Parece cierta la versión en torno al Ejército que deslumbró al presidente, pasaron de ser los matraqueros y asesinos al pilar de la Cuarta Transformación. Los soldados hacen de todo ya: serán los policías permanentes, diseñan y construyen edificios de lujo, transportan combustible y hasta administrarán aeropuertos civiles. Nada bueno puede salir de la militarización, con gran respeto dicho a los héroes de la patria.

Habrá sido poco antes de asumir la Presidencia, justo cuando matizó el discurso o, mejor dicho, cuando giró en 180 grados su discurso… ¿qué le habrán dicho en aquella reunión Cienfuegos y Soberón?, ¿de qué tamaño fue el monstruo que presentaron para que el hombre todo poder, la encarnación del ganso divino, inmaculado en sus plumas, dobló las manos y se tragó mil sapos?, ¿cómo le habrán dibujado al basilisco, que el presidente terminó dudando de su suerte?

Corre la versión de que le pintaron un golpe de Estado, una realidad perfectamente bien trazada en lo social, lo político y lo económico.

No se trataba de embaucar a un aldeano sino de convencer al jefe máximo del Estado del peligro inminente que su proyecto corría sin el respaldo militar, no como una amenaza sino como una evidente omisión: sin el Ejército sería cuestión de horas para que el crimen organizado se apoderase de vastos territorios que responderían al “plata o plomo”, sin el Ejército su lucha contra el huachicol estaba perdida antes de comenzar, sin el Ejército correría el riesgo de ver mermada su fuerza ante otros poderes fácticos reales, desde el capital hasta el mismo imperio yanqui, sin el Ejército, a la larga, Andrés sería un Madero, debilitado y traicionado, una caricatura con ideales, con promesas y con ilusiones, pero caricatura al fin.

En convencerlo, los militares se jugaban todo. Y ganaron con creces.

Aceptó López la asesoría castrense y el Ejército se volvió más que pueblo uniformado, se convirtió en la única institución en la que el presidente confía ciegamente: fueron los militares los que le demandaron una Guardia Nacional de control directamente y hegemónicamente militar que el presidente buscará conceder, fueron los militares los que le garantizaron que Santa Lucía y Benito Juárez podrían funcionar de manera simultánea si, y sólo si, ellos construían y, ahora sabemos, operaban el proyecto, fueron los militares los que sugirieron, casi ordenaron, cerrar los ductos de gasolina a bote pronto sin prever las devastadoras consecuencias económicas de su estrategia (son soldados, no economistas). Fueron los militares también los que han sugerido al presidente, que obedece dócilmente, desmantelar todos los órganos de inteligencia civil dejando el control absoluto a los soldados y dando paso libre a agentes extranjeros que hoy hacen su agosto en operaciones civiles encubiertas de distintos calados (son soldados, no internacionalistas). Los militares están gobernando ya.

La insana cercanía de la Cuarta con las armas ha provocado fricciones que comienzan a sentirse insalvables en el equipo que ayudó al triunfo histórico, por ejemplo, una negociación tan complicada en torno a la Guardia Nacional llevada a cabo por Mario Delgado en la Cámara de Diputados fue bateada ante el reproche de los soldados, los hábiles y sensatos argumentos de Tatiana Clouthier en torno a la militarización se toparon, en la realidad, con la fría pared del Palacio Nacional, pero hay muchos nombres más que en corto, en reuniones más íntimas, expresan su malestar por lo que saben será, de facto y de jure, una calca de la Guardia Bolivariana, una patente de corso para la dictadura.

Habría, entonces, preocupaciones más graves que un golpe de Estado, por ejemplo conservar el Estado mismo.

De Colofón.— Muchos rusos... ¿cómo iba eso de tentarle las nalgas a quién?

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