Suena muy difícil de creer la versión de un pobre perseguido político en la figura de Napoleón Gómez Urrutia; es algo así como victimizar a Elba Esther Gordillo; es tanto como pensar que Fidel Velázquez era un hombre del pueblo… Es lo mismo que pedir no pensar, no criticar y no juzgar. Silencio. Dogma de fe. Silencio de nuevo. Aplausos. Todos de pie. 

 

Andrés Manuel López Obrador tendrá razones de sobra para decidir regalar un escaño en el Senado, con dieta garantizada por seis años y fuero garantía de impunidad, a Gómez Urrutia. Puede ser que los votos que aún controla le representen mucho; puede ser que existan recursos humanos y materiales importantes en la negociación; puede ser que represente una moneda de control ante grandes empresarios bajo la amenaza directa del estallamiento a huelga en sus negocios, o puede ser, simplemente, una deuda del pasado, pero, al final, es un error que puede costarle muy caro.

 

Napoleón Gómez Urrutia, a diferencia de Gordillo, que pagó años de “prisión”, es un hombre que huyó de la justicia y se aprovechó de sus conexiones en Canadá para buscar un refugio, donde vive con lujos exacerbados. Durante años manejó millones de pesos de los trabajadores mineros que le han permitido una vida que pocos, en el mundo, pueden costearse; de hecho, Gómez Urrutia vive, y vivió en México, como uno más de la mafia del poder, como el clásico líder sindical que amasó groseras fortunas a costa de las cuotas de sus agremiados.

 

Venderlo como un damnificado de los poderosos equivale a querer verle la cara a sus seguidores, máxime a los que aún les queda un gajo de criterio propio. Gómez Urrutia se dibuja en el discurso de Andrés Manuel como un dogma de fe: Napo ha sido estigmatizado; ordeno, pues, el perdón inmediato y el resarcimiento del daño. Sus años en el exilio del primer mundo, repleto de fastuosidad y opulencia, han sido un gran sacrificio para la patria; ¡otórguese, presto, un escaño al pobre hombre! Si hay tiempo, el sexenio deberá construirle un busto en los hombre ilustres.

 

Demos el beneficio de la duda. ¿De verdad no había mejores cuadros en Morena para ocupar un cargo seguro en el Senado?, ¿porqué, si tan cierto está Andrés Manuel de la inocencia de Napoleón, no era suficiente con garantizar su regreso, sin fuero, y juicios justos con investigaciones independientes si es que se ameritaba?, ¿por qué un premio?, ¿por qué un fuero?, ¿qué aportará Gómez Urrutia al Senado?, ¿por qué le pagaremos más de diez millones de pesos de dieta en los seis años que caliente una curul en el Congreso? ¿De verdad, de verdad, neta, neta no había otro mejor?

 

Ésos, justamente, pueden ser los errores que a López Obrador le cuesten mucho durante el tracto de las campañas; sentirse con la verdad absoluta e incuestionable aún a costa de su propia grey, porque, para mu chos en Morena, una cosa es el perdón y otra es el premio de consolación. Tanto trabajo, tantas giras, tanta construcción, tanto luchar para que al final… ¡la mafia del poder se quede con los premios!

 

DE COLOFÓN. Piensa que podrá ser el fiscal de la nación; se lo prometieron. Sabe que sólo es un trago amargo de un momento y luego será independiente de los poderes… ¡Se vale soñar!. Al final hay un premio de consolación: ¡otra curul! 

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