Los problemas del Barcelona van mucho más allá de lo que podrían resolver los 222 millones recibidos por la venta de Neymar.

En el territorio catalán se formó un equipo capaz de enamorar a cualquiera, porque se construyó con la idea de ganar, sí, pero conquistando, convenciendo, estableciendo con hechos que las formas importan, y aunque es una filosofía adoptada hace muchísimos años atrás, no siempre fue real; es decir, se intentaba pero pocas veces se podía.

Barcelona obligó al mundo entero a rendirse a sus pies, siendo partidario o no del club uno sabía que era materia obligada encender el televisor para entender lo que el futbol total representaba. Un futbol que tiene valores como la tenencia de la pelota, la circulación inteligente de la misma y la consagración de jugadas dignas de memoria; donde se gana jugando y se juega a ganar.

Ver jugar al Barça era una delicia, porque uno sabía que perdiendo el equipo ganábamos nosotros, aunque la magia estaba en que eso muy pocas veces sucedía: el equipo jugaba, maravillaba y ganaba.

Hablo en pasado porque eso nos indica el presente, que es es cosa del pasado. Claro está que aún conserva la magia de Messi y muchos otros valores, pero claro también es que La Masía ha dejado de ser la fábrica de sueños; que el medio campo está lejos, muy lejos de ser lo que era antes; que los refuerzos no son del tamaño de los que se han ido y que la banca dejo de ser un lujo... de la dirección técnica, resultaría pronto e injusto emitir un juicio.

Las mejores épocas han pasado, y aunque este equipo puede pelear con cualquiera de Europa, el sistema de medición con el Barcelona va más allá de victorias o derrotas.

Y debe dolernos a todos los que nos gusta el futbol, aunque en realidad lo que nos lastima es la Barcelona de hoy. Nos duele, nos conmueve y nos llena de rabia.

“Con el corazón encogido”, tal y como lo señala el Club Barcelona, estamos todos.

futbol@eluniversal.com.mx

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