En la mayoría de las negociaciones comerciales internacionales, las fechas límite autoimpuestas terminan por cumplirse pocas veces. Este es el caso para la modernización o renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en curso. Se había creado una expectativa de que las negociaciones terminarían en diciembre, después se habló de marzo y en los últimos días el presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, el Republicano, Paul Ryan, señaló que la fecha límite para que el Congreso actual de ese país pudiere votar el acuerdo renegociado a finales de año, y una vez después de la elección sería el 17 de mayo. Dudo que las autoridades ofrezcan tal regalo de cumpleaños mañana jueves.

Las negociaciones pueden continuar en lo que resta de mayo, en todo junio y aun entre julio y diciembre; no hay restricciones legales, ni tampoco necesariamente políticas para hacerlo.

Hay sólidas razones para haber deseado concluir las negociaciones este mes. La más importante está relacionada con la incertidumbre por el hecho de que se estén discutiendo modificaciones al TLCAN y exista la amenaza del presidente de Estados Unidos Donald Trump de abandonar el acuerdo. Por eso es lógico que el gobierno quisiese terminar las negociaciones lo más pronto posible para evitar un daño en materia de inversión pospuesta. Existen también robustos argumentos políticos: del lado mexicano, es mejor resolver el expediente de la negociación antes de las elecciones, mientras que del lado de Estados Unidos tiene cierto sentido asegurar el voto al tratado modificado con el Congreso existente, y Republicano, además de negociar con el equipo mexicano de este gobierno y no depender del nuevo que implicaría retrasar la revisión varios meses.

Todas estas razones, sin embargo, son secundarias a la obtención de un buen acuerdo y es aquí donde las condiciones para lograrlo están, todavía, ausentes. Negociar con Estados Unidos es siempre difícil, pero con Canadá y México más por el tamaño del intercambio. Poca gente sabe que Canadá es el primer mercado del mundo para las exportaciones de mercancías de Estados Unidos, que México es el segundo y que en cuatro años será el primero, más grande que Canadá y que toda la Unión Europea. Tampoco se conoce que China es el primer proveedor de mercancía para Estados Unidos, que México es el segundo y Canadá el tercero. Estos altos y crecientes volúmenes de comercio implican un gran interés sobre el resultado de las negociaciones para cientos de sectores industriales, agrícolas y de servicios y para la mayoría de los estados y provincias en América del Norte.

Si en cualquier circunstancia la renegociación se antojaba difícil, en el caso del gobierno de Donald Trump lo es aún más. El problema estructural es que el presidente de Estados Unidos parte de un diagnóstico equivocado de que su país ha estado perdiendo y que, como consecuencia, el resultado de la renegociación tiene que ser asimétrico, a su favor. Canadá, México, la abrumadora mayoría del sector privado estadounidense e importantes miembros de su Congreso no comparten el diagnóstico y por lo tanto tampoco el objetivo de obtener un resultado que sólo favorezca a Estados Unidos. Para México es un tanto halagador, pero falso, que el presidente del país más poderoso y competitivo del mundo piense que su país no puede competir con empresas y trabajadores nacionales.

Esta visión de Donald Trump y de su negociador en jefe, el embajador Robert Lighthizer, han llevado a que Estados Unidos ponga en la mesa de negociación posturas extremas de las que no se han movido y que explican por qué no existen todavía las condiciones necesarias para terminar.

Además de las dificultades sustantivas de la negociación, el tratado modernizado enfrenta el importante reto de aprobación en el Congreso de Estados Unidos, en el sistema parlamentario de Canadá y el Senado en México. Políticamente no puede pedirse a ninguno de los tres gobiernos que someta a consideración un acuerdo que no sea benéfico para los tres. En el caso de México, se requieren, además, dos tercios de un Senado cuya composición hoy día se desconoce.

La aprobación más complicada, como hace un cuarto de siglo, será en Estados Unidos. Para lograrla se necesita la formación de una coalición de Republicanos y Demócratas no fácil de obtener. En vista del ambiente político en Washington resulta difícil que la Casa Blanca pueda conseguir el mínimo número de diputados y senadores demócratas necesarios. Si bien el TLCAN recibió 100 votos demócratas y 134 republicanos en 1993 en la cámara baja, para la aprobación de la autoridad para negociar Barack Obama sólo consiguió el apoyo de 28 miembros de su propio partido. Aunque es prematuro estimar cuántos demócratas se necesitarían para el nuevo TLCAN, un número sensato giraría alrededor de 50. Estos votos no se tienen al día de hoy y para lograrlos se requeriría del decidido apoyo del Ejecutivo, de los gobernadores estatales, del liderazgo de partidos y de un sector privado convencido de la importancia de aprobarlo.

Nada de eso está todavía asegurado. La mejor forma de conseguirlo es por medio de una negociación que sea inobjetablemente positiva y con un contenido cuya ambición sea suficiente para que el nuevo TLCAN se convierta, como el original, en un modelo para negociaciones en el resto del mundo. En parte, esto puede conseguirse con los avances obtenidos hasta ahora en varios de los capítulos de la negociación, aunque todavía se puede ser más ambicioso. El problema no es sólo que esto tome tiempo, sino que Estados Unidos insiste en propuestas cuyo objetivo pareciera ser que sus socios comerciales sean menos atractivos a la inversión, además de que no ha estado dispuesto a reconocer que ya tiene un posible triunfo parcial en la bolsa, sobre todo porque tendría que hablar bien del resultado y venderlo.

No terminar en los días que siguen, la amenaza de aranceles en Estados Unidos al acero y aluminio bajo el pretexto de seguridad nacional (a lo que México y Canadá tendrían que reaccionar de manera pronta y simétrica) y la cercanía de las elecciones pueden implicar presiones adicionales sobre el peso. En realidad lo que se ha observado durante el año es que la fluctuación de la divisa, apreciación los primeros tres meses y depreciación las últimas semanas, responde a los vaivenes de los mercados internacionales y no, todavía, al TLCAN o al proceso electoral.

En cualquier caso, vale la pena recordar que el TLCAN actual sigue vigente y que la probabilidad de que Trump invoque el artículo 2205 es menor y decreciente. Pocos hubieran pensado que en 2017, primer año de Trump, México tuviese exportaciones récord a Estados Unidos, y que las exportaciones siguieran creciendo en 2018. En los primeros tres meses de este año las exportaciones se han incrementado 11.5%, mientras que las importaciones de capital, el mejor indicador de los flujos de inversión, han aumentado 13.6%.

Este comportamiento corrobora la estrategia de no acelerar innecesariamente las negociaciones sin obtener una modernización que valga la pena y que no merme las condiciones de apertura. Además, en los últimos meses la posición de México se ha fortalecido al haber aprobado en el Senado el acuerdo transpacífico (TPP) y concluido la modernización del tratado de libre comercio con la Unión Europea.

@eledece

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