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Señor Presidente, los acontecimientos recientes quizá indiquen que el plan económico que nos trazamos no ande tan bien, ¿no cree?, dijo su asesor de confianza, económico-político iconoclasta, en los pasillos encristalados del tercer piso de Palacio Nacional.
Por el contrario, responde Andrés Manuel López Obrador, desde mi punto de vista vamos en el camino correcto. Mira, con la salida de Carlos tenemos un lastre menos de discusión entre nosotros, hemos progresado con la tasa de inflación y el tipo de cambio rompió el piso sicológico de los 19 pesos por dólar. ¿Quién lo hubiera dicho? No pocos predijeron que mi elección iba a resultar en una corrida contra el peso e inestabilidad macroeconómica. Los tecnócratas se han equivocado de vuelta, porque no conocen el país como tú y yo sí.
Prosigue el asesor: el mexicano, sobre todo el de clase media cuyo voto es más volátil, mide su nivel de bienestar en términos del tipo de cambio. Resiente no sólo que los alimentos y gasolina sean más caros, producto de una devaluación, pero también que salga más caro llevar a sus hijos a Orlando o comprar chácharas en McAllen o San Marcos. Cada vez que se devalúa el peso expresan su frustración en términos políticos.
Es claro, Presidente, que no estaríamos aquí sin la crisis de 1994-95, que le estalló a Zedillo por una devaluación que correspondía más a Salinas, ya que eso colocó a Cuauhtémoc en el DF y a Porfirio en la Cámara de Diputados. Tampoco hubiera ganado Fox sin esa devaluación que lo catapultó a la presidencia usando de trampolín al PAN. Lo que es común a las devaluaciones de 95 y a la de Peña es, lo que decíamos, la impericia de la tecnocracia.
En el sexenio de Peña el peso se devaluó no sólo como consecuencia del cambio de política monetaria en Estados Unidos cuando Bernanke anunció el principio del fin del relajamiento monetario y por las presiones de Trump y la renegociación del tratado, sino también porque entre 2013 y 2016 las políticas monetarias y fiscal fueron laxas para el cambiante panorama económico y por la asimetría de la política cambiaria por la acumulación de reservas cuando el peso se revaluaba.
Así es, concuerda el Presidente. No lo diría nunca en la mañanera pero, cuando me puse la banda presidencial, pensé que si el peso no hubiera pasado de 12 a 20 por dólar nunca lo hubiera logrado. Es lo que dije en campaña, que los tecnócratas neoliberales “por lo general son malos técnicos que se creen científicos”. No pudieron con el tipo de cambio y eso pavimentó mi llegada a Palacio.
Presidente, como siempre mi obligación es decirle la verdad y lo que pienso, aún a riesgo de que me tache de neoliberal. Sé de su convicción que el mexicano puede aceptar largos meses, incluso años, sin crecimiento, sin mejora en sus salarios, sin montos de inversión, ni desarrollo de infraestructura.
Claro que está dispuesto, así han vivido durante los 36 años que me antecedieron como Presidente, sin esperanza, sin progreso alguno.
Eso no es exactamente cierto Presidente. Su llegada a Palacio no está relacionada con el hecho de que la gente estuviera peor, sino con que no mejoraba con la suficiente rapidez, con la abstención que se dio en los estados que más habían crecido y con la alta participación en los que no crecen.
No debe correr el riesgo de que la gente empiece extrañar el crecimiento de 2.5% del que tanto nos burlamos. Pero el triunfo está más bien relacionado con el comportamiento del tipo de cambio. Por eso ésa es la única medida que le interesa, la que sigue con atención, la que usa cuando lo arrinconan para decir que vamos bien. Como Trump, que tiene una fijación con el Dow, usted otra, correcta, con el peso.
El reto es la vulnerabilidad que puede dar al traste con el peso, con su popularidad y con su costosa austeridad franciscana: el diferencial de tasas de interés que mantiene al dólar en 19 pesos.
Los inversionistas y especuladores que tienen significativas posiciones en bonos del gobierno en pesos no tienen otra lealtad que ganar dinero. Los bonos de su gobierno ofrecen la tasa más atractiva, por mucho, entre todos con grado de inversión y monedas líquidas. La trampa en la que estamos metidos requiere cerrar la brecha entre las tasas de México y de Estados Unidos, sin provocar una devaluación. La razón por la que el dólar ha bajado de 19 pesos es por la expectativa de que la Reserva Federal baje su tasa la semana que entra, no tiene nada que ver con la confianza al programa de gobierno, ni endosa al nuevo secretario.
¿Suponiendo que esta trampa exista, pregunta al Presidente, cómo sugieres que salgamos de ella?
La clave, Presidente, está en ganarle a los neoliberales, a los burgueses, con sus propias reglas. Bajar artificialmente las tasas para cerrar la brecha sólo conseguiría un debilitamiento del peso. El truco sería provocar primero un cambio de expectativas que resulte en una revaluación del peso y cuando ésta se empiece a dar, ahora sí se podría bajar la tasa. La única manera de minimizar ataques al peso es que los especuladores teman una posible revaluación; la sola expectativa basta. Imagine algo así: el dólar a menos de 17 pesos y la tasa de interés en seis, sus encuestas en las nubes y Morena en el gobierno por un rato.
¿Y cómo revaluamos el peso?
En eso llega el jefe de ayudantes y dice, Presidente, es hora de tomar otro vuelo de Aeromar.
Twitter: @eledece