Pregunta: Color favorito. Respuesta: rojo. Ignoro la razón. Alguien la interpreta: fuego, sangre, corazón. Yo sonrío halagada, pero soy escéptica con las interpretaciones. Pienso que tiene que ver con la temperatura del color: cálido. Enseño mi cartera, mi correa y mi taza rojas. Mi primer coche fue rojo. Pero no soy su esclava, simplemente he construido una red de protección con el color. Es mi fetiche. En la exposición Rojo mexicano me entero que en algún siglo el rojo en Europa significó poder. Los altos mandatarios de la iglesia, la realeza, los gobernantes llevaban atuendos donde el rojo destacaba su jerarquía. Contrasta con lo que averigüé mientras escribía Yo, la peor: que en tiempos de Sor Juana las prostitutas debían portar una capa roja cuando entraran a la catedral. El rojo cayó en el desprestigio en el siglo XX y más bien fue tinte de burdel, de exceso, de desfachatez. Los colores y su peso social y por época. Qué interesante. Y todo por culpa de la grana cochinilla que crece en el nopal y cuyo tinte: el ácido carmínico, se extrae y se exportó a Europa desde el siglo XVI. Si no cómo lo hubiera usado Tiziano para aquel manto, del que se sabe (por el trabajo de los científicos) que el pigmento procede de la grana cochinilla. A lo mejor, nosotros, paseantes comunes, sabíamos que México exportó al mundo la vainilla, el tomate, el chocolate, el chile, la jícama, entre otras cosas, pero no un color decisivo.

Uno mira un cuadro y no se imagina que no sólo se trata de la emoción que produce, de ser figurativo o no, de la composición sobre el lienzo, de la técnica, del contexto histórico que enmarca si es que es evidente, sino que cuenta la historia de los pigmentos, de las preferencias coloridas, de los orígenes de ciertos tonos como pudimos ver con el azul Klein en tiempos recientes, pero también al amarillo cadmio le tocó su estreno en la escena pictórica y sin duda al rojo mexicano. Había otros sustratos vegetales de donde obtenerlo: en Brasil, en Turquía, pero salía a cuenta gotas. Mientras la grana cochinilla tiene casi 20% del ácido que colorea, los otros apenas 1%. Es cierto que las anilinas lo alejaron un tiempo por allí de los años 50 en el siglo pasado, pero en los textiles sobre todo ha vuelto a ser usado, como lo fue desde tiempos prehispánicos donde las prendas de vestir se teñían de las bondades de la grana cochinilla. Una sapiencia ancestral que los cronistas hicieron notar en sus textos y que exportaron al reino que se encargó de diseminarla más allá de sus fronteras. El alto precio que alcanzó le ganó el mote de oro rojo.

En el Fuerte de San Diego en Acapulco (que vale la pena visitar), la exposición que cuenta la historia de la Nao de China exhibe las vajillas y textiles que venían de Filipinas, otra de las colonias españolas. Una sala resalta la presencia del rosa en la cerámica y en los mantones como una novedad. Me pregunto si el rosa procede también de la grana cochinilla atenuada y si es legado de los antiguos mexicanos fructificando en Asia. Muy probablemente. El comercio de la Nao de China con Oriente, usando a la Nueva España como trampolín para Europa, era intensísimo.

La exposición en Bellas Artes se acaba este domingo y seguramente las filas serán enormes porque vale la pena enterarse de cómo el conocimiento ancestral mexicano acaba en la cobija de la cama de Van Gogh. Del nopal al cuadro impresionista. Porque hay un Zurbarán que quita el aliento, porque a las fotografías de aquel nopal cenizo (cubierto de la cochinilla) de Graciela Iturbide las acompañan sus palabras: al lavar el huipil teñido con la grana cochinilla comenzó a deslavarse, le explicaron que eso pasaba con las prendas rojo mexicano: lloraban. Y ella se alegró.

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