El concepto de vida universitaria no apela sólo a la juventud y a la búsqueda de conocimientos. Es, en el mejor de los sentidos, la integración a una comunidad donde circulan las ideas y se da el proceso de aprendizaje, basado en una continuidad de sucesos relevante que nos permite desarrollar el intelecto y entender el mundo. Para mí, ser egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es participar aún de un entramado histórico. Nuestra Casa de Estudios tiene raíces que datan del siglo XVI y ha seguido un proceso a la par del país, hasta llegar a la moderna universidad en que se empeñó Justo Sierra en 1910 y que habría de conseguir su autonomía en 1929. Su reubicación física en la Ciudad Universitaria conllevó reunir en su momento, en un espacio que aún es motivo de admiración artística y evolucionado equilibrio arquitectónico, al intelecto en marcha para la modernización del país. Las universidades europeas del medioevo se mantuvieron en la insularidad contra la restricción del pensamiento, y en el Nuevo Mundo tales instituciones pasarían de la tradición del pensamiento escolástico al positivismo y las aspiraciones republicanas liberales. Pero esto fue el estado de cosas, décadas antes del tiempo en que nos legaron una institución puesta al día y en plena ebullición transformadora. Esa fue la institución a la que me correspondió llegar en 1977 en la entonces flamante Facultad de Economía, y a la sombra de sus filas arbóreas se dio albergue al ímpetu de mi generación por impulsar el desarrollo de México.
Por ello, nuestra identidad de egresados de la UNAM conlleva compartir valores, un proceso social vinculado a nuestra sociedad, el orgullo de los ancestros intelectuales que nos han forjado, y la visión compartida y respetuosa de la responsabilidad social. En otros términos, el orgullo de nuestros maestros y compañeros que han dejado huella en la existencia del país. Aun hoy, basta una mirada a la Ciudad Universitaria para poder evocar los elementos de grandeza artística que rodearon nuestra juventud. Igualmente, es pertinente recordar la nómina de próceres del pensamiento y la creación que reúne a todos los grandes galardonados que han dado testimonio de la vitalidad de nuestro país. Hablamos de premios Nobel, Cervantes, Asturias, y una larga lista de reconocimientos internacionales y nacionales de altísimo nivel. Se trata de científicos, pensadores, humanistas, creadores artísticos, emprendedores, deportistas de alto rendimiento, mujeres y hombres que han ganado un sitio en nuestros anales. Pero, también, de miles de docentes e investigadores entregados a su labor, así como de cientos de millares de jóvenes que transformaron su existencia con el estudio en una institución generosa al alcance sólo de la voluntad de cumplir un código de conducta académica.
Dotada con una infraestructura extraordinaria, nuestra alma mater, una de las más relevantes instituciones de educación superior en América Latina y en el mundo, es el espacio del pensamiento liberado donde todo proceso creativo, experimental, innovador, de reflexión o análisis, es factible: museos, salas de música, teatros, estadios, bibliotecas, hemerotecas, orquestas, talleres insospechados, centros de investigación pura y aplicada, aulas, auditorios, laboratorios. Todo lo que sea menester para la transformación de la sociedad, la naturaleza y la condición humana, está allí, esperando siempre la llegada de nuevas generaciones dispuestas a iniciar la aventura de la razón y alimentar la esperanza de transformar al mundo.
Mi ingreso a la UNAM significó aunar el cambio propio de la juventud que inicia su proceso de maduración, con el rostro múltiple de nuestro país. Convivimos en los salones de clases jóvenes de diversos orígenes. Todos con una intención puntual de superación. Estoy convencida, por experiencia personal, que las aulas de nuestra universidad siempre han sido la expresión más democrática del país. Es la voz colectiva del futuro nacional, y así lo comprendimos en el tiempo en que fui estudiante. Pero, no dudo, que así es en el presente porque los procesos de representación de la identidad y la nobleza de las intenciones de la institución, así lo orientan a cada uno de los miembros de la comunidad.
Ahora, no basta con la memoria tutelar. No basta con el recuerdo de la existencia al lado de nuestros colegas, inmersos en la sorpresa cotidiana que es la historia patria forjada día a día en el devenir de las instituciones y los efectos de los procesos mundiales. Se nos formó para conocer y transformar. Nos sentimos orgullosos de ello. Pero, hemos entendido también que es el momento de retribuir a esa institución, más aún, al país mismo, porque las necesidades son crecientes y múltiples.
Este pensamiento anima a la Fundación UNAM, A.C. (FUNAM). Se trata de una asociación civil constituida en 1993 con el propósito de contribuir en términos económicos para beneficio de los estudiantes menos favorecidos, como muchos de quienes fueron, en su oportunidad, nuestros entrañables compañeros de estudio y carentes en aquellos momentos de los recursos necesarios para subsistir y continuar su formación profesional. De la FUNAM hay que estar también orgullosos ahora, porque en un cuarto de siglo ha favorecido a muchos compañeros universitarios a mejorar su rendimiento escolar; ha apoyado a alumnos destacados a salir al extranjero para llevar a cabo estudios de posgrado; ha cuidado de la salud estudiantil, impulsado la difusión de la cultura y favorecido en la medida de sus posibilidades la reflexión sobre el mundo evolutivo y sus movimientos globales que afectan nuestra realidad. Esa es, pues, la prolongación de nuestra identidad y sentido de pertenencia. Ayudar a nuestra institución a ser más grande y pródiga, con esa misma generosidad con que un día recibió y abrió sus amplios andadores a una legión de muchachas y muchachos que acariciábamos la posibilidad de levantar con un puño solidario a nuestro país y a nuestros hermanos. “Por mi raza hablará el espíritu”, reza nuestro lema. Por ello, creo firmemente ahora que nuestro sitio para tomar la estafeta es la Fundación, donde se prolongue el mismo postulado con acciones deliberadas y constructivas a favor de la educación superior del Estado mexicano.
Vicepresidenta del Patronato de la UNAM