La historia ha probado que las grandes estrellas del deporte pueden generar ventas a través de anuncios en los diferentes medios; simplemente, porque los atletas crean una relación directa entre la marca y el consumidor, y las empresas toman ese riesgo porque los deportistas se convierten, por lo regular, en la llave de su éxito.

Desde luego que existen riesgos para los anunciantes, como lo que sucedió con Tiger Woods hace algunos años o lo de Maria Sharapova, quien reconoció que estaba consumiendo una sustancia prohibida, o lo de Lance Armstrong, quien ha sido uno de los casos más sonados, porque negó —hasta el último momento— haber consumido sustancias prohibidas.

Con toda esta polémica que ha causado el papelón que hizo Serena Williams en el US Open y el que hicieron algunos directivos y comentaristas norteamericanos al defender con todas sus fuerzas a una tenista fuera de sí, me puse a revisar qué estaba pasando y empecé por ver la cantidad de patrocinadores que hacen que el torneo sea el que más dinero reparte dentro de los Grand Slams.

Por supuesto que allí está la respuesta. La marca que patrocina a Serena es la oficial del US Open y la que pagó millones de dólares en publicidad a la cadena de televisión que transmitió el evento en su totalidad. Ahora sí veo por qué la presidenta de la USTA no sólo apoyó el comportamiento de Williams, sino que dijo que “Serena eres un ejemplo a seguir” y el por qué instituciones como la USTA y la WTA, así como varios comentaristas, la defendieron a capa y espada, además de que ponían en tela de juicio la clara victoria de Naomi Osaka, quien —a sus 20 años de edad— sí es un verdadero modelo a seguir, después de haberla visto comportarse ante la adversidad de las circunstancias.

Estoy de acuerdo en que los atletas reciban las cantidades de dinero que ganan por apoyar a una marca, pero en lo que no estoy de acuerdo es en que se defienda lo indefendible para que las marcas salgan ilesas cuando sus atletas cometen una agresión.

Si un atleta hace algo incorrecto, debemos señalarlo y castigarlo para que no se repita, pero si no se hace nada al respecto, entonces veremos a estos deportistas cometer una y otra infracción, haciendo que —al final— sea el mismo deporte el que se vea afectado, como fue el caso del ciclismo, en el que después de haber encontrado culpable a Armstrong, no sólo el ciclista perdió los patrocinios, sino el mismo deporte.

Da tristeza ver que desde que el deporte se convirtió en un negocio multimillonario, se ha perdido mucho de la esencia de lo que era el amor a las disciplinas. Los principios y valores se mencionan y se habla de ellos, pero no se practican ni se manejan, ya que ahora se practica el deporte por el amor al dinero.

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