La disposición por parte del equipo de transición del [virtual] presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, y la participación en sendas reuniones en Washington de Jesús Seade como su representante, han permitido mostrar una coincidencia de objetivos entre el gobierno saliente y el entrante con respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El equipo de transición tiene un claro incentivo para pronunciarse a favor de que se concluya con el expediente del TLCAN antes de diciembre. No sólo por el avance en el proceso que ya ha rendido frutos en términos de apreciación del peso, sino para no tener que lidiar con un tema espinoso, interna y externamente, en los primeros meses del gobierno.
El presidente Peña Nieto también tiene incentivos para avanzar en la renegociación con visos a terminar con un acuerdo en las próximas semanas. Uno, para cosechar el esfuerzo y aprovechar el avance significativo en capítulos ya cerrados y muchos otros cerca de cerrar. Dos, cumplir con la responsabilidad asumida y el trabajo que tan profesionalmente se ha llevado a cabo. Tres, lograr firmarlo antes de que termine el sexenio. Esto es posible sólo si se hace público el texto a finales de agosto y no incluye modificaciones a disciplinas de prácticas desleales, como capítulo XIX y estacionalidad agrícola. Si las incluyere la firma no podría darse este año.
El gobierno de Estados Unidos tiene también alicientes para concluir. Por un lado, las guerras comerciales desatadas por el presidente Trump en los últimos meses han implicado un costo por lo que es útil mostrar progreso en materia de comercio exterior. Los aranceles impuestos al acero y al aluminio usando a la seguridad nacional como pretexto, la propuesta de una investigación de seguridad nacional en materia de automóviles y la imposición de aranceles a China por supuestas violaciones a la protección a la propiedad industrial han resultado en amenazas o represalias de Canadá, México, la Unión Europea y China. Estas acciones han impactado los precios de productos agropecuarios y tenido una repercusión relevante, sobre todo en el Medio Oeste que es una de las regiones más favorables a Trump. No pocos productores agropecuarios se preguntan por qué ellos sufren las consecuencias de la agresiva política comercial de su gobierno si todos ellos votaron por él. Aunque es prematuro decir que hay un riesgo de que lo abandonen electoralmente para la renovación de su Congreso en noviembre, es claro que la Casa Blanca percibe un costo político creciente, por lo que mostrar progreso en el TLCAN y el levantamiento de represalias en América del Norte enviaría una señal positiva en el corto plazo.
Por otro lado, los negociadores de Estados Unidos están conscientes de la relativa voluntad de avanzar por parte de México y estiman que esta situación puede traducirse en una mayor flexibilidad en la mesa de negociación. También quizá estimen que es mejor aprovechar lo ya avanzado que esperar el inicio del nuevo gobierno con el retraso natural que eso puede implicar.
A pesar de estos incentivos, no es claro que la renegociación pueda llegar a buen puerto en las próximas semanas. Todavía quedan varios obstáculos importantes que salvar para lograr un acuerdo valioso para las tres partes.
La primera gran incógnita es si Estados Unidos está dispuesto a mostrar flexibilidad en los temas más espinosos que su propio sector privado caracterizó como píldoras envenenadas. Entre ellos se encuentran las reglas de origen para el sector del automóvil y sobre las que se ha estado trabajando para encontrar un punto intermedio. El aspecto más delicado se refiere al requisito de que un porcentaje de la producción se dé en regiones cuyos salarios estén por encima de un cierto umbral. Este condicionamiento podría ser discriminatorio y convertirse en un requisito de desempeño que sentaría un precedente para otros sectores y otras negociaciones en el futuro. Se encuentran también la cláusula del ocaso, la estacionalidad para productos agropecuarios, el capítulo de inversión (clave para dar certeza sobre las reformas en México), los sistemas de solución de controversias y las disciplinas de compras de gobierno.
La segunda incógnita está relacionada con la participación de Canadá. Son públicas las diferencias que ha tenido con Estados Unidos en las últimas semanas. Estas dos economías son bastante parecidas y tienden a participar y competir en los mismos sectores lo que explica la confrontación. En general la negociación entre Estados Unidos y México es más sencilla (a pesar de lo difícil que es) por la complementariedad de ambas economías, mientras que con Canadá la relación es de competidores. La otra fuente de divergencia resulta de la inflexibilidad que han mostrado hasta ahora los negociadores de Estados Unidos de modificar su postura radical en los temas más álgidos.
Aunque se pueda avanzar de forma bilateral en muchos de los temas, las enmiendas al TLCAN sólo se pueden llevar a cabo trilateralmente. De hecho, la insistencia de Trump y del embajador Lighthizer de explorar negociaciones bilaterales y sus expresiones de avance para con México pueden interpretarse como una estrategia para presionar a Canadá.
La tercera incógnita sobre la renegociación está relacionada con su viabilidad política en el Congreso de Estados Unidos. El comercio exterior y el TLCAN son muy controvertidos y no será fácil conseguir una coalición que asegure su tránsito exitoso por la Cámara de Representantes y por el Senado en 2019, al ya no ser legalmente posible que se vote este año. Aún si el presidente Trump logra retener la mayoría republicana en ambas cámaras necesita un número mínimo de demócratas para la aprobación, lo que se ve complejo en el polarizado ambiente político. Si los demócratas obtienen la mayoría en cualquiera de las dos, las posibilidades de aprobación serían más inciertas. Las dificultades para la aprobación le dan un cierto papel a los demócratas que pueden incluso influir en el contenido de la negociación, en particular en términos de demandas para subir el nivel de ambición del capítulo laboral. La perspectiva de un difícil debate en su Congreso hace que no se pueda descartar un paquete reducido (en los huesos le dicen en Washington) de tal suerte que no requiera aprobación legislativa, aunque sí del Senado en México.
La cuarta y más importante incógnita se refiere al propio presidente Trump. ¿Prefiere llegar a las elecciones de noviembre con un TLCAN ya concluido, pero cuyo contenido tendría que defender, y sin aranceles en acero y aluminio y sin represalias? O ¿seguir diciendo que ya impuso aranceles y está dispuesto a abandonar el tratado si no logra uno que le sea favorable? El autor del “arte de negociar” ha arrinconado a las partes, incluido a él mismo, al iniciar una guerra comercial e insistir en contenido difícilmente viable aun en su país. Por eso, a final de cuentas, la flexibilidad más importante tendrá que provenir de la Casa Blanca; sin ella el cierre exitoso de la renegociación y solventar aranceles y represalias no es posible.
Como en toda negociación, el éxito sólo deberá medirse por la calidad su contenido y por el impacto en la competitividad de los tres países y no por los tiempos.