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No se trata de darles todo, como aseguró hace unos días Guillermo Álvarez, presidente de Cruz Azul. Se trata de darles lo que se necesita, lo justo.
Dar todo es ambiguo y, a la luz de los resultados, un método equivocado.
Si darlo todo significa contratar más de 100 jugadores desde el título en 1997 y casi 20 entrenadores, entonces “darlo todo” ha sido un error.
Pero no sólo hablamos de cantidad. Hagamos memoria y no encontraremos 10 jugadores que hayan sido figura en el equipo, que se hayan convertido en íconos, en ídolos, que hayan representado dignamente a la institución.
Y, si le seguimos, podemos sumarle los cambios estructurales y los directivos que han pasado por ahí. Ya de las fuerzas básicas ni nos acordamos, porque simple y sencillamente no existen.
Los niveles de inversión o gasto son groseros con relación a la utilidad, futbolísticamente hablando.
Casi todo ha cambiado en Cruz Azul. Todo, menos la silla del poder, en esa que se sienta Guillermo Álvarez desde hace muchísimos años.
Nadie duda del cariño que le guarda al equipo, pero hay amores imposibles y éste es uno de ellos. Su gestión tiene más malas que buenas, más fracasos que éxitos, más tristezas que alegrías, más frustraciones que conquistas, más reproches que admiración. Su afición ha decrecido y su lugar en el futbol mexicano también.
La gente se cansa de perder, de recibir siempre lo mismo, de ver pasar jugadores, de ser testigos de contrataciones absurdas. La gente se harta de coleccionar subcampeonatos y de sólo festejar clasificaciones a la Liguilla.
Hay más que se quitan la camiseta en lugar de ponérsela, que encuentran razones para buscar amor en otros lados.
Guillermo Álvarez y Cruz Azul representan una relación fallida.
Hay amores que no son de dos, que no vienen en pareja, y en ese sentido sobran ejemplos para comprobar que entre Cruz Azul y Guillermo Álvarez no hay nada.
Dicen que cuando no hay reciprocidad en el amor, lo mejor es dejar a la otra parte libre. Si vuelve, es tuya; si no, nunca lo fue.
Es tiempo, Billy, por amor
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