En el Centro de Investigación para la Paz México, A.C. (CIPMEX) nos dedicamos a estudiar tanto los factores que producen conflicto violento, como los elementos que contribuyen a generar y sostener entornos pacíficos. Lo hacemos en parte mirando afuera e investigando sobre lo que ocurre en el mundo, y lo hacemos también mediante investigación de campo, estudiando lo que sucede en nuestro país en relación con esos temas.
Con eso en mente, les comparto un extracto de un texto que estamos preparando para su publicación, acerca de una investigación que efectuamos en mujeres internas en tres penales del país. (Este extracto no contiene detalles sobre la metodología ni detalles sobre los resultados; se trata solo una pieza que nos habla sobre la reflexión acerca de nuestros hallazgos).
Resumen
México es uno de los 25 países menos pacíficos del globo. Explorar el contexto del sistema penitenciario tiene sentido desde esa óptica no solo porque en y desde las prisiones se reproducen los círculos de la violencia, sino porque las cárceles son un microcosmos que refleja la ausencia de paz estructural en el país. En ese entorno, las mujeres son doblemente victimizadas, primero, como resultado de su género y segundo, por su estatus como internas. Este estudio cualitativo explora el trabajo de una organización de la sociedad civil que busca contribuir, mediante capacitación, labor remunerada y talleres, a la redignificación, rehumanización y empoderamiento de mujeres internas en México. A través de 32 entrevistas de profundidad y una serie de observaciones llevadas a cabo en tres penales de la zona conurbada de la Ciudad de México, buscamos explorar las percepciones de las internas acerca de sus circunstancias y acerca de los programas en los que participan. Los resultados indican que estos programas contribuyen con su bienestar emocional, su superación personal, su sentido de autosuficiencia, su motivación y esperanza, además de que les ayudan a sentirse no juzgadas y valoradas como mujeres y como seres humanos.
Una reflexión sobre nuestros hallazgos
En general, podemos decir que los resultados muestran una combinación de temas que es preciso ordenar. Primero, resalta el énfasis que las entrevistadas ponen en cuestiones estructurales no directamente vinculadas a sus condiciones de vida como internas, las cuales. terminan reflejadas en su entorno más inmediato por su situación de privación de la libertad. Es decir, su contexto social, familiar, o las circunstancias a las que estaban sujetas antes de su ingreso al penal, se entretejen con la corrupción sistémica, la cual, en su percepción, es uno de los factores primordiales que las envuelve en la supuesta comisión de delitos. Pero al mismo tiempo, esos factores estructurales de las circunstancias mexicanas, también se manifiestan en su situación de cárcel, traducidos en una corrupción interna, en la falta de acceso a servicios básicos, y a satisfactores mínimos para preservar la vida (como agua, espacio o alimentos en buen estado), sin mencionar la posibilidad de ser reinsertadas en su sociedad.
No obstante, paralelamente nuestras entrevistadas nos relatan su satisfacción por ganar su propio dinero, por estar mejor emocionalmente, por tener su vida diaria ocupada de manera productiva y libre de los problemas comunes en su penal, algo que es solo posible gracias a los programas en los que participan. Se trata, entonces, de un doble empoderamiento: primero, la re-humanización a partir de no sentirse juzgadas, y a partir de ser tratadas con dignidad. Y segundo, el empoderamiento por sentirse capaces de producir sus propios recursos, por no depender de un hombre, o de familiares.
Los resultados, en otras palabras, reflejan la mezcla entre la tragedia que se vive en el interior de los penales de uno de los países menos pacíficos del globo, y, de manera simultánea, el poder que tiene el comportamiento no complementario redignificador y rehumanizador—sobre todo si éste incluye la perspectiva de género—encarnado en la labor de una muy pequeña organización que les ofrece un oficio remunerado, herramientas para aprender y un poco de paga por su trabajo. Ambas cosas importan.
