De seguir las tendencias como van, Andrés Manuel López Obrador será el presidente de México con más legitimidad en la historia contemporánea del país, será un cisma, un golpe de tal fuerza que, para muchos sectores, particularmente los económicamente conservadores, llevará un buen tiempo poder comprender.

A diferencia de otras democracias latinoamericanas, como Argentina, Chile o Colombia, por citar algunas, México no ha tenido jamás a un presidente emanado de la izquierda o, siquiera, remotamente progresista.

Vicente Fox

inauguró las elecciones organizadas por los ciudadanos, supuestamente blindadas contra fraudes, la era de la transición y, además, fue señalado como un populista y un caudillo pero… de derecha, al final un cercano al sector del poder económico.

Su imagen terminó severamente dañada cuando, en 2006, una elección harto reñida dio el triunfo, por menos de un punto porcentual, a Felipe Calderón frente a López Obrador y las sospechas de fraude revivieron con gran fuerza amalgamada de encono y hartazgo.

Calderón, el segundo presidente del México democrático, llegó vapuleado por un gran porcentaje del país que, a la fecha, sostiene que hubo un fraude electoral y que, durante doce años, ha venido gestando un enorme coraje contra esa “mafia de poder” que les robó la elección..

A Calderón le fue tan mal que se convirtió del segundo presidente panista, al primero que regresaba la Banda al PRI con Enrique Peña Nieto .

Y, si todo sigue como se ve que seguirá, el tercer presidente del México democrático, el priísta Peña Nieto, entregará al morenista López Obrador el poder total del país y tendremos la primera transición ideológica del México democrático.

Y, si todo sigue como se ve que seguirá, el cuarto mandatario del México democrático tendrá poder casi absoluto: el control del Congreso federal y de varios estatales, además de un buen puñado de municipios y, de menos, cuatro gubernaturas , incluida la más importante en la Ciudad de México .

Es un gran cambio que rebasa una simple transición de partidos, es una vuelta de 180 grados al régimen, una manera diferente de asumir el papel de gobernante y gobernados… No necesariamente apocalíptica ni obligadamente utópica, es un gran cambio con bemoles, positivos y negativos, lleno de claroscuros y con miras a la incertidumbre que no siempre es del todo negativa… si se cree en la suerte.

Hay mucho nerviosismo y mucha negación de los escenarios evidentes… Cero construcción de prevenciones y cero acciones de quienes, aunque hoy se resistan a verlo, serán la oposición más disminuida de la historia reciente.

DE COLOFÓN.—

Todo sexenio necesita de un malo del cuento… los próximos apuntan a ser hombres faltos de corazón.

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