Discriminar implica una relación de poder, alguien tiene “algo” considerado “valioso” que otro “no tiene”, por ejemplo: dinero, el color de piel, educación, una condición social, un apellido, una ascendencia, una preferencia sexual, un estatus político, una nacionalidad, etc.
Discriminar obedece a una situación particular de una sociedad, al estatus de un grupo contra otro, por necesidad se parte de una identidad y no necesariamente de una “raza”, se parte de un “nosotros” contra “los otros” o contra “ellos”, contra lo diferente que se vuelve ideológicamente intolerable: blancos contra negros, ricos contra pobres, nazis contra judíos, nativos contra inmigrantes, hombres contra mujeres, hutus contra tutsis, otomanos contra armenios, católicos contra protestantes, etc.
Hoy día, el discurso políticamente correcto apunta a una especie de hegemonía del discriminador y del discriminado, más claro: el blanco siempre discrimina al negro, los hombres siempre discriminan a las mujeres o los occidentales, máxime de origen cristiano, siempre discriminan a los musulmanes.
Si le cuento a usted el caso del español José Alberto Jiménez, podría tildarme de supremacista, algo irrisorio dado mi origen mexicano, sin apellidos rimbombantes ni aspiraciones de nobleza, pero creo que vale la pena traerlo a hilo.
En 2015, José Alberto, entonces con 19 años, había jugado en el equipo de baloncesto de Málaga hasta que fue aceptado en la Eastern Florida State College, al llegar se enfrentó a un proceso que nunca imaginó: sus compañeros negros, que eran la mayoría, odiaban, literalmente, a la raza blanca, el joven fue sometido a tal cantidad de vejaciones y maltratos que, de plano, decidió regresar a España.
No es este caso, en ningún sentido, la regla del juego pero sí marca excepciones que deberíamos estudiar más a fondo. Otro caso curioso ocurre, por ejemplo, en Sudáfrica, donde se han registrado marchas de la minoría blanca contra el apartheid negro.
Creo que aún falta mucho para que caminemos en el rumbo de la tolerancia global, en donde la igualdad sea tal que no podemos extrañarnos de la inversa hegemónica en lo que parecieran los cánones discriminadores de estas fechas… Aunque la tolerancia global es una utopía, nadie discrimina a nadie y eso, por desgracia, aún no parece muy apegado a la humanidad.
Ciertamente, el discriminador lo hace, por lo regular, contra un grupo oprimido, pero, ¿podría ser a la inversa en algún punto específico de un proceso histórico social?, ¿puede, por ejemplo, un pobre discriminar a un rico?, difícilmente, bien saldría librada una defensa del opulento contra el marginado, empero, quizá valdría echar un ojo a los violentos procesos de régimenes socialistas que terminaron por erosionar la propiedad privada en beneficio del “pueblo”...
Pero de ahí a decir que en la marcha del pasado domingo hubo discriminación contra los blancos y la minoría fifí pero de “cerebros grandes” resulta ya, francamente, en una jalada.
DE COLOFÓN.—
Decían también que los aranceles al acero y aluminio se resolverían en meses, siguió el jitomate y ojalá no acabe en la industria automotriz porque ahí sí, ni el ganso.