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Ahora que termina la intercampaña, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se consolida en primer lugar en las encuestas; Ricardo Anaya en segundo, y José Antonio Meade en tercero. Cuando Margarita Zavala inicie como candidata independiente, se puede esperar que suba en las encuestas, por lo menos al principio pero de manera más permanente sólo si resulta buena candidata, a costa de Meade y Anaya (en ese orden) si lo logra.
Algunos analistas empiezan a preguntarse por qué el tipo de cambio no ha reaccionado todavía a la ventaja de AMLO si el mercado espera una depreciación de la moneda si resulta electo. Como es sabido, los mercados se anticipan a los acontecimientos e incorporan en los precios eventos futuros basados en probabilidades. Así, si se esperara una fuerte devaluación del peso el 1 y 2 de julio con el candidato de Morena como presidente electo, la depreciación se daría antes de la jornada electoral con base a las probabilidades de que gane. Un porcentaje relevante de la pérdida de valor de la moneda ocurriría previo al día de la elección y se aceleraría con ella.
La experiencia reciente confirma que esto sucede: en 2016, el tipo de cambio peso-dólar fue un buen barómetro de las posibilidades de triunfo de Donald Trump para la presidencia de Estados Unidos. Incluso algunos medios reportaban el comportamiento del peso durante los debates (apreciación cuando la percepción era que Hillary Clinton los ganaba y depreciación cuando Trump). Todo esto, claro está, semanas antes de la elección y a pesar de que el consenso era que Clinton ganaría a final de cuentas. Esta columna (Trump, Reserva Federal, petróleo y tipo de cambio, del 22 de septiembre de 2016) mostró que la variable Trump explicaba una buena parte de la volatilidad del peso desde cuatro meses antes de su elección.
El portal Oraculus ya asigna una probabilidad de 99% al triunfo de López Obrador con base a la no intersección de los rangos de las encuestas publicadas y sopesadas en su análisis si la elección fuera el día de hoy. ¿Y el peso? Bien gracias.
Podría pensarse en un conjunto de hipótesis para explicar por qué el peso no se ha visto todavía presionado. La primera de ellas es que la elección no es el día de hoy y por tanto la probabilidad de Oraculus es sólo una curiosidad. Además, es alto el número de indecisos y de votantes estratégicos dispuestos a cambiar de caballo una vez que la carrera se acerque a la recta final. Es incorrecto suponer que los que contestan que no saben, o los que no contestan, se van a comportar como los que sí. Más aún, no es fácil predecir la participación ciudadana. Se antoja que el número de votantes será alto, lo que haría todavía más difícil anticipar el resultado electoral: se conoce menos cómo votan los que en general no lo hacen.
Por supuesto, falta mucho para el día de la elección y las campañas, que oficialmente aún no empiezan, cuentan. No sería la primera vez que el puntero en marzo pierde, ni que las encuestas no logran pronosticar el resultado electoral. No obstante, la ventaja de AMLO es significativa y tendrá que ser acortada en abril y mayo para que la elección no sea de un caballo hasta el final. El peso no parece reflejar todavía esta posibilidad.
En segundo lugar, es posible que los mercados, como los votantes, todavía no estén poniendo atención suficiente y lo hagan de regreso de Acapulco a principios de abril. No sería la primera vez que los mercados no anticipan a tiempo un evento futuro, aunque en este caso se antoje difícil: habrá presión sobre el peso en algún momento.
En tercero, que la campaña de AMLO haya logrado inocularse del ataque de los mercados con un discurso moderado de respeto a las instituciones, a las reformas estructurales, a la independencia del banco central, a finanzas públicas sanas y a la apertura comercial. Paco Ignacio Taibo le daría poco peso a esta hipótesis.
La cuarta hipótesis, hasta ahora la más atractiva, no está relacionada con el ámbito interno, sino con el ambiente internacional, en especial en Estados Unidos. El peso mexicano reacciona a un conjunto de variables cuya ponderación varía en el tiempo. La relativa fortaleza del peso mexicano en el cargado ambiente preelectoral se explica, sobre todo, por la debilidad del dólar. En los últimos 12 meses la moneda de Estados Unidos se ha depreciado frente a 32 de las 38 divisas con tipo de cambio flexible que sigue The Economist.
El dólar sólo ha subido con respecto al peso argentino y filipino, la rupia paquistaní e indonesia, el real y el bolívar, y se ha depreciado con respecto al resto. La depreciación promedio ha sido de 5% y de 7.5 sin considerar a las seis monedas anteriores. Con respecto al euro y la libra esterlina ha caído 13.8% y 12.4%; al yuán, 8.5%; el yen, 7.8%; el peso mexicano, 5.1%, y el dólar canadiense 4.4%.
La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte ha resultado en una menor apreciación para Canadá y México, pero queda claro que la presión ha estado del lado del dólar de Estados Unidos. ¿Por qué?
Hubiera sido lógico esperar un fortalecimiento del dólar en 2017 y lo que va de 2018 en vista de la reforma tributaria de EU y la certeza de incrementos en la tasa de interés por parte de la Reserva Federal ahora que el fin de la expansión monetaria post crisis financiera está más cerca. Tanto la relativa restricción monetaria como los menores impuestos llevaron a muchos a pensar en un dólar más fuerte, pero esto no ha sucedido.
La razón del reciente debilitamiento relativo del dólar puede encontrarse en dos ámbitos. El primero estaría relacionado con un posible ajuste esperado en precios de activos de Estados Unidos, ahora exacerbado por una política fiscal más laxa y con déficit públicos tal vez insostenibles. Un tipo de cambio más barato hubiera anticipando una corrección en Wall Street, como en 2007-08. Las sacudidas de las últimas semanas y días serían el preludio. Al mismo tiempo, no se pueden descartar incrementos en salarios y precios que reactiven la tasa de inflación. En este contexto la política monetaria seguiría siendo demasiado laxa para apreciar el dólar.
El segundo correspondería a una preocupación creciente sobre la dirección de Estados Unidos bajo el presidente Donald Trump. Cada vez es más patente su inhabilidad para organizar un gobierno coherente. Si bien empresarios y financieros se congratulan de menores impuestos sobre la renta y la reversión reglamentaria, es evidente que la probabilidad de cometer errores catastróficos en lo interno y lo externo no sólo no decrece, sino que parece intensificarse. La Casa Blanca y el gobierno en general se encuentran cada vez más sin liderazgos que sirvan de contrapeso a las peligrosas medidas de un presidente irresponsable.
No es imposible que el debilitamiento del dólar esté simplemente relacionado con un mal gobierno. En los últimos 12 meses se han debilitado, además del dólar, el real, el bolívar, el peso argentino, el filipino y las rupias paquistaní e indonesia. Todos estos países han sufrido de malos gobiernos, lo que se refleja en depreciaciones de sus monedas. Aunque es aventurado pronosticar tipos de cambio, al gobierno mexicano le debe quedar claro, sobre todo al entrante, que un mal manejo económico y un gobierno desorganizado acabarán reflejándose en un peso devaluado y que ajustar la economía para recuperar la estabilidad cuesta mucho. Los mercados reaccionarán a esta posibilidad antes de que se materialice.