Las encuestas indican que el próximo líder de la Ciudad de México (posiblemente el segundo puesto electo con mayor poder en ese país) será una mujer. Si bien la campaña con Claudia Sheinbaum, Alejandra Barrales y Mikel Arriola ha generado un interés considerable, hay una historia más importante acerca de la representación política de las mujeres en México que, a menudo, no recibe la atención que merece. El mundo podría aprender mucho de esa historia.
En la clasificación de mujeres en parlamentos nacionales de la Unión Interparlamentaria, que incluye 193 países, México ocupa su puesto con orgullo. Actualmente en noveno lugar, las mujeres mexicanas cuentan con un admirable 43% de las bancas en la Cámara de Diputados y más de un tercio de los escaños en el Senado . Para poner estos datos en perspectiva, en la actualidad los Estados Unidos ocupan el puesto 103 en esta clasificación mundial, y las mujeres ostentan aproximadamente dos de cada diez puestos legislativos. En América Latina, la representación legislativa de las mujeres hoy, ya sea en cámaras bajas o en legislaturas unicamerales, es del 28 %. Aunque este es un amplio avance con respecto al pasado (en 2010, la cifra correspondiente a ese dato era solo del 18% y, en 1990, la mitad), significa que, en su conjunto, América Latina no está progresando al ritmo deseado. La región debería seguir el ejemplo de México.
En 1991, Argentina se convirtió en el primer país en adoptar una cuota de género , que requería que el 30% de los candidatos en las listas de los partidos fueran mujeres. Las cuotas se extendieron rápido por América Latina y, hasta hoy, solo dos países de la región no han implementado esa política: Guatemala y Venezuela. A pesar de que la región ha implementado cuotas de género y reafirmado su compromiso con la representación femenina, se observa una variación impresionante en la eficacia de este enfoque. Por ejemplo, si bien Brasil hace tiempo que tiene una cuota de género del 30%, el país ocupa el puesto 154 a nivel mundial, y las mujeres solo tienen una de cada diez bancas de diputados.
En cambio, la representación de las mujeres en el Congreso mexicano se ha cuadruplicado en los últimos 30 años ; hace una década, la representación femenina en la Cámara de diputados y en el Senado era casi la mitad de lo que es hoy. ¿Cuáles son las razones de este éxito y qué puede aprender el resto de la región de México?
Inicialmente, México mostró moderación en las iniciativas para ampliar la representación; a la recomendación de 1996 de que el 30% de los candidatos de los partidos políticos fueran mujeres le faltaba ímpetu. Como era de esperarse, esta indicación inicial no logró ningún resultado; es más, las mujeres perdieron bancas en el año 2000. Sin embargo, el fracaso inicial impulsó a México a modificar sus políticas y, gracias a que todavía lo sigue haciendo, esta actitud se ha convertido, en última instancia, en una ventaja para la representación femenina .
Aún así, no todos han aceptado los cambios con los brazos abiertos. Los tipos de prácticas que usaban los partidos mexicanos para debilitar la cuota de género se han visto una y otra vez en América Latina: agrupar a las mujeres al final de las listas, colocar a las candidatas como suplentes en lugar de titulares y asignar mujeres a los distritos imposibles de ganar. El infame caso de las “Juanitas” , cuando 16 mujeres les cedieron sus bancas a los suplentes masculinos poco después de las elecciones de 2009, causó indignación, pero también conllevó un cambio real.
Ese ha sido el secreto del éxito de México en la materia: nunca ha dejado de evolucionar . Para evitar que los partidos pusieran a las candidatas en puestos imposibles de ganar, México agregó normas que exigían que los partidos incluyeran mujeres cada tercer puesto . Además, se cambiaron las reglas para impedir que los partidos contaran a las mujeres en las listas de suplentes como parte de los porcentajes de cuota requeridos. El escándalo de las “Juanitas” provocó modificaciones que obligaron a los partidos políticos a presentar titulares y suplentes en pares del mismo género, por lo que ya no podían presentar candidatas femeninas falsas que luego cedieran sus lugares a hombres. Además, el uso de una cláusula de “voto directo”, que otorgaba a los partidos una exención de los requisitos de la cuota con la promesa de que estaban realizando elecciones primarias, finalmente se eliminó en 2012.
Y la reinvención continúa: hace 10 años, México aumentó su cuota del 30 % al 40 %. En 2014, México implementó la paridad de género y, ese mismo año, se adoptaron nuevas normas electorales que prohibían que los partidos enviaran mujeres solo a los distritos perdedores (estas normas inmediatamente provocaron un aumento de la representación femenina en la Cámara Baja). Es más, el incremento de la representación política ha llevado a una mayor igualdad en todo el sector público.
Si bien México no fue el primer país en adoptar cuotas ni el primero en implementar la paridad de género, está marcando el camino al éxito.
Después de todo, la adopción de las políticas de igualdad de género no es suficiente. Panamá está estancado en el puesto 108, a pesar de que aplicó normas de paridad en las últimas elecciones. Honduras también tiene la paridad como política –en teoría- pero las mujeres solo ocupan dos de cada diez bancas legislativas.
En comparación con estos casos, las instituciones electorales de México son eficientes a la hora de hacer cumplir las políticas de género . Por ejemplo, cuando la exención del “voto directo” se eliminó con una sentencia del TEPJF, el IFE rápidamente modificó sus normas escritas, justo a tiempo para las elecciones de 2012. Cuando los partidos no cumplieron en su mayoría con los requisitos nuevos, el IFE se hizo escuchar (aunque eso provocó la ira de los partidos) y los obligó a revisar sus listas en un plazo de 48 horas para respetar las normas.
Sin duda, las próximas elecciones afianzarán las considerables victorias que México ya ha conseguido, y podemos tener la esperanza de que esas conquistas, a su vez, fortalecerán la igualdad de género en otros sectores del país, la región y, quizás, el mundo.