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Confieso que no me gusta el futbol, soy parte de esa minoría cada vez más extensa a la que no le mueve ni la final de un campeonato internacional ni el clásico ni un equipo en particular.
Cuando en México no te gusta el futbol eres tachado de mamón, peor aún cuando, como en mi caso, tampoco te atrae ningún otro deporte en particular, cuando no eres aficionado de nada que tenga que ver con una pelota o una destreza física y un marcador… Ni modo, terminas de mamón.
Tampoco es que aborrezca el deporte, disfruto ver de los olímpicos con mucha curiosidad y en el Mundial… En el Mundial no hay de otra: me gusta emocionarme con la selección aunque, realmente, no entiendo un carajo de nada. Sabía que el domingo jugaría México contra Alemania y, con toda franqueza, pensé que perdería por una madriza despiadada, la verdad no me desperté temprano y cuando lo hice, por ahí de las 10 de la mañana, preferí ver una serie de Netflix que el partido.
Vivo relativamente cerca del Ángel de la Independencia, mi edificio y los de enfrente tenían pequeñas fiestas sintonizando el juego por lo que, claramente, me enteré del gol de México con una alerta de gritos eufóricos, vi el celular para confirmar y pensé que en minutos nos empatarían y luego, por sentido común, seríamos derrotados ante el campeón del Mundial pasado.
Tengo una superstición, porque, al final, esto es de suerte también, ¿o no?, y es que siempre que veo un partido de futbol pierde el equipo al que le pongo mi confianza y mi emoción, siempre me pasa que gana el contrario, por eso soy un fiasco en las apuestas.
Así que decidí no ver el partido, el gol de Alemania, si existía, me sería anunciando con una mentada de madre de la cuadra, pero no... silencio sepulcral, nada, nada, nada. Y luego, Carlos Albert tuiteó que faltaban 15 minutos de pánico, seguro que lo fueron, yo me estaba bañando, bastante incrédulo, ¿neta, vamos a ganar?, ahora sí, vamos, primera del plural, como si hubiéramos hecho algo, máxime los que no podemos nombrar a tres jugadores de memoria… pero sí, se siente como que ganamos todos, perdón.
Y luego, todos tuitearon, todos publicaron, todos lo gritaron, era imposible no sentirse parte, ¡ganamos!, ¡ganamos!...
Camino al Ángel vi a algunas personas ebrias con caguama en mano, poquitas, las menos, las más cantaron el cielito lindo y dieron vueltas en la glorieta del monumento, otros gritaban sobre Alemania probando el chile nacional.
Evidentemente, no se referían a una salsa, sino al albur tan mexicano con el sentido siempre de que gana el que penetra cuando fornica y pierde quien es penetrado, somos machos, tan machos que presumimos el chile nacional a grito desgarrado… Ni me asusto ni celebro, solo apunto que así somos.
Y muchos gritaban que Alemania había probado la de Zague… Así somos y parece que así nos gusta ser, insisto que ni me asusto ni celebro, nada más apunto.
Prometo que no veré ningún partido de la Selección, por aquello de las maldiciones no vaya a ser la de la malas y se aguade el chile nacional.
DE COLOFÓN.— Hay gobernadores que le han operado muy bien al candidato del PRI, con todo y todo el cierre en Sinaloa inyectó ánimos.