y no tengo una manera clara de acercarme a los temas recientes que nos han tenido atentos y dolidos. El MeTooEscritores, y el MeToo en general, las denuncias por acoso de las mujeres largamente postergadas toman voz y cauce, pero se ensombrecen con la imprecisión de lo que resulta realmente acoso y abuso y lo que es una relación de desacuerdos, de intenciones expresadas por un lado y rechazadas por el otro. Denunciar es un acto de enorme responsabilidad, como cuando se acusa a alguien del servicio doméstico o en el empleo de robo, y luego aparece el faltante, pero el daño ya ha sido hecho: el desprestigio moral. Pienso en la espléndida película La duda (del dramaturgo John Patrick Shanley, 2008), protagonizada por Phillip Seymour Hoffman, el cura bajo sospecha de abuso, y Meryl Streep, la monja directora de una escuela. No importa que el cura sea inocente como se comprobará, es obligado a renunciar a su parroquia. Por eso cuando veo nombres de amigos queridos en el MeTooEscritores entre la lista de los acusados, para quienes tengo un aprecio y respeto, me rebelo y me duelo, porque quiero que no haya abuso de poder contra las mujeres (que lo ha habido a raudales), pero tampoco acusaciones injustas, duelos emocionales, resentimientos que desembocan en la palabra “acoso” y que lastiman las relaciones entre hombres y mujeres. No puedo escribir claramente sobre el tema que era necesario desenlatar (y es un logro), ha habido un suicidio en su nombre, y bien sabemos que el suicidio es el filo último de la desesperación. Pienso, claro, en el músico y escritor Armando Vega Gil. Tampoco tengo respuestas para un desenlace tan atroz, para un sacrificio personal y por lo tanto de sus más queridos. No sé cómo plantarme frente a ello más que lamentándolo profundamente y esperando que se equilibre la desmesura de los dos lados para que haya una convivencia respetuosa, equitativa y estimulante.

En el Hay Festival de Querétaro el año pasado escuché a Patti Smith hablar y leer poemas; al momento de las preguntas, algunas iban dirigidas a la discusión de género. Patti contestó molesta que ella nunca se había pensado como mujer rockera, simplemente como rockera, y que lo mismo hacía con los músicos amigos de ella, no esperaba que la reconocieran como mujer artista, sino como artista. Curiosamente, las que preguntaban eran mujeres jóvenes, preocupadas por el tema que también plantearon a la escritora Lydia Davis. La preocupación sobre su trabajo como escritora pasaba por su condición de mujer escritora y querían ver cómo lo había “padecido”. Tengo la sensación, y es una especie de pregunta, que el tema de percepción del acoso tiene matices generacionales. Que la generación de Patti Smith y la mía buscábamos la compañía de otros que convivieran con nosotras con el mismo nivel de respeto y aceptación que nosotras hacia ellos. ¿O aceptábamos ciertas conductas como normales? ¿O no las nombrábamos? Más preguntas para aprender de la visión de las más jóvenes, que podrían a veces pecar de exclusión de los hombres, pero que hacen bien en subrayar los abusos de poder cuando hay sometimiento y en hacernos reflexionar de manera individual y colectiva. Lo que queda claro es que las preguntas están sobre la mesa, y ello tiene que desembocar en algo bueno, o por lo menos es lo que deseo. Quiero tener esa esperanza y no que devenga la atención por no ejercer el abuso, ni ser víctima de él, en el acartonamiento y excesivo cuidado como en el país de la corrección política y la demanda permanente, Estados Unidos, donde el contacto físico está prohibido y el cruce de miradas es un arma sospechosa. Quiero podernos sentar en la misma mesa, reírnos, burlarnos, amar, rechazar, abrazar, decir sí, no, tener las mismas oportunidades de estar, ser vistas, tener un trabajo, una opinión, elegir libremente, no ser forzadas a nada ni sospechar de todos. Tanta pregunta, sumadas a las que la 4T me provoca día a día, me hacen buscar certezas en la insistencia morada de las jacarandas. Volverán el año que entra a teñir cielo y suelo, lo demás no sé por donde vaya. Quiero que me gane la esperanza, pero lo cierto es que sólo me gana la belleza de estas flores circunstanciales.

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