Es probablemente imposible convencer a Donald Trump que su visión del mundo y del comercio exterior es equivocada y contraproducente a los intereses de Estados Unidos, a pesar de que lo sea de manera abrumadora. Su posición y la autopercepción de que es el mejor negociador no son un buen agüero para el proceso de modernización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

La renegociación, en vísperas de la tercera ronda, ahora en Ottawa, tiene que superar dificultades estructurales, anormales en este tipo de proceso, para ser exitosa. La primera de ellas consiste en la divergencia de objetivos. La negociación original fue compleja y muy dura hace 25 años pero se llegó a buen puerto en gran parte por la comunión de intereses entre los tres gobiernos y por el compromiso conjunto de asegurar su conclusión. Hasta ahora, en el nuevo ciclo, no hay evidencia de que Estados Unidos tenga objetivos comunes con Canadá y México.

La segunda resulta de la aparente incapacidad o falta de voluntad de Estados Unidos de poner en la mesa concesión alguna. Quizá la última vez que este país accedió a otorgar beneficios relevantes fue la propia negociación del TLCAN. En negociaciones posteriores se ha limitado a eliminar aranceles de importación pero no ha ido más lejos en términos de condiciones preferenciales o nuevas disciplinas, incluido en el Acuerdo Transpacífico (TPP por sus siglas en inglés). La pregunta es si Canadá y México aceptarían un paquete sin concesiones estadounidenses. Se puede pensar que ambos habían aceptado las condiciones de TPP y podrían volver hacerlo ahora. No obstante, en TPP se obtenía un importante acceso incremental a varios países asiáticos, en especial Japón, el tercer mercado del mundo, que ahora no estaría presente.

La tercera es producto de la incertidumbre sobre las posibilidades de aprobación en el Congreso de Estados Unidos del paquete negociado. Es imposible pensar un caso en que el TLCAN nuevo pueda ser aprobado sin un mínimo número de Demócratas en la Cámara de Diputados y está lejos de que la Casa Blanca pueda construir una coalición para lograrlo.

Al final del día no puede divorciarse la negociación de sus posibilidades políticas de aprobación en cada uno de los tres países. El problema es que si la modernización es minimalista, para no afectar muchos intereses ni incurrir en costos políticos, se corre el riesgo de que nunca sea aprobado. Este caso podría ser “positivo” si con él se conjura la amenaza de abandono por parte de Donald Trump.

Por otro lado, una revisión realmente ambiciosa que transforme al nuevo TLCAN en modelo internacional para futuras negociaciones en todo el mundo serviría como catalizador para que los grupos de interés aseguren su éxito legislativo. Sin embargo, un alto nivel de ambición es incompatible con la rápida conclusión de las negociaciones este año.

La cuarta, o en realidad primera, dificultad es el presidente de Estados Unidos. No sólo por su tendencia a dinamitar esfuerzos por medio de tuits, sino por su convicción, errónea, de que el resto de los países ordeña a Estados Unidos y que es necesario que deje de perder. Cambiar esta convicción compete al sistema político y sector privado estadounidenses, no a Canadá y México. Son ellos los que deben procesar la defensa del TLCAN, establecer las condiciones para una modernización constructiva y alinear objetivos para elevar el nivel de ambición.

Canadá y México deben participar en este proceso elaborando sólidos argumentos a favor de una mayor integración y de hacer de América del Norte la región más competitiva del mundo. Deben también hacerlo con una actitud firme en la mesa de negociación sobre los puntos más sensibles y en contra de la aspiración de transitar a un sistema de comercio manejado y no libre. Y poner en la mesa propuestas propias que eleven el nivel de ambición.

El gobierno mexicano ha hecho un gran trabajo en este sentido. Ahora empieza la etapa más difícil de la negociación al abordarse los temas más álgidos y ante la expectativa de que los negociadores de Estados Unidos presenten en Ottawa, y en futuras rondas, ya no sólo los temas tradicionales de negociaciones comerciales sino la visión de Trump y su equipo con objetivos ajenos a una mayor integración competitiva.

Donald Trump y la Casa Blanca han amenazado en varias ocasiones con salirse del TLCAN si la renegociación no es de su agrado. En la medida en que el progreso en la mesa no se acerque a sus posiciones y se vea difícil terminar a finales de año, podría incrementarse la probabilidad de que vuelvan las amenazas o se hagan efectivas. La carga y responsabilidad de hacerlo debe recaer sobre Estados Unidos y no Canadá o México. Dependerá también de su sistema de pesos y contrapesos determinar si tiene facultades para hacerlo o requiere el visto bueno de su propio Congreso.

Dada esta posibilidad, aunque su probabilidad no fuera alta cabe preguntarse si se requiere un plan B. El mejor plan B es el A, de apertura. La verdadera importancia del TLCAN consiste en la eliminación de obstáculos al comercio y la inversión para la economía mexicana, más que en el acceso preferencial a Estados Unidos que es un mercado relativamente abierto. Sin duda, es mejor que siga en vigor con los tres países y el óptimo que se modernice con un alto nivel de ambición.

La mejor manera de inocular a la economía mexicana del eventual abandono por parte de Trump es reafirmar el compromiso con la apertura y las reformas estructurales. Esto se puede lograr de varias maneras, ya en curso por parte de los negociadores mexicanos: acelerar las negociaciones con la Unión Europea y con TPP (si éstas no progresaren hacerlo bilateralmente con Japón, Australia y Nueva Zelanda); profundizar la Alianza Pacífico e invitar a otros miembros; garantizar que el TLCAN seguirá en vigor entre Canadá y México tal como lo estipula el artículo 2205 y con ello que siga siendo ley suprema por arriba de las leyes federales y justo debajo de la Constitución; incorporar las reformas en los acuerdos con Europa y con Canadá; y, retomar el proceso de apertura unilateral y simplificación aduanera.

El comercio internacional terminará siendo uno de los factores definitorios de la presidencia de Trump. Sin buscarlo, Canadá y México están ahora en el ojo del huracán inmersos en un proceso con importantísimas consecuencias para la región y el mundo y al que pueden hacer una contribución histórica.


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