Lo primero—las circunstancias indignas de vida—importa porque es imposible pensar en construir paz en un país tan golpeado por la violencia como México, bajo un contexto como el que este estudio describe. Las entrevistas exhiben no solamente el peso de la violencia estructural y la violencia de género dentro y fuera del penal, sino la falta de condiciones adecuadas para subsistir, la falta de respeto a reglas mínimas de convivencia y la existencia de privilegios y corrupción, los cuales tienden a realimentar los círculos de violencia que, en teoría, debieran ser mitigados en un sistema penitenciario. Pero aún así, como hemos explicado arriba, la paz no se limita a la ausencia de violencia y, por tanto, lo que esta investigación encuentra, no termina con los factores que propician o reproducen las espirales agresivas al interior de los penales. Es indispensable añadir a ello la ausencia de elementos que garanticen que, cualquiera que sea el delito cometido por las internas, su estancia en prisión resulte en un componente activo para la construcción de paz para el futuro. Hasta que aparece una organización como la que investigamos. Y por eso, entender los resultados que las entrevistas exhiben, importa tanto o más que el mismo problema de las estructuras que sujetan al sistema penitenciario.
El sentirse seres humanos dignos, valorados, productivos, y motivados—a pesar de dichas estructuras—no solo transforma su bienestar, algo que podríamos denominar, su paz interna, o su experiencia en prisión. Las entrevistadas, mediante su participación en los programas, se convierten en pequeños pilares que edifican la paz social en su micro entorno. En otras palabras, ellas viven todos los días en medio de un espacio que las acusa, las señala, o les hace pagar el costo por sus presuntos actos a través de circunstancias que les hacen sentirse menos que humanas y que les afectan emocionalmente. Por consecuencia, parece natural que la labor de una organización que les hace sentir precisamente lo contrario, es altamente valorada por ellas. La combinación de ambos elementos: el material (gracias a lo que ganan y la utilidad que le dan a sus ingresos) y lo emocional, termina por empoderarlas como mujeres y como seres humanos. Como resultado, al margen de que afirman sentirse menos orilladas a involucrarse en hechos de violencia, las participantes, visiblemente agradecidas, se muestran comprometidas con la organización investigada y con sus demás compañeras, funcionando como factores de cohesión social.
Las ligas entre lo micro y lo macro no son temas menores. Considere este ejemplo: Una entrevistada nos dice esto: “Si alguien me molesta, les pego. Las considero que son iguales a mí, por eso dicen que lo que te choca te checa. Me desesperan mucho, la verdad. Y por nuestro carácter chocamos mucho. Es por eso que prefiero estar sola, para evitarme problemas.” Esta frase es muy reveladora en términos de lo que significa la paz o, para ser más precisos, el quiebre de la paz. "Prefiero estar sola" es la ruptura de cualquier oportunidad de cohesión social. La falta de condiciones mínimas para sostener la existencia provoca choques, y, por tanto, la participante elige separarse y así evitar esos choques. Eso, en palabras simples, implica la pérdida de esperanza para que estos denominados “Centros de readaptación social”, funcionen como tales. No hay, bajo estas condiciones, oportunidad alguna para que un país construya paz; no hay reinserción posible, sino una condena a reproducir círculos de violencia estructural y material.
En cambio, las mismas entrevistas parecen enseñarnos que bajo un contexto de redignificación, empoderamiento, trabajo propiamente retribuido, la estancia en prisión podría resultar en tiempo valioso para construir paz en una sociedad.
En palabras simples, la organización que investigamos es un poco como aprender a tejer. Pero no a tejer muñecos de estambre, sino a tejer los hilos que se han roto, los hilos del entramado social que está estropeado. Imaginemos por un instante un sistema penitenciario que reprodujera este tipo de programas en una escala mayor, no en manos de una pequeña organización que lucha contra corriente todos los días para ingeniárselas en cómo salir adelante. Sino de manera sistémica. Imaginemos que, incluso cuando han delinquido, el sistema penitenciario nacional reaccionara mediante un comportamiento no complementario, y ofreciera oportunidades en lugar de comida podrida, falta de medicamentos, y ausencia de espacio y servicios básicos. Este pequeño estudio de caso ofrece evidencia para mostrar que el impacto para México, un país que lleva demasiados años ubicado entre los 25 menos pacíficos del globo, bien podría ser sorprendente.